Opinión
Revolución y contrarrevolución en la Inteligencia Artificial
Profesor de Ciencia Política en la UCM
Actualizado a
“Lo más terrible se aprende enseguida
Y lo hermoso nos cuesta la vida
La última vez lo vi irse
Entre humo y metralla, contento y desnudo”
Canción del elegido, Silvio Rodríguez
(Aforismos y notas a partir del libro de Juan Villoro, No soy un robot)
A finales del siglo XX, series como Los Soprano incluían en sus capítulos hasta 30 escenas, algunas de ellas largas y con diálogos densos. Hoy, las series y las películas, especialmente cuando va dirigido a un público joven, llevan al menos 50 escenas y poca reflexión hablada. El personal se aburre. El ruido, las explosiones, los efectos especiales sustituyen a los diálogos. ¿Qué pueden hacer los maestros en las aulas? ¿Alguien puede dar clase a un público así o tiene que resignarse a entretenerles? Doy fe de que es posible, pero para ser profesor hoy hacen falta dotes de vendedor de crecepelo y un curso nivel B3 de superpoderes.
Decía Aristóteles que las potencias del alma eran el entendimiento, la memoria y la voluntad. La Inteligencia Artificial (IA) anula la memoria -se acuerda ella por ti-, te impide que ejerzas el entendimiento -hace por ti las conexiones-, y transforma la voluntad al invitarte a procrastinar, a la pereza y a la indiferencia -o, como en el mundo griego, quizá podamos volver a filosofar, aunque la IA lo hará mejor-. Con la IA, las potencias del alma son las impotencias del alma.
Si la guerra es usar la violencia para apropiarse de riquezas, territorio, personas y expandir el dominio material y simbólico sobre una población y un espacio, ya hay una nueva guerra mundial en marcha. La violencia en el ciberespacio (hackeo, sabotaje, espionaje, robo, mentiras, bulos, fakes -todos sinónimos-, agresiones, ataques a instituciones críticas sanitarias, de suministro de agua, electricidad, financieras, electorales, de seguridad, etc.) es uno de sus escenarios de creciente importancia para el cual sólo hay un remedio: una IA propia.
Escuchar repetidamente en Spotify canciones que odiamos solo para el íntimo placer de confundir al algoritmo.
Cualquier gobierno autoritario que está dispuesto a logra la obediencia de su población, sea por maldad o porque cree que así va a lograr el bienestar colectivo, siempre ha utilizado a lo largo de la historia todos los recursos en su mano para sus fines, siendo el primero controlar los cuerpos y las conciencias: instrucción, educación, religión, ideología, represión son algunas de las principales armas del Estado. Si ahora los gobernantes tiene la posibilidad de instalar un chip neuronal en la cabeza de los ciudadanos ¿por qué no tendrían que hacerlo? Instalar en las mentes el miedo a dios, una tarea realizada durante siglos, es menos eficaz que controlar los pensamientos gracias a un microchip. Además, es más barato: no hay que mantener a un ejército de sacerdotes ni a caros presentadores de medios (sustituidos, además, por la realidad virtual).
Negar que la Inteligencia Artificial va a inaugurar una nueva etapa sería como negar que la bomba nuclear reinventó las guerras, sus peligros y la reflexión sobre el orden mundial. Va a cambiar nuestra antropología. Y nunca una tecnología ha estado tan lejos de poder ser controlada por los individuos.
Cada tecnología crea su propio conocimiento y también sus accidentes. Así fue con la rueda, el bronce, la escritura, la imprenta, la locomotora, el tractor o el Estado. En la sociedad tecnológica estamos expuestos al cortocircuito, al hackeo, a nuestro “apagamiento” -no podemos controlar nuestra imagen virtual en las redes, ni lo que piensan de nosotros en Facebook, Tik-tok, Instagran, Tinder, y, si eres famoso, en Wikipedia-. Tampoco controlamos lo que saben de ti las aseguradoras, los bancos, los servicios secretos, tu jefe. Quien controle el “tecnopolio” tiene el poder. Recuperar los datos es hoy más relevante que votar.
Vivimos en la era de las redes sociales y la IA. Ninguna de ellas crea una forma de conocer nueva, sino que recombinan la lectura y la producción audiovisual que existían previamente. Pero su omnisciencia divina aplasta al individuo que pensó todo antes de que llegara. Logran, por su combinatoria billonaria, deteriorar las bases sobre las que se ha construido todo el conocimiento hasta la fecha. En la era digital, “fotocopiamos” miles de libros, pero no los leemos, y aún menos desde nuestra particular hambre, desde nuestra mirada, desde nuestra particular humanidad. Hackea quienes profundamente somos y podemos llegar a ser. Usurpa nuestra personalidad como una versión mejorada de nosotros mismos.
Todo lo que hacemos los humanos lo hacemos para burlar la muerte (Política para indiferentes, FCE, 2024). Evitar el dolor es un recurso evolutivo. Me beneficia, me acerco, me perjudica, me alejo. Nos paramos en el accidente en la carretera para, curiosos, aprender de la muerte. La IA puede aprender también del dolor y los errores, aunque en verdad no le duela y no se equivoque. Ya ha aprendido que por ahí hay sendas virtuosas. No te va a dejar que te duela solo a ti y que te equivoques solo tú. No te va a permitir que tú, triste humano, monopolices tamañas fuentes de conocimiento.
Si los ricos siempre han disfrutado de las mejores casas, el mejor servicio, los mejores manjares, los mejores vinos y licores, si se han juntado con la gente de su clase y han disfrutado, por lo general pagando, de los cuerpos normativamente excelentes, que nadie dude de que hoy utilizan las mejores -por tanto, las más eficientes- formas de controlar a sus trabajadores, votantes, disidentes, periodistas, intelectuales, etc. Detrás de cada rico y de sus operadores políticos y mediáticos hay un Pegasus que espía cualquier disidencia. Saben todo lo que haces y cuando necesiten hacer algo con esa información, lo harán.
Los cerebros de la gente interactuando con su Iphon activan las mismas zonas que cuando interactúan con la gente a la que quieren o de la que están enamorados. Relacionarte con tu móvil opera en tu cerebro como cuando estás con las mascotas que adoras. Pero el teléfono no te quiere a ti, sino a tus datos. Y te hace creer que eres especial, dueño de tu mundo. Sólo a ti te deja entrar. Amar a tu teléfono móvil te obliga a no olvidar nunca tu contraseña. O no podrás volver a entrar nunca. La password de los libros es el deseo de leerlos.
Con la IA, es posible, al contrario de lo que decía Lincoln, además de engañar a pocos mucho tiempo y engañar a muchos poco tiempo, también engañar a muchos todo el tiempo. Y la familia tiene crecientes dificultades para contrarrestar ese malestar creciente de la gente que se siente engañada y ni siquiera tiene las palabras necesarias para explicarse su malestar.
“La verdad no ha dejado de ser revolucionaria. El problema es que se localiza en una esfera que importa cada vez menos: la realidad”. Me recuerda a aquella pancarta en los años del estallido social en Argentina en 2001, cuando el default, y los presidentes, incluso más moderados que Milei, salían en helicóptero de la Casa Rosada: “Menos realidades y más promesas”.
Los ricos quieren vivir en la realidad virtual, en el metaverso, en Marte, en un bunker, mientras los pobres de la historia, los indígenas, las mujeres, los desplazados, los campesinos, los que disfrutan de la naturaleza, quieren el mundo real de la tierra y el cielo, recuperar los bosques, los ríos, el agua, las estrellas de la noche, el fuego que no lo quema todo, el amanecer con su rocío y su tempo, la choza limpia, el aire limpio, el orden de la vida real.
Los conquistadores españoles prohibieron el arte del brocado para que las indígenas no hablasen con sus vestidos. Hablar y tejer es un ejercicio común en la cultura indígena. “La palabra «texto» proviene del latín textus, y textere quiere decir «tejer» o «trenzar». En el tejido de las palabras encontramos el hilo del discurso, el nudo argumental, la urdimbre de la trama, los cabos que se atan, el enhebrado o bordado de adverbios y adjetivos, las retahílas, los enredos y, por supuesto, el desenlace”. Es bastante probable que Homero fuera una mujer. Había una vez una voz que era tu madre…
En las comunidades habitacionales, el ascensor te hace independiente, pero ya no conoces a tus vecinos. Ni te los encuentras en la escalera ni necesitan ayuda para subir la compra. Con Alexa o Siri el vecino y la vecina son aún más prescindibles. No te mueres solo: te habla Siri o Alexa. Qué gran consuelo. No sé cómo no se le ocurrió a Isabel Díaz Ayuso para que los 7291 ancianos que murieron en las residencias de Madrid durante el COVID hubieran escuchado a Siro o a Alexa despedirse: te estás muriendo, estás sola, estás solo, no puedo ayudarte. Perdona que no te agarre la mano...
Las redes y la IA nos ahorran buscar, pensar, solventar problemas. Tuvimos una pequeña rebelión ocupando el tiempo libre haciendo sudokus. Algunos hasta jugaban al ajedrez. Pero ahora, buscamos una aplicación y otra hasta que nos solvente el asunto. Las apps son el nuevo kit de supervivencia, como una navaja suiza infinita. La satisfacción de entender (hay una conexión neuronal que une la comprensión con los músculos de la sonrisa) la compensamos haciendo scroll durante horas o saltando de video en video que el algoritmo ha seleccionado para nosotros.
La capacidad cognitiva en Europa está disminuyendo (falta un estudio que demuestre que, por el contrario, en América Latina aumenta. En Europa crece la desesperanza por la pérdida y en América Latina crece la esperanza por la ganancia). Desde los años 90, el Cociente Intelectual ha descendido a un ritmo de 0,2 puntos al año en Finlandia, Dinamarca y Noruega. En una generación habrá disminuido 7 puntos. Una parte importante de la inteligencia es la inteligencia social, desarrollada para entender a los demás. Si ya no tenemos que resolver problemas (memorizar un teléfono, saber cómo llegar a una calle, aprender un poema o una canción, negociar en la calle con los compañeros de juego, diferenciar entre la verdad y la mentira, militar en un partido o en un sindicato, hacer teatro), nos oxidamos. Conforme perdemos capacidades intelectuales, recurrir a solventar los asuntos a golpes -como los gorilas- se convierte en una alternativa más normalizada. Si algo queremos lo obtenemos por la fuerza. El feminismo es una lacra. Y votamos más a la extrema derecha. Cuanto menos inteligentes somos, más volvemos al fascismo.
En un concurso de imitadores de Chaplin en 1921, Charles Chaplin quedó segundo. Nuestras copias virtuales serán mejores que nosotros. No estaremos a la altura de nosotros mismos. Nuestro superyo nos aplastará en la mediocridad. Tiene también sus ventajas. Alguien que no puede tenernos, puede enamorarse de nuestra copia y poseerla. ¿Nos estará forzando o será una forma de felicidad sin molestar?
Si el único consuelo de los jóvenes, que no pueden acceder a casi ninguna certeza -todo es fugaz, todo está demasiado abierto, hay demasiado fracaso en las alternativas que lo intentaron- es enriquecerse rápidamente, ser famoso como un youtuber o una influencer, drogarse -contando con que, finalmente, aunque destrozado, regresas a casa de los padres-, confundir el crecimiento personal con cambiarte constantemente de ropa o conocer sitios vaciados de sorpresa, no parece un escenario atractivo. Como novedad, pueden anestesiarse sobreocupando los sentidos a través de las pantallas. No hay que extrañarse de que vean en quien les ofrezca alinearse en un espacio de sentido, aunque sea violento y autoritario, un gran atractivo, aunque sea en el corto plazo. Sólo en el corto plazo. Porque hay una caja negra en los jóvenes que también puede llevar a la más alta cota de libertad de la que nunca la humanidad ha tenido.
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