Opinión
Los muros después de la caída del de Berlín
Por Lucila Rodríguez-Alarcón
Después de varios años sin ser capaces de controlar los cruces hacia la Alemania Occidental, la República Democrática Alemana, que estaba bajo control soviético, decidió construir un muro. El 'muro de la vergüenza' lo llamaron los occidentales, el 'muro antifascista', lo nombraron los otros. El muro es una narración arquitectónica que establece las características de unos y de otros, siempre según el lado de la valla de donde se mire.
En 1961, cuando se construye el muro de Berlín, apenas hay una decena de muros fronterizos en el mundo. El muro de la parte central de Berlín se construye en unos días durante el mes de agosto, luego los trabajos se alargan hasta concluir los 120 km que tendría al final. La construcción del muro generó un desgarro narrativo brutal, entre los berlineses, pero también globalmente: los soviéticos habían dividido Europa físicamente en dos.
Era impensable.
Como todos los muros, la construcción per se no impedía el paso de la gente, solo lo dificultaba. Es sencillo cruzar un muro inerte con tiempo y paciencia. Lo que convierte a un muro en algo infranqueable es la militarización del mismo. Las patrullas armadas que tenían órdenes de disparar convirtieron al muro de Berlín en una herramienta letal. Se desconoce cuánta gente fue abatida a los pies de la parte oriental del muro. Algunas estimaciones hablan de 5.000 personas en los 28 años que el muro estuvo en pie. La generación X vivió marcada por películas como Fuga de noche, producida por Disney en 1981, que narra la historia real de una familia que cruzó en un globo aerostático.
El 9 noviembre de 1989, hace ya 34 años, los berlineses empezaron a destruir con sus manos el muro, horas antes de la apertura oficial de la frontera. Las primeras imágenes llegaron esa noche a las televisiones de dos canales españoles, y el sentimiento de triunfo emocionado inundó los hogares, “se ha acabado con la barbarie, no más muertes, no más división, volvemos a ser una sola Europa, sin muro, con libertad”.
El sueño duró apenas siete escasos años. En 1996 se inaugura la valla de alambre de Ceuta y en 1998 el muro de Melilla. Con esto España abre la veda en la nueva construcción de muros fronterizos en Europa.
El 11-S marca una nueva era en la narrativa de la otredad y de la migración global, acuñando el marco que presenta a “los extranjeros” como peligros potenciales y pasamos de los 20 muros que había en 2002 a los más de 80 que se estima que blindan las fronteras del mundo en la actualidad.
En todos estos años no se ha observado ningún cambio sustancial en la utilidad del muro, que sigue siendo, como el de Berlín, incapaz de impedir el paso por sí mismo. El gasto es cada vez mayor, los sistemas de agresión inertes cada vez más sofisticados, pero ni las concertinas, ni las sirgas, ni los fosos han conseguido parar a nadie del todo. Las personas que han querido cruzar han desarrollado herramientas para superar todos los obstáculos. Lo único que es capaz de detener el paso de las personas son las fuerzas de seguridad. Pero a diferencia de quienes custodiaban el muro de Berlín, quienes custodian ahora los muros europeos no pueden matar impunemente “del todo”. Se puede asumir una masacre fortuita como se entiende que fue la del 24J Melilla, pero todavía sería difícil de justificar un tiroteo mortal. Así que hemos desplazado nuestras fronteras más allá de esos muros superferolíticos y pagamos a otros para que hagan el trabajo sucio fuera de nuestro supuesto espacio de control.
Nunca antes hubo tanta construcción militarizada. Nunca antes nos sentimos tan amenazados. Nunca antes quedó más flagrante que los muros solo sirven para crear un relato irreal de seguridad y otredad, donde todo es caos y estamos permitiendo que mueran personas inocentes, como lo eran los alemanes de la RDA.
Si los muros no sirven, ¿por qué se siguen construyendo? Eso habría que preguntárselo a todos los agentes de la industria del control migratorio que han ganado miles de millones de euros en los últimos años. Entre ellos está un pequeño puñado de empresas españolas, que crecen a costa del dinero público, en las que casualmente podemos encontrar a altos cargos de gobiernos pasados.
¿Existe alguna opción de cambio? Pues yo tengo mucha fe en nuestra sociedad y estoy convencida de que a base de contar esta historia una y otra vez, algún día pondremos fin a este sinsentido. Ya se empieza a hablar de la industria del control migratorio. Es cuestión de tiempo que la sociedad se canse y empiece a pedir explicaciones. El muro de Berlín tardó 28 años en caer... Pero cayó.
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