Opinión
Jenni Hermoso ya está sentenciada
Por Marta Nebot
Periodista
-Actualizado a
No quise escribir sobre ella. Ya lo había hecho todo el mundo. Quedaba poco que decir, me dije. Y, sin embargo, ahora que ha decidido denunciarlo se me han ocurrido algunas cosas que no he leído.
Después de pensárselo mucho ha decidido pasar por el juzgado y, para empezar, me voy a atrever a reconocer que no siempre es lo más aconsejable, aunque siempre sea lo más políticamente correcto que aconsejar. En su caso creo que hace bien porque tiene poco que perder: ella, haga lo que haga, ya está sentenciada de por vida. Jennifer Hermoso nunca dejará de ser la del "pico". Para unos, una pobre víctima; para otros, una provocadora oportunista. Más allá de unos y otros, en lo que quiero poner el foco es en que ya está marcada por Rubiales con una marca imborrable e irreversible. No se la va a quitar ni bañándose en lejía. Su pena de telediario va a ser cadena perpetua infinita. Tendría que dejar el fútbol e irse a vivir muy lejos –como Nevenka con este país y con la política–; tendría que esperar años y años a que el gesto que jodió una gesta o su cara y su nombre se olviden y se borren de la memoria colectiva. Para eso –sé lo que digo, salvando las distancias– hace falta mucha paciencia y mucho tiempo.
No me gusta recordarlo porque, como digo, las víctimas de este tipo de agresiones quedamos marcadas de por vida y en mi caso estoy tan harta de la marca que sólo la menciono si creo que hacerlo tiene algún sentido. Así que, como #Tod@sestamosconJenni y #Seacabó, me toca rememorar que José María Aznar me metió un bolígrafo en el canalillo, delante de una cámara de televisión, como respuesta a una preguntita. La cuestión era puñetera y se la lancé aunque no las admitía. Le pedí que me firmara el libro que andaba presentando para colarle la pregunta del millón sobre por qué había llamada a ETA “movimiento vasco de liberación”, cuando siendo presidente intentó pactar, sin éxito, el fin de la banda terrorista. Como réplica me llevé su sonrisa sarcástica y su banderilla en semejante sitio para devolverme el bolígrafo con el que me había firmado el libro de Andrés Pastrana, ex presidente colombiano, que rubricó aunque no lo había escrito.
Desde entonces todos los que me conocen y saben lo que me ocurrió me han preguntado cómo me sentí y –muchos– por qué no le di un guantazo.
Me quedé perpleja y preferí contarlo. Me giré y se lo expliqué a la cámara que estaba grabando.
Estos días he meditado sobre en qué pensó y sintió Jenni en mitad de semejante celebración. Yo lo que recuerdo es que me sentí muy incómoda, humillada, ultrajada. Sin embargo, en aquel momento dudé seriamente sobre si el asunto tendría trascendencia. Me fui de la Casa de América, donde había sido la presentación del libro, dudando de si en mi programa lo emitirían. Hace diecisiete años de aquello. Poder denunciarlo no era una opción, era fantasía. Aznar nunca se disculpó y, durante años, me tocó ir a hacerle preguntitas, siempre con un jersey de cuello alto y cierta inquina.
Una vez emitido me localizaron los de El País para que les contara cómo lo estaba llevando. Les ofrecí contarlo yo y escribí mi primera columna poniéndolo a caldo. Contesté a las radios que me llamaron. En mi programa, Noche H, en el Cuatro de Prisa, también le dimos fuerte y flojo. El verano siguiente publiqué un anecdotario machista con la historia patria de este tipo de “anécdotas” en un periódico (Público), porque nadie quiso el libro –entonces el feminismo no vendía–. Me premiaron por ello asociaciones feministas y con todo eso me quedé satisfecha, a pesar de haberme quedado con la torta sin dar escociendo de por vida.
Todavía hoy confieso que me irrita cuando alguien se da cuenta de que soy “la del boli”, aunque lo que llevo peor es que se me cuestione por no haberle abofeteado en el momento.
No lo hice, como no lo hizo Jenni y como no lo hacen ni lo harán muchas hasta que pase más tiempo. Porque no estamos entrenadas en reaccionar a las agresiones y sí, hasta el tuétano, a ser socialmente correctas y, ante la duda, sonreír y poner tierra de por medio. Después es cuando, tras cuestionarnos y repasar los hechos, empieza a hervir la rabia y nos hacemos conscientes del tamaño de la ofensa, de la ignominia.
Cuando me pasó lo de Aznar ya tenía treinta años y había dado tres o cuatro guantazos en mi vida. Empecé a darlos cuando me cansé de que me tocaran el culo por la calle o en alguna discoteca. Me di cuenta de que después venía lo peor, cuando me inundaba la impotencia. Así que llegué a la conclusión de que tenía que responder en el momento con la misma moneda para evitar revolcarme después en remordimientos infinitos. Una de las veces di dos seguidos. De camino a la barra, atravesando la pista entre cuerpos que bailaban, me agarraron el culo y, sin pensar en nada más, me giré y le di un sopapo al que tenía más cerca. Recuerdo que se agarró la mejilla y dijo: “Yo no he sido”. Así que le di otro al de al lado y seguí mi camino.
Aquella fue la única vez en que después de una cosa de éstas no me sentí indefensa.
Cuando te pasa algo así lo mejor es hacer con el limón limonada y cada una tiene su receta. Hay que darle la vuelta a lo ocurrido para no sentirte tan vulnerable y desdichada. Supongo que por eso Jenni denuncia a pesar de ser consciente de que es probable que Rubiales solo pague una multa o vaya a un cursillo. Su limonada será la sentencia que diga que es culpable y que, además de hacer lo que hizo, intentó por todos los medios que le cubriera y, cuando no lo consiguió, de culparla a ella.
Estamos contigo, Jenni. Te ayudaremos a sobrellevar tu sentencia no preguntándote por ella y, gracias a cómo hemos cambiado, esta vez él también tendrá su pena.
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