Opinión
Dime un solo derecho, venga, dime, dime
Por Oti Corona
Maestra y escritora
En cuanto me di cuenta de que la realidad es una estafa, acudí al juzgado de guardia. Me atendió un juez con pinta de enterrador que me dijo que sí, que tenía un fallo de fábrica y que no había nada que hacer, pues la garantía había caducado allá por los ochenta. “Nos toca salir adelante como sea”, añadió. Me dio rabia ese “nos” porque la realidad suele favorecer a los jueces con pinta de enterrador. He llamado a muchas puertas desde entonces. Escribí a Facua, al Defensor del Pueblo, a la Casa Real y al Ministerio del Interior. Solo dos de estas instituciones —no diré cuáles— me dieron respuesta: una se encogió de hombros y la otra me hizo un corte de mangas de los que suenan, de los de la mano que choca contra el antebrazo.
El día a día no se recoge en los documentos oficiales. Nos guiamos por una Carta Magna según la cual todos somos iguales ante la ley sin discriminación por razón de blablablá. Sin embargo, ahí está la brecha salarial de veinte puntos, ahí está la hora de más que dedican las mujeres a las tareas domésticas, ahí está el acoso sexual, ahí están los prostituidores (masculino no genérico) y las prostitutas, ahí está la explotación reproductiva. Ahí está la realidad, tan emperrada en llevarle la contraria a los papeles.
En esas llega José Carlos, molesto porque en las noticias vuelven a hablar del rollazo de la igualdad, y te exige que le digas un derecho, uno solo, que tengan los hombres pero no las mujeres. Se refiere a un derecho por escrito, claro. No mencionará, por ejemplo, el derecho a salir a la calle sin miedo a que un señor te toque el culo. Tampoco el derecho a que no te interrumpan cuando hablas —más del doble de veces se interrumpe a las mujeres que a los hombres cuando tienen la palabra— o a que más padres se impliquen en la crianza para que menos mujeres tengan que reducirse la jornada. Podríamos hablarle del artículo 57 de la Constitución, ese que antepone el varón a la mujer en la sucesión al trono. Es más, podríamos debatir sobre la idea patriarcal de la sucesión y del trono en sí, pero José Carlos no está preparado para esa conversación.
Lo que quiere José Carlos es demostrarte que el machismo es cosa del pasado, ¿ves? Si hasta hay una víctima de violación que da la cara, la vergüenza ha cambiado de bando. Se refiere a Gisèle, una mujer que merece un monumento pero que sobre todo merece justicia y ya veremos. Ya veremos. Por cierto, las comparaciones son odiosas pero cuánto respeto hacia Gisèle por parte de casi todos y qué poquito hacia las víctimas del presunto violador Rafa Mir y sus presuntos secuaces: una conocida tertuliana se atrevió a decir que vale, violar está mal y eso, pero que las chicas no deberían asumir el riesgo de irse a un chalet a pasarlo bien a las cinco de la madrugada. Y es que aún hay violaciones malas y no tan malas; si quien viola es el marido que, según nuestra sociedad para nada machista, debería proteger a su esposa, y lo hace en el lecho conyugal y acompañado por otros hombres, y además existen pruebas irrefutables, y su mujer no había bebido y es lo suficientemente fuerte y valiente como para no derrumbarse en el proceso, entonces tenemos que estar al cien por cien con la víctima. Distinto es una chica joven que sale a divertirse y encima si el presunto violador es futbolista. Como ha dicho el entrenador de Mir, “puede no hacer las cosas bien y hay que darle una segunda oportunidad”. No se refiere a que haya fallado un penalti, ojo. Se refiere a la denuncia por violación.
“Dime un solo derecho que tengamos los hombres pero no las mujeres”, ladra José Carlos mientras un alcalde del PP canturrea la agresión sexual a una niña, pero dímelo, venga, dime un solo derecho, rebuzna, mientras un hombre le amputa la mano a su mujer en plena calle, vamos, uno, uno solo, continúa, mientras un jurado declara finalista a un condenado por maltrato de Vox en un premio literario sobre la igualdad, pero a ver, dime un derecho, ajá, ves, ves, ya hay igualdad, victimistas, que sois unas victimistas. José Carlos no quiere saber cuántas veces te preguntaron en una entrevista laboral si piensas tener hijos, cuántas empleadas del hogar trabajan como internas sin contrato ni a cuántas mujeres han agredido sexualmente en los buques adscritos al CSIC. Para él la realidad es una zona segura a la que no alude jamás si no es para mentir o tergiversar, porque el machismo ya no existe, solo está en nuestras cabezas, mira, ves, lo pone aquí, en este papelito.
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