Opinión
Putodefender España
Periodista
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Los hemos visto envueltos en banderas, coreando cánticos de fondo sur, apretados contra las vallas policiales o campando a sus anchas por las avenidas de Madrid con un ardor guerrero y un espíritu levantisco que ya hubieran deseado para sí las tribus bárbaras que saquearon Europa en los tiempos de Maricastaña. Si cerramos bien los ojos casi podemos escuchar la marabunta legendaria de los suevos, las correrías de los vándalos, y hasta suena como un eco lejano el relincho del caballo de Atila, cuyos avances eran tan devastadores que allí donde pisaba no volvía a crecer la hierba. Los atilas de nuestros días han perfeccionado la técnica: allí donde pisan no vuelve a crecer la democracia.
Es difícil trazar una radiografía exacta de los manifestantes, pues la animadversión contra el Gobierno de Sánchez ha reunido a una fauna ruidosa y variopinta que escapa a cualquier taxonomía. En esa macedonia de personajes salidos de La escopeta nacional, uno cree encontrar cayetanos de pulsera rojigualda y club de campo, falangistas, beatos de misa diaria, lectores nostálgicos de Roca Barea, fanáticos de Taburete, pijos de fachaleco y montería, seminaristas benedictinos, cabezas rapadas, el teniente Peláez de paisano, marqueses venidos a menos, patriotas pobres de solemnidad y señoritos endomingados con más pasta que el buffet libre de un restaurante italiano.
Nuestra mente racional, inclinada a los paralelismos, ha visto en las protestas de Ferraz un retrato inverso de otras protestas no tan lejanas, Rodea el Congreso, las Marchas de la Dignidad, las filas abarrotadas del 15-M con sus pancartas escritas a rotulador y su paisaje de tiendas de campaña. Era la edad de oro de las tertulias fachas. En aquellos días de vino y rosas, Intereconomía llegó a colarse en una acampada para emitir una entrevista guionizada en la que un muchacho repeinado con el jersey sobre los hombros se quejaba del olor a porro. Jiménez Losantos se sumó al alborozo desde esRadio describiendo a los indignados como una cofradía de mendigos, etarras y franciscanos.
Esperanza Aguirre, que había bendecido a Intereconomía y a esRadio con deliciosas subvenciones públicas, llegó a sugerir a los acampados que se presentaran a las elecciones. La derecha sostenía con jactancia que es en los gobiernos y no en las plazas donde deben dirimirse los asuntos de la vida pública. Hoy Aguirre levanta el puño de la insurrección y llama a interrumpir el tráfico en las inmediaciones de Ferraz, queriendo ganar en las calles lo que su partido ha perdido en las urnas. En el fondo subyace una idea totalitaria de la propiedad. Algunos creen, por derecho natural, que las calles les pertenecen tanto como creen que les pertenecen los gobiernos.
Allá por 1976, ante el raudal de revueltas obreras, la revista Triunfo reprodujo una conversación telefónica entre Fraga y Tamames en la que se atribuía al ministro de la Gobernación la consigna lapidaria de "la calle es mía". Algunas voces conservadoras lo toman por una leyenda urbana, pero el propio Fraga le explicó a Enrique Beotas que se refería a la ocupación violenta del espacio público. Lo cierto es que aquel año, el año en que la Policía Armada de Fraga mató a cinco trabajadores en Gasteiz, el ejecutivo de Arias Navarro prohibía y disolvía con porras y cargas lacrimógenas las peticiones pacíficas de amnistía. Los dueños del gobierno y de la calle no estaban dispuestos a regalar ni el gobierno ni la calle.
Manel Armengol era entonces un fotoperiodista en prácticas que capturó en el passeig de Sant Joan de Barcelona algunas de las imágenes más elocuentes de la Transición. Sobre un decorado de humo y árboles desplumados, los grises se abalanzan sin compasión encima de una masa inerme de ciudadanos que se protegen de los porrazos con las manos en la cabeza. La sensación de solemnidad histórica contrasta con el estrafalario caudal de imágenes que fluyen estos días por las arterias de las redes sociales, con esa estética de charlotada que recorre las sublevaciones neofascistas de medio mundo, desde el asalto al Capitolio hasta las asonadas bolsonaristas.
Pero ese esperpento televisado, ese chascarrillo febril de comedia chusquera, se vuelve menos risible cuando uno comprende su sincronía con el Estado profundo, un albañal irrespirable que se apodera de la superficie en cuanto salta la liebre. Mientras el público se entretiene con las extravagancias subversivas de la hinchada ultra, el juez Manuel García Castellón irrumpe como un mamut borracho en la cacharrería de la investidura y se saca de la toga una causa oportunista que confunde manifestación con terrorismo, Puigdemont con Otegi, e incluso se ensaña con Jesús Rodríguez, uno de los periodistas que desenmascaró la infiltración de la Policía Nacional en los movimientos civiles.
Tal vez nunca habríamos llegado a estos extremos si el PP no hubiera firmado en 2015 una reforma del Código Penal al calor del pacto antiyihadista. Se trataba de aprovechar la conmoción del atentado contra Charlie Hebdo para consolidar una definición tan elástica del concepto de terrorismo que bien podía servir para juzgar a titiriteros, encarcelar a raperos o perseguir chistes sobre Carrero Blanco. Había que enfriar el descontento de las calles y acallar las redes sociales. Había que hacer caso omiso a las amonestaciones de la ONU para mantener a raya a los jóvenes de Altsasu y contener al independentismo catalán con falsas imputaciones terroristas.
A nadie le extraña que Esperanza Aguirre termine convertida en carne de mofa por espolear a sus feligreses para que corten la calle Ferraz. Sin embargo, es difícil no pensar ahora en los CDR represaliados por obstruir las vías del tren en Girona o en los dos centenares de personas procesadas por plantarse en medio de la AP-7 en La Jonquera. Por no hablar de Tamara Carrasco, condenada a un confinamiento preventivo de un año, o de Adrià Carrasco, empujado a más de mil días de exilio, ambos hostigados por fantasiosas acusaciones de terrorismo en un sumario que apuntaba a un corte de carreteras. Si Aguirre se permite el lujo de invadir la calzada es porque se sabe amnistiada de antemano. Todo por putodefender España.
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