Opinión
¿Migraciones e inteligencia artificial corporativa?
Por Ekaitz Cancela
Periodista
-Actualizado a
Por Ekaitz Cancela (@ecanrog) // Ocurrió una tarde de verano de 2016 en el Real Instituto Belga de Ciencias Naturales. Google, una de las empresas más poderosas de Bruselas -con un gasto en lobby registrado de cinco millones de euros-, y Friends of Europe, un think tank renombrado por algunos organizaciones sociales como Friends of Big Corporations, organizaron un evento llamado '¿Cómo puede la tecnología ayudar en la crisis de refugiados?'. La pregunta llegaba en un momento de tensión en el que los Estados de la Unión Europea parecían haber cedido su capacidad política de intervención a la libre voluntad de los mares y las opiniones públicas se polarizaban entre el apoyo de vías legales y urgentes de llegada, o alimentar discursos, aún no instalados en tantos gobiernos, fuertemente antiinmigratorios y xenófobos.
En líneas generales, la farándula fue como otras tantas en Bruselas: unos cuantos tipos importantes se conocen, hablan y después ocurren cosas. Aunque entre canapés e iniciativas, se presentó un informe que recogía la siguiente frase: “Ya no se trata de cómo podemos ayudar al refugiado, de conseguirlo, se trata más de cómo podemos colocarlos en el centro de los servicios que brindamos. Tenemos la oportunidad de cambiar nuestro punto de vista sobre la ayuda, no para considerar a los refugiados como números que debemos gestionar, sino como usuarios que forman parte de la solución”. Este documento reivindicaba que, pese al presupuesto para ayuda humanitaria del bloque europeo era de 1.000 millones de euros, esta no estaba canalizada “en soluciones nuevas e innovadoras”. También apuntaba, no sin cierto cinismo -teniendo en cuenta quien financiaba el informe-, las posibilidades que ser perdían con tantos móviles conectados, es decir, dispositivos que generaban datos para quien utilizaba los servicios de un buscador, un traductor o cualquier otra herramienta de… Google.
En aquel año, este pequeño ejemplo vino acompañado de una retahíla de iniciativas corporativas bajo la que los benefactores de Silicon Valley, desde Cisco e IBM, hasta Uber o Airbnb, se presentaron como los grandes actores capaces de solucionar la crisis migratoria. Un año después, incluso la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y Google lanzaron una web informativa sobre la crisis de refugiados de Siria (¡como si Washington no hubiera puesto casi más esfuerzo en apoya la innovación tecnológica privada que en bombardear este país!). Esta empresa, mediante Google News Initiative, también ha financiado un Congreso de periodismo local con reconocidos activistas, periodistas de investigación e investigadores para alabar la relación entre el periodismo y los derechos humanos.
Entre tanto discurso corporativo cacofónico y estrategias de relaciones públicas que solamente sirven para justificar monopolios, un artículo extremadamente premonitorio realizaba la siguiente reflexión: nos dicen que “la tecnología puede estar en manos privadas, corporativas, que estas manos son tan suaves y generosas, tan humanas y humanitarias, que nos seguirán entregando (servicios gratuitos)”. Y yendo más allá de esta suerte de caridad made in California, añadía: "Sin embargo, si esperamos que las corporaciones asuman las funciones, no solo del estado de bienestar sino también de socorro humanitario, la ‘libertad como un servicio (de pago)’ se instalará como nuevo sentido común”.
Han pasado algunos años desde entonces. Aquellas empresas que entonces utilizaban una emergencia humanitaria -como lo es permitir que miles personas mueran intentado escapar de su lugar de origen-, ahora siguen acumulando una ingente cantidad de información sobre nosotros y su capacidad para diseñar servicios intensivos en inteligencia artificial está aumentando considerablemente. En este contexto hemos de colocar un reportaje del Financial Times que hablaba de las virtudes de esta tecnología para ayudar a los refugiados a construir una vida mejor encontrando un empleo. La solución, basada en este tipo de tecnología, fue apoyada por un estudio académico que apuntaba hacia una mejora de entre el 40% y el 70% en los resultados de empleo de los refugiados en relación con las prácticas de asignación actuales.
Este herramienta política es práctica, rentable y puede implementarse dentro de las estructuras institucionales existentes. De hecho, así lo entendió un economista de la Universidad de Oxford, y que diseñó un programa de inteligencia artificial llamado Annie para determinar dónde asentar a los refugiados que el Departamento de Estado estadounidense ha estado usando desde agosto. Si bien concluía que “es difícil imaginar a la administración de Donald Trump abrazando la idea de que las decisiones de los refugiados son importantes”, también indicaba que es “una perspectiva emocionante que las decisiones tomadas por una máquina podrían hacer que nuestra política futura sea más humana, y no menos.”
Resumiendo, no cabe duda que el desarrollo tecnológico esconde unas oportunidades sin precedentes para hacer, no más eficiente, sino más seguro y efectivo el flujo de personas migrantes de un lugar a otro. Sólo existe un problema: la economía e incluso la geopolítica que guía al mundo. Dado que los avances en inteligencia artificial están concentrados en un pequeño sector tecnológico, entre los cuales Alphabet (matriz de Google) es la empresa más poderosa, corremos el riesgo de que nuestros gobiernos se encunen cada vez más atados a gigantes proveedores privados de tecnología para resolver cualquier cuestión migratoria.
Además, en un momento en que el mito de la economía compartida se derrumba con tanta rapidez como ganan fuerza los servicios privados, pronto pocos podremos escapar de los efectos del capitalismo neoliberal que promueven estos imperios de los datos. ¿No sería mejor apoyar un mundo donde el libre flujo de personas fuera una prioridad mayor que el libre flujo de recursos (datos) hacia un gueto económico (californiano)? No cabe duda de que la tecnología para hacerlo posible ya se encuentra disponible.
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