Opinión
Unos a las cuevas, otros al Parlamento y otros a la carretera
Profesor de Ciencia Política en la UCM
-Actualizado a
Si propugnamos la fraternidad, ¿por qué nos la pasamos peleándonos entre nosotros?
Si participar activamente en un partido transformador es formar parte de una aventura guiada por la fraternidad, ¿por qué la historia de la militancia de izquierda es una historia siempre trufada de confrontaciones, odios, escaramuzas e incluso horrores? No debiera extrañar en la derecha (en España hemos visto cómo incluso han tirado de pistola para solventar cuitas y quién sabe si Pablo Casado no hubiera terminado, como tanto testigo de la corrupción, no pudiendo ser testigo de nada si hubiera perseverado en sus críticas). Pero en la izquierda, ¿no se trata de dejar el mundo mejor que como lo hemos encontrado? ¿Y de verdad que alguien cree que se mejora empeorándolo en ninguna forma, aunque sea purgando a tu compañero?
Decía la expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner que el mejor lugar para un joven es "estar militando en una organización política”. Uno imagina la juventud como ese lugar de entrega y generosidad y entiende la bondad de esa propuesta. Hay una mística de lo colectivo que solo se aprende conviviendo juntos y juntas en organizaciones cuyos objetivos son más grandes que el egoísmo individualista. La organización de la clase obrera coincidió con tiempo de guerras. Militante viene de militans, el que se prepara para la guerra. Como expresión de quien se adhiere a una organización y sus fines -políticos, culturales, teatrales, poéticos, feministas, ecologistas- es una palabra mejorable. Pero no tenemos, de momento, otra.
Pero no todo es tan sencillo. Cuando uno escucha a los vástagos del Partido Popular ofreciendo, ya desde jovencitos, prebendas a los suyos -recientemente copas y chupitos gratis en las discotecas para los que tengan el carnet del PP, como ha defendido el secretario general de las Nuevas Generaciones-, quizá habría que añadir que la virtud estaría en militar en sitios donde la generosidad y el altruismo sean el objetivo, y no en cualquier tipo de organización. Los cachorros del PP podrían habernos sorprendido con propuestas para frenar, pongamos que el calentamiento global o la vivienda juvenil. Pero no: si eres del PP, en las discotecas todo será un poco más fácil.
Pasarte la juventud en el Ku Klux Kan, en los Legionarios de Cristo, en un partido de extrema derecha, en una organización terraplanista o en la mafia, lejos de producir conexiones neuronales pertinentes para una vida respetuosa con los demás imagino que debe generar cortocircuitos e incluso lesiones que se manifiestan después en las probadas inhabilidades incluso para escribir unos pocos objetivos políticos en una hoja de papel. A las diferencias entre un conservador y un neoliberal hay que ir añadiendo la inteligencia.
No descarto que ofrecer copas gratis en las discotecas tenga más éxito entre algunos jóvenes que un bono cultural para ver cine o teatro, aunque estoy convencido de que esos mismos jóvenes, cuando entren en la treintena y vean las consecuencias de las políticas de "libertad contra comunismo", pedirán cuentas a alguien. Llegado el caso, seguro que la derecha intentará que el cadáver del Cid redivivo, expresado en alguna presentadora televisiva, le eche la culpa a la izquierda para que los responsables se vayan de rositas. No va a ser fácil engañar a tantos tanto tiempo, pero si la izquierda no alegra esa cara -sin caer en la sonrisa hueca- le van a comer otra vez el bocadillo.
La militancia implica la puesta en marcha de objetivos comunes a través de un trabajo colectivo que, en el caso de la izquierda, tiene que ver con acabar con algún tipo de injusticia. Entonces, ¿por qué la militancia en los partidos progresistas genera tanto ruido en la interna?
¿Qué no cuenta la ciencia política de los partidos políticos?
Es un hecho que la teoría de partidos políticos rara vez incorpora en sus análisis las luchas internas fratricidas, algo que forma parte del día a día de estas organizaciones y que, junto a la funcionarización, al tiempo que expulsa a los militantes con el estómago más delicado, contribuye a la desafección de la ciudadanía respecto de los partidos.
Esas luchas, a veces motivadas por cuestiones ideológicas, por lo común están atravesadas por desencuentros personales (que pueden implicar lecturas diferentes de lo que hay que hacer, pero, por lo general, nada que no se pudiera solventar hablando). Aún menos estudia la academia los intereses mezquinos, los puñales, las filtraciones y mentiras de por medio, que florecen, especialmente en tiempos electorales, cuando los cuadros en busca de un cargo compiten con otros compañeros de filas por recursos que, por definición, son escasos.
Los politólogos, cada vez más prescindibles, suelen preferir contar votos -con rigor, esto es, sin la portentosa imaginación interesada de José Félix Tezanos, el director del Centro de Investigaciones Sociológicas-, y no terminan de entrar en las cocinas partidistas ni en asuntos de ideas y modelos de democracia. No vaya a colárseles la ideología y no prosperen en la academia. He escuchado a profesores decir que palabras como “neoliberalismo” o “capitalismo” son ideológicas, pretendiendo que “libre comercio” o “economía de mercado” no lo son.
Muy al contrario, la historia de los partidos políticos y, con más frecuencia, las biografías (y autobiografías) políticas, dedican buena parte de sus páginas a arreglar cuentas con los propios, en una historia de divergencias que termina en alguna suerte de guerra civil, purgas, expulsiones, difamaciones, abandonos y traiciones. Por supuesto, las autobiografías siempre mienten o, en el mejor de los casos, exageran y silencian.
Parece que la izquierda se pelea más que la derecha, pero no me atrevería a decir que eso sea cierto. Las terribles purgas de Stalin no tienen nada que envidiar a la noche de los cuchillos largos (1934), donde Hitler no solo asesinó al ala izquierda del nacional-socialismo, sino que también asesinó a los conservadores que le veían como un advenedizo. Aznar purgó bien y bien purgó Rajoy. Purgó, en consecuencia, Pablo Casado antes de ser él mismo purgado (quién se acuerda de Soraya Sáenz de Santamaría). Lo que hace mejor la derecha es solventar sus asuntos de manera más discreta, pues cuenta con la amable cortesía de los medios de comunicación, de los servicios de inteligencia, de comisarios corruptos y de jueces.
Es conocida la sentencia atribuida al expresidente italiano Gulio Andreotti, de que “Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y... compañeros de partido". Tampoco es tan extraño. Con los adversarios políticos del campo contrario se choca en las elecciones, en el Parlamento -con reglas tasadas- y en los debates, además de que su existencia justifica la propia. Sin embargo, con los propios, con los que se milita, se confronta tantas veces como se va a las reuniones, son los que te conocen y te hacen más daño personal, los que envidias y quienes te envidian, los que tienen los mismos argumentos generales y similares lecturas. Son con quienes disputas los puestos internos y los externos, y nunca odias tanto al candidato de otro partido que te ha derrotado en las elecciones como al compañero que te ha “robado” la candidatura a la Presidencia del país. A menudo, además, fueron en algún momento amigos (e incluso amantes), lo que acentúa la condición de “traición” con la que miras a tu compañero de militancia o de espectro ideológico.
El que gana, dirige; el que pierde, acompaña
Esas desavenencias solo las solventa la auctoritas del liderazgo máximo. Por eso, cuando la pugna es en lo más alto, suele desembocar en que el perdedor termina marchándose. Salvo que haya inteligencia política y, a fuerza de desperdiciar recursos con esas salidas, se busquen fórmulas para evitar las deserciones. El peronismo lo tiene muy claro cuando afirma que “el que gana dirige, el que pierde acompaña”.
En México se venía discutiendo ese comportamiento implacable de los ganadores, que hacía que los que disputaban el puesto a presidente y perdían terminaban teniendo que cambiar de partido. La idea de que “el que gana no lo gana todo y el que pierde no lo pierde todo” la ha aplicado el presidente López Obrador en la suerte de primarias para su sucesión que tendrán lugar en agosto (en México no hay reelección), garantizando ya a los que queden segundos, terceros y cuartos espacios de dirección en el congreso, en el senado y en el gabinete. En vez de desperdiciar liderazgos, incorporarlos.
En España, Podemos lo intentó (para romper lo que había pasado en el PP con Soraya Sáenz de Santamaría y en el PSOE con Eduardo Madina) encargándole a Íñigo Errejón, el perdedor de Vistalegre II, que fuera el cabeza de lista a la Comunidad de Madrid por la franja morada. Pero el líder de Más País, mal lector del peronismo, decidió en secreto organizar su propio partido, anunciándolo la víspera para que Podemos no tuviera tiempo de organizar una alternativa. Ese desencuentro persigue a Podemos, a Más País, a Más Madrid y a Sumar hasta hoy, con resultados inciertos de cara a las elecciones del 23J. Las heridas se curan o se gangrenan; raramente se olvidan.
La convivencia humana no es sencilla. Que se lo digan a una comunidad de vecinos o al matrimonio. Los partidos son un horror… con la excepción de cualquier alternativa política personalista. Y son aún peor cuando en vez de muchos hay solo uno.
Los desencuentros airados dentro de los partidos tienen casi siempre que ver con expectativas frustradas. Esas expectativas pueden tener razones ideológicas o desencuentros en la táctica y la estrategia, pero con mucha frecuencia tienen que ver con la disputa por cargos de dirección en el partido, igual que con cargos institucionales y con trabajos (remunerados) vinculados a la actividad del partido. A través de estos asuntos materiales o ideológicos es por donde las élites aprovechan para fraccionar a la izquierda, aislando a los menos dispuestos a rebajar su crítica, confundiendo a los idealistas (a veces haciéndoles romper “por la izquierda” alimentando su diferencia), comprando a los oportunistas y negociando con los “realistas”.
Algo que no gestiona bien la izquierda, y es notable en los nuevos partidos, son las relaciones humanas. Los partidos más asentados tienen protocolos claros, no argumentan sobre comportamientos morales o supuestas coherencias ideológicas (que es por donde se enmascara el autoritarismo o, cuando menos, la soberbia). Hay protocolos bien definidos y probados en el tiempo y que se aplican, así como órganos que deliberan, discuten, se reúnen y votan. El acoso a las fuerzas de la izquierda por parte de las élites suele tener una victoria encubierta: convertir a esos partidos en fuerzas obsesionadas por los enemigos exteriores e interiores, lo que les lleva a cometer terribles horrores e, incluso, como en una profecía autocumplida, dando la razón a los que te acosan. La convivencia humana no es sencilla. Que se lo digan a una comunidad de vecinos o al matrimonio. Los partidos son un horror… con la excepción de cualquier alternativa política personalista. Y son aún peor cuando en vez de muchos hay solo uno.
De frentes amplios y partidos-movimiento: Sumar y Podemos
En el siglo XXI, es prácticamente imposible que ninguna fuerza de izquierda represente en solitario a una sociedad donde casi todo el mundo tiene criterio, aunque equivocado, sobre muchísimas cosas. Contrasta el desinterés por las cosas colectivas con la cantidad de “certezas” o “intuiciones” que tiene mucha gente sobre la marcha de su sociedad (y ahí caben los bien informados como los terraplanistas, conspiranoicos, científicos convencidos de que nos fumigan, filósofos enamorados de sí mismos, testigos de las armas de destrucción masiva o probos ciudadanos que conocen a un inmigrante que cobra el bono social y tiene un Porsche. O dos.).
Los partidos, que en la segunda mitad del siglo XX ayudaron a articular la voluntad colectiva, tienen que volver a ayudar a conformarla. En su pluralidad. En competencia con los medios de comunicación y las redes sociales. Instrumentos de intermediación que, junto con los propios errores de la izquierda, han llenado Europa de frustrados, egoístas, atemorizados, negacionistas de evidencias y odiadores envidiosos.
No creo que nadie aprenda hoy de la experiencia del fracaso de la izquierda. Nadie escarmienta en cabeza ajena. Aunque, a veces, brilla un rayo de luz. Es de una generosidad enorme que la dirección de Podemos, en un momento de posible involución política en España, en vez de mandar a Sumar a paseo (argumentos tenía), haya decidido, entre otras cosas, asumir el veto a parte de sus principales cuadros, aceptar puestos de salida que pueden perfectamente no serlo y desaparecer prácticamente de Andalucía, Catalunya, Madrid y Comunidad Valenciana (donde otras fuerzas, además, se presentan con sus propias siglas). No es nada fácil para una fuerza de izquierda justificar que, cuando la caverna ataca a sus líderes políticos, la opción es retirarles el apoyo, aun más en el fragor de las redes celebrando "la derrota" o con los miembros de la "izquierda ganadora"-o sus periodistas estrella- jugando a humillar. No ha debido ser nada fácil para la dirección de Podemos permitir que partidos que, a día de hoy, tienen un solo diputado estén en la lista de Madrid por delante de la secretaria general de Podemos, que ha tenido, como Unidas Podemos, 35 diputados en la anterior legislatura.
Economistas que, pese a fallar en el 100% de sus predicciones, siguen cobrando por jugar a adivinos o sociólogos alquilándose para que las encuestas digan lo que interesa a sus pagadores.
La alternativa podía estar llena de dignidad, pero demasiada gente no la habría entendido. Al menos ahora. Esa generosidad le permite a Podemos, y en concreto a Ione Belarra e Irene Montero, intentar la reconstrucción de la franja morada después de las elecciones del 23 de julio.
La izquierda se la juega en los diagnósticos. Ojalá la academia brindara una mirada no ideológica que fuera respetada por la sociedad. Aunque, como digo, cuando vemos a filósofos que en vez de amar la verdad se aman a sí mismos y sus cacofonías, a politólogos que siguen defendiendo el bipartidismo, a economistas que, pese a fallar en el 100% de sus predicciones, siguen cobrando por jugar a adivinos o a sociólogos alquilándose para que las encuestas digan lo que interesa a sus pagadores, la esperanza se diluye.
El momento más luminoso de Podemos fue cuando había diferentes opiniones en su seno y, tras debatirse todos los puntos de vista, salía como consenso la síntesis más virtuosa. Cuando termine la campaña electoral, donde Podemos tiene que darlo todo apoyando a Sumar y a Yolanda Díaz, deberá empezar a dedicarle tiempo a organizarse como partido-movimiento. No repetir el error de juntar cuadros institucionales y cuadros del partido, ganarse, a fuerza de argumentar y debatir, que las ideas del partido sean las que expone la dirigencia y no las que vengan de fuera, recorrer todo el país pueblo a pueblo, escuchar a los círculos como la parte más democrática de la organización, interceder en las disputas en los territorios sin expulsar a nadie, aprender a desterrar la soberbia y a decir “me he equivocado”.
Movimiento Sumar, aunque quiera constituirse en partido, no va a poder ir más allá de ser una coalición electoral (el frente amplio que venimos defendiendo). A día de hoy no tiene ni cuadros ni liderazgos ni estructura ni cohesión ideológica. Las partes territoriales de Sumar han demostrado, además, que su principal interés está precisamente en los territorios. Si ayuda a lograr repetir los 35 diputados de Unidas Podemos, bienvenido sea.
Pero Podemos, la fuerza que nació de las calles y mejor representó aquella indignación tiene que recuperar la frescura que ha perdido habitando las instituciones. Porque no es verdad que el ciclo de impugnación se haya acabado: lo que pasa es que lo está reclamando la extrema derecha. Vamos a tener, con cierta urgencia, que volver a mandar a las cuevas a los neandertales de la derecha y de la extrema derecha. Que se creen con derecho a decir estupideces y a contarnos que tienen derecho a decirlas. Y recordarle al PSOE que con miedos, te devoran. Toca ahora ganar las elecciones y seguir luego trabajando de otra manera, con una previa crítica que atraviese a toda la formación, pero con la misma determinación.
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