Columnas
Denuncia de transfobia en el Congreso
Por Vivi Alfonsín
Escritora y activista por los derechos de las personas migrantes
Sobreseimiento. Archivo. Anulación. Un juez que decide sobreseer una acusación de transfobia. Una comisaría donde la denunciante relata de manera detallada unos hechos que más tarde verá minimizados en los antecedentes de hecho que constan en la sentencia. Un policía de control de accesos que decide, repetida, violenta y conscientemente, en un espacio público donde ostenta el poder que le otorga su cargo, quizás presintiendo que luego será amparado por las estructuras patriarcales, agredir verbalmente a una mujer.
La respuesta proviene del Juzgado de Instrucción Nº30 de Madrid y los hechos, tanto la toma de declaración cuya contundencia desapareció en la denuncia, como la agresión verbal, ocurrieron en el interior del Congreso de los Diputados y Diputadas. Ese lugar que debería garantizar los derechos de toda la ciudadanía.
Era primera hora de la tarde del 9 de abril de 2024. Varios grupos de activistas por los derechos de las personas migrantes nos dábamos cita en las puertas del Congreso para asistir a la toma en consideración de la Iniciativa Legislativa Popular Regularización Ya. Reencuentros, saludos nerviosos, la ilusión de una lucha de años ante un hito fundamental en el trámite parlamentario. De obtener un resultado positivo, la regularización extraordinaria de más de medio millón de personas que viven y trabajan en España en situación administrativa irregular estaría más cerca.
En la entrada de la calle Zorrilla había una pequeña cola formada por integrantes de Regularización Ya, SEDOAC, Valiente Bangla, Colectivo de Prostitutas de Sevilla, AFEMTRAS, Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, Caminando Fronteras. Nos acompañaba, así mismo, la ex diputada de Esquerra Republicana de Catalunya, María Dantas, quien ha apoyado de forma incansable la lucha por la regularización de las personas migrantes y los derechos de las personas trans.
En el acceso, la estrecha puerta lindaba con un escáner y una taquilla donde las asistentes íbamos dejando nuestras pertenencias antes de tomar las escaleras que nos conducían a las gradas superiores. La entrada, por tanto, se produjo de manera individual. Tras el escáner, un policía recibía a la persona y le indicaba los pasos a seguir. Todo transcurría según lo previsto hasta que el agente de control se encontró con nuestra compañera Beyoncé. Curiosamente, fue a ella y no al resto a quien decidió llamar la atención por su comportamiento en la zona de acceso. Comportamiento que no distó en ningún momento del que tuvimos las demás. Un poco de nervios, expectación y, por encima de todas las cosas, una elevada dosis de mesura.
‘Tranquilo, chico’, fue lo primero que el policía espetó a Beyoncé. ‘Tranquila’, lo corrigió ella en el acto, ‘debes decirme tranquila’. Pero el agente desoyó deliberadamente la corrección. Para demostrarlo, aunque sin dudas escuchó a la mujer que tenía delante, repitió una docena de veces la orden dada en masculino. ‘Tranquilo, tranquilo, abre el bolso’, a lo que la denunciante contestaba una y otra vez, sin amilanarse, que no podía referirse a ella en esos términos. El agente dedicó varios minutos a tratar a Beyoncé como un hombre y ella los dedicó a defenderse, pero el pleno de la toma en consideración estaba a punto de comenzar y Beyoncé subió, como hicimos el resto, a esas bancadas desde las que se puede asistir en directo a la actividad política, pero no se puede celebrar, increpar ni hacer otra cosa que escuchar con la boca cerrada.
En el hemiciclo estaban las representantes parlamentarias. Para nuestra sorpresa, y como tónica general, más pendientes de sus teléfonos móviles que de lo que allí se debatía. Los discursos en torno a la ILP Regularización Ya se sucedieron en el tono previsto, con argumentos favorables o tibios de todos los partidos políticos a excepción de la ultraderecha. Todavía faltaba la votación final, que se produjo a última hora de aquella tarde, tras una ardua actividad de negociación política, apoyada con una concentración a las puertas del Congreso convocada por colectivos y activistas antirracistas. En suma, una jornada de conversaciones urgentes y acuerdos de última hora con los grupos parlamentarios, declaraciones a la prensa y momentos de tensión. Sin embargo, una de nosotras tenía motivos para añadir rabia, impotencia y dolor a su estado de ánimo.
Durante la tarde, tras el episodio de transfobia sufrido, Beyoncé no había podido quedarse tranquila. Ninguna de nosotras lo estaría. La habían privado de atender con todos sus sentidos a un acto relevante para su trayectoria personal y comunitaria como militante antirracista. La privaron, igualmente, de participar con plena y merecida presencia de la celebración posterior. Estaba sentada en las gradas, pero, de alguna forma, no estaba allí. Al terminar la votación comunicó a varias compañeras la decisión de interponer una denuncia por lo ocurrido. María Dantas informó de ello y en poco tiempo se inició un diálogo entre la afectada y el personal de seguridad. La primera parte de la conversación ocurrió en el exterior de las gradas. De ahí, tras aseverar su voluntad de denunciar, Beyoncé, María Dantas y yo, seguimos al personal de seguridad a un salón apartado, dotado de cierta privacidad y boato, donde la afectada describió la agresión tránsfoba. Entre otros agentes, estaba Concepción Ramos del Olmo, titular de la Comisaría Especial del Congreso de los Diputados, el Defensor del Pueblo y el Tribunal de Cuentas. Tras escuchar el relato de los hechos, convenir en que se trataba de una agresión de transfobia, con el agravante de haberse producido en una entidad pública y por parte de un servidor público, se requirieron referencias concretas del agresor para identificarlo entre la nómina de posibles. Llegadas a este punto, la propia Ramos del Olmo sugirió a Beyoncé una especie de acuerdo: olvidar la decisión de denunciar a cambio de que el agente le pidiera disculpas cara a cara en ese mismo salón. En su propuesta, la comisaria insistió en varias cuestiones. De una parte, el reconocimiento de lo sucedido como agresión, pero añadiendo, pese a la contradicción intrínseca que ello planteaba, que jamás había pasado algo semejante en ese contexto, que con los protocolos existentes era imposible que algo así sucediera tras los muros de la institución. De la otra, daba su palabra de que no volvería a ocurrir nunca más.
Pero Beyoncé conocía sus derechos. Una larga trayectoria de activismo, vivencias personales y colectivas en torno a las desgarradoras violencias que sufren las personas trans la amparaban. Las disculpas ofrecidas en un espacio privado, las promesas de establecer mecanismos de control no públicos ni auditables jamás lograrían evitar que se repitieran agresiones verbales y de cualquier índole hacia las personas trans en el Congreso. En enero del año que termina, Eugeni Rodríguez, presidente del Observatorio contra la LGTBIfobia declaraba con relación al contexto catalán: "Es muy alarmante que una de cada cuatro personas agredidas sea una persona trans, especialmente mujeres". Y ampliando su análisis al Estado español, añadía: "La sociedad está polarizada con respecto al colectivo LGTBIQ+, pero la polarización aumenta cuando hablamos de la Ley Trans. Se ha generado un movimiento inmenso en contra de estas mujeres". Una oleada de discursos de odio que ya no proviene solo de la extrema derecha. "Me refiero a ciertos sectores del feminismo y sus campañas aberrantes. Cuando el discurso de odio se institucionaliza, los contrarios al colectivo se sienten legitimados para ejercerlo". Para la Federación Plataforma Trans, es urgente dar cumplimiento del artículo 34 de la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, que hace alusión a las responsabilidades de las instituciones en velar por la igualdad de las personas del colectivo.
Amparada por dicha ley, Beyoncé estaba determinada a tomar la responsabilidad de recomponer la justicia social que tantas veces había fallado a ella misma y a otras compañeras y compañeros en situaciones análogas. Hacerlo en un contexto que involucraba desde la policía hasta los órganos de representación pública de la ciudadanía redoblaba su significado. Históricamente, la policía ha sido, y sigue siendo, una fuente de violencia para las personas trans, máxime si éstas ejercen cualquier tipo de actividad laboral en las calles, en especial la persecución y criminalización del trabajo sexual, sujetas a vejaciones y arbitrariedades bajo el paraguas de la Ley Mordaza y la Ley de Extranjería.
Dimos por concluida la conversación y nos condujeron a la comisaría del Congreso, donde dos agentes distintos de los anteriores tomaron declaración a Beyoncé. Desde el principio, resultaba obvio que el agravante había sido la insistencia del policía en tratarla como un hombre, hecho que prueba que no incurrió en error alguno, sino que fue una decisión premeditada, ejecutada voluntariamente con el objetivo de menoscabar la identidad de la agredida en tanto que mujer y ciudadana. Un aspecto clave ratificado por María Dantas, interpelada esa misma tarde por un ujier que había presenciado los hechos y los había tachado de inadmisibles. La declaración en comisaría se extendió hasta altas horas de la noche, fue necesario repetirla en aras de plasmar con veracidad la reiteración intencionada de transfobia. Salimos de allí de madrugada. La denuncia debía seguir su curso y solo quedaba esperar la respuesta de la justicia.
Meses más tarde, cuando llegó la notificación de los juzgados, la violencia del episodio se redobló con intensidad. Según hemos expuesto, para el juez no resultaba debidamente acreditada la perpetración de infracción penal alguna, por lo que incoaba diligencias previas y acordaba su sobreseimiento provisional. No sabemos en qué parte de la cadena se perdió el señalamiento de la repetición deliberada de la agresión verbal. El tratamiento en masculino fue propinado a Beyoncé en reiteradas ocasiones, a pesar de que es una mujer que insistió en ser tratada en el género adecuado, exigiendo el estatuto de plena ciudadanía que le pertenece.
La revista Subalternas publicaba en 2023 un artículo donde la escritora y periodista cubana Mel Herrera, subrayaba: "Un transfóbico de manual tiene complejo de biólogo y, en realidad, no está interesado en debatir. De entrada, si las bases de ese debate están dañadas o parten de un insulto o invalidación de la existencia, agencia, posibilidad de humanidad y de derechos de la otra parte, no hay debate posible. Cuando desde el inicio, mi interlocutor me anula, ofende, reduce, estigmatiza, el debate deja de ser válido. ¿Por qué tendríamos que someternos a esta táctica de desgaste? ¿Cuánto hay que repudiarse o malquererse para caer en la trampa narcisista y ególatra del debate objetivo, racional, “civilizado”, mientras los portadores de tales ideales te reducen, deshumanizan, ofenden y humillan? Nada nuevo habremos visto en nombre de esas ideas de objetividad, racionalidad y civilización".
Tal como defendió Beyoncé al negarse a minimizar el impacto de lo sucedido aceptando un intercambio privado, la transfobia no puede tratarse de una conversación, un falso debate que termina reduciendo un delito punible a unas disculpas. Denunciar es la única vía para que los delitos de transfobia sean juzgados y erradicados del espacio social que compartimos. En una charla telefónica posterior al veredicto del juzgado, Beyoncé apuntaba: "se quejan de que las mujeres no denunciamos, pero la infradenuncia termina ocurriendo porque no se hace caso a las denuncias, porque los mecanismos no funcionan como herramienta de protección, en este caso para las mujeres trans". Considera que el juez y los agentes que decidieron reducir el impacto de los hechos han pasado por encima de lo que declaró, reiterando, desde su espacio de poder, la agresión tránsfoba perpetrada por el policía del control de accesos. Su objetivo, asumiendo la responsabilidad civil y política que le corresponde, era denunciar para que no volviera a repetirse. Pero otra vez la justicia nos ha defraudado en el cumplimiento de su mandato para proteger a Beyoncé, a las personas trans y al conjunto de la sociedad que aspira a entornos libres de transfobia.
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