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De las memorias de Mariano Rajoy (Santiago de Compostela, A Coruña - 1955), En confianza: mi vida y mi proyecto de cambio para España (Planeta), presentadas a pocos meses de convertirse en presidente del Gobierno en 2011 con una abrumadora mayoría, me llamó siempre la atención la referencia del presidente a su progenitor, Mariano Rajoy Sobredo. "A mí, la persona que más me ha influido en la vida ha sido mi padre”, confiesa el líder del PP, además, aclarando que Rajoy Brey se parece “bastante” a Rajoy Sobredo, al que aquél, el hijo, define como “perfeccionista y algo introvertido; muy prudente".
No debería sorprender que un hijo admire a su padre o que diga que se parece a él. Salvo que éste sea el padre de Rajoy (juez y expresidente de la Audiencia Provincial de Pontevedra durante el franquismo) y su hijo, el presidente de un Gobierno elegido en democracia que, con este elogio público, desafía a la prudencia de la que, al mismo tiempo, hace gala. Dos generaciones en dos momentos opuestos de la Historia de España, aunque la evolución sea incompleta, precisamente, por esos pechos perfeccionistas de los que mamó Rajoy su ideología política, la misma que hoy nos gobierna.
"A mí, la persona que más me ha influido en la vida ha sido mi padre”, confiesa Rajoy en sus memorias
El presidente del Gobierno admira a su padre, sí, no es una pose, aun cuando Rajoy Sobredo haya protagonizado alguno de los episodios más oscuros del franquismo en Galicia, cuna del dictador que dio nombre a su etapa de tiranía. El Rajoy que hizo sus primero pinitos en política, escribiendo sobre su pensamiento y su ideología, dejó buena fe de tal influencia: de su convicción de que todos/as no tenemos los mismos derechos, no somos iguales y, además, la cuna tiene mucho que ver con ello. A saber, los hijos de "buena estirpe” superan "a los demás", algo "confirmado por la ciencia", según publicó Rajoy en un Faro de Vigo de 1983.
Rajoy piensa así; cree así y, en parte, es lógico si admira a su padre y éste le ha influido tanto como dice. Hay un expediente Franco, el caso Reace o del aceite de Redondela, que en Galicia se recuerda mucho y bien, sobre todo, desde que Rajoy Brey es presidente del Gobierno. Se menciona el caso Reace una y otra vez, digo, cuando los posos autoritarios del presidente y su Gobierno se traducen en nuevos escándalos públicos (intentos de control del Poder Judicial, leyes mordaza, recursos contra el aborto o el matrimonio homosexual, protección del corrupto, ausencia de responsabilidad política, etc.)
"¿Qué esperan de Rajoy Brey?", dicen en Galicia. "Es hijo de su padre" (*)
Porque el caso Reace fue uno de los grandes ejemplo de cómo se las gastaba la dictadura: un juez (Rajoy Sobredo) silencia a abogados, varias muertes en extrañas circunstancias y un robo de más de 4.000 toneladas de aceite de una refinería (RACE) alquilada por la Comisaría de Abastecimiento y Transportes (CAT), en teoría, encargada de regular el mercado de aceite; en la práctica, objeto de tráfico de aceite a gran escala. El caso habría pasado desapercibido en medio de la corrupción franquista si no fuera porque uno de los implicados en el viscoso escándalo era el hermano de Francisco Franco, Nicolás ídem, que se negó a ir a juicio por enfermedad mientras posaba descaradamente en las revistas del corazón de la época su rechoncha y saludable figura, ante la indiferencia del juez antes citado. Rajoy Sobredo, les recuerdo; una época que parió ésta que hoy parece acabarse en Rajoy Brey.
El 'caso Reace' habría pasado desapercibido en 1972 si no fuera porque uno de los implicados era el hermano de Franco
En la moción de censura de este martes 13, además del celebrado debate -un Parlamento vivo es siempre un buen Parlamento-, los/as españoles hemos asistido también a la lenta agonía de una generación política que se resiste a morir pese al empuje de otra generación que viene con mucha fuerza y con otras ideas y lo hace, además, de forma transversal. El empuje generacional atraviesa el Parlamento, los partidos y a sus representantes públicos: no es una cuestión de edad, aunque está inevitablemente vinculada; es una cuestión de pensamiento, de forma, de fondo y hasta de concepción vital. Es arriesgado dividir el cambio generacional entre partidos tradicionales y nuevos partidos -mucho menos entre izquierda y derecha- con lo que ha pasado, por ejemplo, con Pedro Sánchez en el PSOE o con la resistencia férrea de un PNV que no envejece. Será el tiempo, no obstante, quien dibuje las líneas fronterizas.
Más allá de la corrupción, que lo pudre todo y de la que Rajoy fue incapaz de defenderse en momento alguno del debate, acorralado como está por años y años (suyos, de Aznar y de Fraga) de saqueo, lucro, campañas dopadas, cajas B, mordidas..., el debate sobre la moción de censura se ha convertido en la bisagra de dos tiempos distintos: el que muere de los herederos del franquismo y la Transición,y el que viene; también en el PP, aunque la estricta jerarquización, disciplina y el (mermado) poder histórico de este partido, hijo de Manuel Fraga y -según admite Rajoy Brey por la influencia sobre él ejercida- de Rajoy Sobredo, haga que mantenga las costuras intactas. De momento.
(*) En gallego en el original, aunque Rajoy no lo habla.
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