Opinión
Elogio de la bronca familiar
Periodista y escritora
No existen la familia perfecta, la cena perfecta, la perfecta reunión, ni la celebración sin mácula. Y, de existir, no será porque las hayamos planeado minuciosamente, estoy segura. No existen tal y como nos las pintan, porque serían irreales, como esos pueblos de las películas —de terror, a mi modo de ver— en los que todas las casas unifamiliares son idénticas, perfectamente pulcras; todos los jardines ordenados, con su césped recién cortado, sus setos ideales; calles con criaturas que montan en bicicleta sin temor a que les atropelle un coche tarareando una bonita melodía camp.
En ese sentido, una reunión de Navidad perfecta sería aquella en la que toda la familia se encontrara en perfectas condiciones físicas y mentales, sus miembros mostraran un armónico y apacible intercambio de pareceres idénticos y nadie se aburriera, se cabreara, llevara la contraria o sacara el móvil para escribirle a sus amigas que las está echando demasiado de menos justo en ese momento.
Parece que esa es la idea más extendida de lo que debería ser un encuentro familiar por estas fechas. Para ello se difunden instrucciones sobre cómo no discutir, qué temas no tratar en la mesa, a qué cuñados evitar y de qué forma debe una simular lo que no es. O sea, una perfecta idiotez.
Me parece que no hay nada más saludable en la familia que la bronca, entendiendo como tal una "riña o disputa ruidosa". La familia es una olla con ingredientes de difícil, si no imposible, armonía. ¿Y qué? Partir de esta base ayuda mucho a relajar la tensión y abrir la espita para que el ambiente deje de estar a punto de explotar. Se trata de romper el silencio. El silencio es la base sobre la que construimos la ficción familiar. No me refiero a los grandes silencios históricos que cada familia guarda en la femera, sino a esos pequeños silencios íntimos, repartidos entre sus miembros, silencios que les obligan a ser otras personas cuando se juntan en familia, vestir y hablar de otra manera, simular vidas que no llevan, guardar sus costumbres en armarios sellados, inventar economías y asuntos laborales, fingir convicciones que no tienen y tapar las que sí.
Cuando algo se calla no desaparece, sino que genera un malestar interno evidente para el resto de los miembros, que paradójicamente son los que exigen que así sea. Bastaría con que alguien del clan, una sola persona, expresara claramente sus opiniones, sus temores y anhelos para poner en evidencia la vacuidad de los encuentros familiares donde silencios y mentiras convierten estas fechas en la peor manera de perder el tiempo.
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