Opinión
El día de la alegría
Por Marta Nebot
Periodista
Hoy es El Día de La Lotería. Hoy casi toda España, el 76%, estará pendiente de esta suerte, según los que saben de esto. Aquí se comparte más que en ninguna parte. Aquí es una tradición, además de una ludopatía.
Las exitosas campañas publicitarias institucionales han ayudado a establecer la idea de que es una pieza imprescindible para la magia de estas fiestas, suponiendo que la tengan, al margen de hábitos conservadores y de creencias.
La presión social y cultural por participar en este juego que viene de lejos -en España empezó en Cádiz en 1811- es enorme. La envidia y la codicia tienen su parte y, sin embargo, la idea de ganar o perder juntos es hermosa y realista. Nos recuerda que el individualismo es la auténtica quimera. Aunque también resulta triste observar cómo el viejo ideal de apostar por mejorarle la vida a los tuyos se ha reducido a una fantasía social asociada a gastar unos dineritos por ver si conseguimos otros. Porque jugar a la lotería también es una locura colectiva que no tiene explicación racional: las probabilidades de que toque un premio son ínfimas y el premio más gordo no es obeso: 400.000 euros por décimo, 328.000 netos después de impuestos. Es más probable que te atropelle un coche y nadie sale a la calle con esa expectativa. ¿Así de pequeña es la probabilidad de la presunta mejora de nuestro micromundo? ¿En eso se ha quedado la esperanza de cambio del mundo entero?
En este sorteo se vende la mitad de la lotería que venden los loteros en todo el año. En el bombo grande esta vez habrá 100.000 bolas de madera de boj con todos los números. En el pequeño 1.806, con los premios. Este año nos hemos gastado más de 3.860 millones de euros. El 70%, 2.702 millones, nos los devolverán en premios. Las arcas del Estado recaudarán, de entrada, más de 1.000 millones. Con esta tradición el Estado también tapa algún agujero. Visto así es negocio para tod@s. La mejor manera de seguir alimentando ilusiones más o menos vanas y al eterno gatopardo.
Los expertos señalan que ponemos expectativas irreales en su capacidad para cambiar existencias, pero también que es muy real "su efecto contagio" en el consumismo y en el optimismo económico. Una investigación dirigida por Evi Pappa, científica del departamento de Economía de la Universidad Carlos III, publicada en 2023, concluye que en las localidades agraciadas por este sorteo aumenta de forma sostenida el consumo —sobre todo de automóviles y electrodomésticos— y se reduce el desempleo.
Realmente somos animales sociales, gregarios, células mega interconectadas con ínfulas de individuos independientes y autónomos.
Como consuelo podemos contarnos que la lotería es el juego de apuestas más frecuente en todo el globo, que no es solo aquí; dónde el 61% de la población juega al menos a un juego de lotería y el 45% lo hace, como mínimo, una vez a la semana.
Y perdonadme el pesimismo y la falta de ganas de fiesta. Es que esta vez me toca escribir sobre el Día de la Salud -ya que no ganaré seguro porque no jugamos- mientras convivimos con una enfermedad muy fea. Me toca escribir al borde de la Navidad cuando solo la reconozco como unos días de celebración por estar juntos y vivos, cuando se está poniendo cuesta arriba. No somos los únicos, lo sé. Hay desgracias para todos y la enfermedad es parte de la vida.
Supongo que a los que nos toca vivirla de este modo tenemos que intentar contagiarnos de los efectos de la suerte ajena, como dicen los estudios. Y también abrir mucho los ojos y la sesera contra la melancolía tristona, la desazón y la desesperanza. Toca mirar mucho las luces ajenas para apagar las oscuridades propias.
Con esto último me acabo de acordar de que mi madre, hace unos cuarenta años, ganó un sorteo de la ONCE y pasaron cosas. El ciego al que le compraba cada día se lo dijo en cuanto oyó sus pasos volver la esquina. Ella no le creía. Sacó el número del bolso y se lo puso en la cara al vendedor: "¿Seguro que es éste? ¿Seguro? ¿Seguro?" - le decía-.
El ciego le contestó airado separando cada sílaba:
-Pe/ro/ no/ ve/ us/ted/ que/ so/y/ cie/go.
A mi madre le dio por reír. Después, le pidió perdón y se vino a casa subida en un dragón de alegría.
Aquel pellizquito le supo a muy poco y no cambió en nada nuestra vida. Pero algo vio. Dejó de jugar a diario. Empezó a apostar más por mejorarnos con su alegría.
Con este recuerdo, ya nos ha tocado algo.
¡Felices lo que sean, lectores y lectoras mías!
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