Opinión
¿Cómo afrontar la reconstrucción de la dana?
Por Albert Noguera
Jurista y politólogo
Ha pasado más de un mes desde la dana, y las localidades valencianas afectadas están inmersas en pleno proceso de reconstrucción. En este contexto, los movimientos sociales, organizaciones de izquierda y sindicatos deben definir cuál es su papel en el proceso. Estos pueden adoptar dos roles posibles: el de actor-proyecto o el de actor-contrapeso. La posición que aquí defenderé es que, si no cambiamos las botas y las escobas por manifestaciones y bloqueos, corremos el riesgo de adoptar el rol de actor-proyecto. Y solo si nos reconvertimos en un actor-contrapeso podremos fomentar una reconstrucción con justicia estructural que beneficie a la mayoría de los afectados y no a los poderosos. Explico esto.
Podemos identificar, hoy sobre el terreno, la existencia de cuatro proyectos distintos que sitúan, respectivamente, al actor principal de la reconstrucción en uno de los siguientes agentes: el Estado, la Nación, la autogestión comunitaria y el mercado.
En el primer proyecto, gran parte de la población, así como los propios gobiernos central y autonómico, al recriminarse mutuamente su inacción, responsabilizan al Estado de la reconstrucción, exigiendo que intervenga directamente para proporcionar infraestructura, bienes y servicios a los afectados. La reconstrucción debe hacerse desde arriba y por la Administración. El Estado es el sujeto emisor de la reconstrucción y la sociedad el objeto receptor de la misma.
En el segundo proyecto, grupos de extrema derecha participan en labores de limpieza, electricidad y envío de suministros, mientras difunden el mensaje de que España es un Estado fallido. Proponen que solo el patriotismo entre nacionales es capaz de suplir las carencias del Estado. Para estos, el agente principal de la reconstrucción es la Nación española, presentada como una comunidad orgánica de individuos unificada por un espíritu nacional (Volksgeist) que une a los nacionales en la misión histórica de fortalecer y engrandecer la nación, enfrentando las dificultades internas frente a un gobierno que, según ellos, prioriza a los extranjeros sobre los ciudadanos españoles.
En el tercer proyecto, sindicatos y movimientos sociales han iniciado experiencias de colectivismo autonomista, orientadas hacia una reconstrucción basada en la autogestión ciudadana y en procesos creativos de autoejecución de derechos, sin la intermediación del Estado. Se trata de iniciativas que buscan germinar en nuevos barrios construidos sobre valores de virtud cívica y de convivencia comunitaria fraterna no competitiva.
Y, en el cuarto proyecto, empresarios valencianos, junto a la Generalitat, proponen un modelo de reconstrucción basado en grandes inversiones privadas. Para facilitar esta vía, el gobierno autonómico ha propuesto agilizar procesos administrativos y modificar normativas para atraer inversiones de diversos sectores y acelerar la construcción de infraestructura y vivienda, no solo para paliar los daños inmediatos, sino también para impulsar un nuevo boom económico. El mercado es el actor principal de esta iniciativa.
En este escenario, los movimientos sociales, organizaciones de izquierda y sindicatos pueden adoptar dos roles posibles, cada uno de los cuales implica tipos de trabajo político distinto.
El rol de actor-proyecto consistiría en comprometerse exclusivamente, integrarse y participar activamente en uno de los cuatro proyectos de reconstrucción señalados, pensando en él como singularidad que debe actuar como principal agente de reconstrucción. En este caso, se trataría del proyecto de autogestión comunitaria. El trabajo político aquí consiste en involucrarse y dedicar los esfuerzos en la organización de espacios de autogestión y autoejecución popular de bienes y servicios entre los escombros, para a partir y a través de estas prácticas de solidaridad construir alternatividad. Los instrumentos del trabajo político, en este caso, son, escobas, botes de pintura, cables eléctricos, muebles, víveres, etc. para acondicionar los espacios o redes de apoyo mutuo, que permitan tejer a partir de la empatía solidaria y formas de relación no mercantilizadas ni competitivas, modos de transformación por vía de prácticas alternativas.
El problema de este rol, adoptado por diversos movimientos sociales y organizaciones cuyos activistas y militantes están presentes en el terreno, radica en su unicidad o falta de integralidad. En su énfasis en un solo proyecto, rehuyendo de la relación con los otros. Al concentrar toda la atención en el proyecto autogestionario como agente principal de la reconstrucción, se descuida la idea de que lo real es siempre relacional, y que la forma que adopte la reconstrucción de las zonas afectadas será justa o injusta, no tanto por cómo se materialice uno de estos proyectos en particular, sino por cómo se configuren y desarrollen las relaciones de conflicto entre los cuatro.
A diferencia del actor-proyecto, el actor-contrapeso comprende la realidad desde un paradigma no singular sino relacional-conflictivo. Entiende que su rol no debe consistir en integrarse en el interior de uno de los cuatro proyectos (el autogestionario comunitario) y actuar desde él, sino en conformarse en una instancia tercera o exterior que de manera estratégica sea capaz de intervenir en el campo relacional de lucha entre proyectos enfrentados. Su objetivo es, mediante la movilización ciudadana, generar una correlación de fuerzas favorable a los dos proyectos igualadores (lo público-estatal y la autogestión) frente a los otros dos excluyentes (la Nación y el mercado).
La función de los movimientos sociales, organizaciones de izquierda y sindicatos no debe ser, en consecuencia, construir una comunidad fraternal a través de barrer, repartir alimentos o brindar servicios a la comunidad. Su objetivo debe ser aglutinar y articular ideológicamente un amplio bloque social movilizado y conflictivo alrededor de un discurso de reconstrucción con justicia estructural basado en la garantía de derechos sociales, servicios públicos universales y prevención de la pobreza, y no en la adjudicación de contratos a empresarios afines, la especulación y la facistización cultural de la sociedad. No se trata de ser retaguardia que construye en la singularidad del proyecto autogestionario comunitario modos alternativos de vida, sino vanguardia que movilice y actúe en las calles de todo el país valenciano como contrapeso, defendiendo los derechos sociales frente a intereses privados y la extrema derecha. Solo así lograremos una reconstrucción en favor de los afectados y no de los poderosos.
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