Opinión
La antipolítica y las responsabilidades políticas
Por Miquel Ramos
Periodista
Actualizado a
Ha pasado poco más de un mes desde la catastrófica DANA, y la fotografía de lo que va sucediendo entre despachos es cada vez más obscena. La inexplicable inclusión de altos cargos militares al mando de la reconstrucción, la misa de anteayer con los políticos en primera fila, y los familiares detrás y con los monarcas españoles desfilando como en cualquier gala de celebridades, o el encendido de las luces de Navidad en València mientras en varios barrios afectados por la DANA siguen sin luz son simples anécdotas. Pero duelen e indignan, con razón, ante la magnitud del asunto. Es la realidad paralela que se vive a escasos kilómetros y que se pretende vender al margen del desastre político que ha envuelto todo. Ver la sucesión de acontecimientos y sentir que te tratan como un imbécil se está volviendo ya habitual, independientemente de tu bagaje cultural o tu adscripción política.
Resulta exasperante cuando la vida y la dignidad de la gente se ve sometida a este juego de trileros en el que poco importa la verdad, y menos aún las soluciones. Todo es una falla en pleno diciembre, fruto de la improvisación y del juego al despiste. La verdad y la solución poco importa si tu versión alternativa tiene suficiente volumen como para eclipsar todo lo demás.
El PP está instalado en un impostado victimismo para salvar a Carlos Mazón de su propia incompetencia lanzando la pelota de vuelta al Gobierno central, a pesar de que las competencias en emergencias son autonómicas. Y sucede cuando, quienes fueron socios del Gobierno valenciano hasta hace cuatro días, los ultraderechistas de Vox, han sido, según algunas encuestas, los máximos beneficiados tras la catástrofe, subiendo en intención de voto. Como si las políticas y el equipo de Mazón no estuviesen avaladas por ellos, la sucesión de medidas tomadas, como poder construir a menos de 200 metros de las costas, no contase con su apoyo. Recordemos que, mientras envían a sus juventudes a hacerse fotos en el barro, siguen negando el cambio climático y apoyando las políticas urbanísticas y ecocidas que algo tienen que ver con los más de 200 muertos.
Hay que reconocer la suerte de los ultras al apartarse del gobierno autonómico poco antes y hacer como si todo lo que sucede ahora no fuera con ellos. Al contrario, ellos dicen que han venido a salvar al pueblo de la incompetencia de quienes les colocan a presidir las Cortes Valencianas y en muchos otros cargos de responsabilidad donde gobiernan juntos o se reparten asientos y chiringuitos. Aun así, Vox no ha dudado en salvar a Mazón y a su equipo, manteniendo ese cordón umbilical que une a la derecha con la ultraderecha y que sirve para alimentar a ambos con dinero y cargo público.
Los dos últimos programas de televisión de Salvados dedicados a la DANA han dado buena muestra de la situación de la que es todavía rehén el pueblo valenciano. En el primer episodio del pasado 1 de diciembre, los testimonios de varios ciudadanos de las localidades afectadas pusieron los pelos de punta a la audiencia, a pesar de haber escuchado ya numerosos casos semejantes a lo largo del mes que ha pasado desde la tragedia. El segundo programa, emitido el pasado 8 de diciembre, entrevistaba a varios alcaldes de los municipios arrasados, tanto del PP como del PSPV-PSOE y al presidente de la diputación (PP). En este último episodio, más allá de la obvia e inesquivable crítica de todos a la consecución de fallos e incompetencias que no evitaron las más de 200 muertes, cuando se trataba de señalar a los responsables, empezaban los balbuceos, las lagunas, las incógnitas y los balones fuera. Aunque el espectador no es imbécil y sabe que se trataba más de una cuestión de corporativismo que de honestidad, fue una lástima que los miembros del PP salvaran al principal responsable: el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón.
Mientras, la ciudadanía asiste atónita e indignada, esperando que el objetivo de sus representantes públicos sea solucionar el problema, y no cargarle el muerto al otro. El drama humano que viven quienes han sido arrasados por el lodo en l’Horta Sud está atravesado por la incredulidad ante unas instituciones que llegan tarde y que todavía se revelan incapaces de solucionar sus problemas derivados de una mala gestión de la emergencia. La incredulidad se torna desafección y rabia ante el lamentable espectáculo de pelearse por ver quién tiene más culpa y quién saca más provecho de esto. La ciudadanía, aunque la traten como imbécil, no lo es.
Esta sensación es la que nos atraviesa hoy ante el sainete político, del que, hay que decir, no todos los políticos ni todos los periodistas participan, pero del que nos vemos arrastrados por la corriente, por el hábito adquirido, por un quehacer enquistado. En un momento en el que las verdades alternativas, por llamar suavemente a las mentiras, son el pan de cada día, no solo en redes sino en grandes medios, colonizando el sentido común, seguimos atrapados en los marcos interesados que se imponen en el menú mediático y político que los periodistas cocinamos y servimos, y también consumimos. Lo advertía ayer el periodista norteamericano Jon Lee Anderson en una entrevista de Sebastiaan Faber para CTXT: los nuevos líderes y gobernantes de la extrema derecha “se han dado cuenta de que la viralidad es la nueva virtud política. La viralidad es la herramienta máxima: ya no importa la verdad, ya no importa la bondad”. El problema es que esta deserción de la responsabilidad con lo común y con la verdad acaba arrastrando a todos. A menudo, también a algunos informadores.
Por suerte, quedan medios y periodistas que no desertan de su función y que siguen tratando de ofrecer información veraz, apuntando los errores y aportando soluciones. Durante la DANA hemos podido ver una buena muestra de ello, de periodismo en mayúsculas, de los grandes y los pequeños medios, y del necesario trabajo de una televisión pública como la valenciana À Punt, que estuvo desde el primer momento advirtiendo de lo que venía con la DANA, y luego estuvo a pie de calle, con la gente, analizando la sucesión de los acontecimientos y de las decisiones, y haciendo el papel que le corresponde a un servicio público. Su ex director de informativos, Iván Esteve, fue también uno de los protagonistas del último Salvados. Hay que reconocer la labor de aquellos medios que se han dedicado a desmontar los bulos y las conspiranoias que trataban de sacar provecho de un acontecimiento tan dramático. Y, como no, las mentiras del Consell, envuelto en un relato alternativo que hace aguas por todas partes. Son tan torpes que no saben ni gestionar su propia mentira.
Hay demasiada gente interesada en reforzar el relato de la antipolítica, entendida como el rechazo a las instituciones y a la democracia, a pesar de sus defectos y sus secuestros. Poner a un militar al mando es un guiño a ese relato. El mismo interés en promover el nihilismo y la rendición, la incredulidad general hacia los medios y el periodismo, algo de lo que sacan provecho los que viven del bulo y de la mentira, con el objetivo de que no creas nada más que en ellos y en lo que ellos te ofrecen. Esto aleja a la mayoría social de la razón, de la crítica y de la política cotidiana, la real, la más cercana, la de nuestras acciones y relaciones. Pero también de lo institucional, que se percibe ya no como lejano, sino como ajeno al bien común. Como incapaz. El riesgo y la responsabilidad para que no sea así, es inmenso.
El circo institucional que tanto cansa sirve para alejar cada vez más a la ciudadanía de la cosa común, y la espectacularización de la información, la viralidad y la banalidad instalada en los medios no hace más que reforzarlo. Y ante esto, el periodismo debe asumir la responsabilidad que le toca. “Como periodistas, tenemos que ser más militantes a favor del periodismo y, por ende, de la democracia”, afirmaba Anderson en la citada entrevista. Que el objetivo ahora sea recuperar la normalidad, aprender y asumir errores y evitar que, por acción u omisión, vuelva a suceder. Pero también evitar que quienes pretenden vaciar las instituciones de derechos y responsabilidades, no lo tengan tan fácil.
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