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Actualizado:"Hay que ver cómo te pones, era una bromita nada más". Él sonríe con toda la calma del mundo, mientras ella trata de protestar, irritada, fuera de lugar, nerviosa, insegura. Se siente agredida, pero ya lleva demasiado tiempo así y no tiene tan claro que no sean imaginaciones suyas.
"La técnica es siempre la misma: se utilizan los puntos débiles del otro y se le conduce a dudar de sí mismo con el fin de anular sus defensas. Mediante un proceso insidioso de descalificación, la víctima pierde progresivamente su autoconfianza y, a veces, está tan confundida que puede darle la razón a su agresor. La destrucción se lleva a cabo de un modo extremadamente sutil", explica en su libro Acoso moral Marie France Hirigoyen, una de las primeras psiquiatras que empezó a estudiar, hace apenas 20 años, cómo sufrir maltrato psicológico podía hundir a una persona en la más profunda de las depresiones.
La violencia psicológica se llama así porque daña la psique de quien la recibe
Insultos, humillaciones, burlas, gritos, amenazas, retirarnos la palabra, confundirnos con ambigüedades, ironías, comunicación retorcida (lo que digo no tiene nada que ver con lo que hago o, incluso, lo invalida)... "El objetivo es desestabilizarte. Para ello, todo vale, las insinuaciones, la mentira y los absurdos", indica Hiringoyen. Lo saben por propia experiencia una de cada tres mujeres del mundo, cifra que, según la OMS, ha sido en algún momento blanco de esta clase de tormento.
La violencia psicológica, que se llama así porque daña la psique de quien la recibe, siempre acompaña a las agresiones físicas o sexuales. La socióloga Marta Monllor, profesora en la Universidad de Alicante y agente de Igualdad en el ayuntamiento de Ibi, la define como "cualquier conducta que atenta contra la integridad emocional de la persona. Es persistente en el tiempo, sigue un proceso que va en aumento y pretende dañar y culpabilizar al otro". El móvil del maltratador es solo uno: doblegar a la pareja para mantener la posición de dominio del agresor, que está convencido de que tiene derecho a someterla.
¿Por qué ella no le deja?
¿Pero por qué ella aguanta? ¿Es tonta? ¿Le va la marcha? ¿No será que su pareja tiene razón en meterse con ella? Son estas líneas de pensamiento, precisamente, las que impiden atajar el problema. Ver a la mujer maltratada como cómplice o, incluso, responsable de la relación patológica "la paraliza y le impide defenderse; supone negar la repercusión psicológica del acoso", denuncia Hirigoyen. Así, un factor clave en que se mantenga esa relación tóxica es la indefensión aprendida. A la víctima le ocurre como a los perros de Martin Seligman, un investigador que, en 1967, demostró que, tras someter a un animal a descargas eléctricas sin posibilidad de escapar de ellas, dicho animal no emitía ya ninguna respuesta evasiva.
Un factor clave en que se mantenga esa relación tóxica es la indefensión aprendida
"En la mayoría de los casos, las mujeres no logran identificar qué es lo que sucede, sienten que sufren un castigo debido a que su comportamiento no se ajusta a las expectativas exigidas por su pareja. Esto genera reacciones de miedo e impotencia que, sostenidas en el tiempo, se traducen en bloqueo, conductas no adaptativas, alteraciones negativas en la cognición (lenguaje, pensamiento, memoria y atención), así como en el estado de ánimo y cambios conductuales", explica a Público Nuria Cordero, psicóloga especialista en psicología forense y experta en violencia de género.
Estado de alerta constante
Aislada en su propio infierno, "la mujer que padece in situ violencia busca sobrevivir, que la otra persona no se enfade, que no haya conflicto. Vive en un estado de estrés constante, dormida y despierta, que supone un desgaste brutal, un agotamiento físico y mental. Los niveles de cortisol (hormona del estrés) le suben por las nubes y empiezan a surgir trastornos de la conducta alimentaria, problemas de sueño, ansiedad, depresión... Empieza a pensar que la vida no tiene sentido, porque eso no es vivir", dice a Público la psicóloga Beatriz Durán, especializada en tratar a estas pacientes. Su personalidad, además, se ve alterada: "Les cuesta mucho relacionarse con otras personas, confiar, se creen que no son dignas de ser amadas".
En la misma línea, el psiquiatra Luis de Rivera, autor del libro Maltrato psicológico, apunta que "el sentido de propósito, el compromiso con un modelo de futuro, la pertenencia a un grupo... son los valores que se destruyen, dejando a la víctima desesperanzada, rota la vivencia de continuidad en su vida". Con sus capacidades mermadas, esta empieza a fallar en sus obligaciones, no puede cumplir con su trabajo, no atiende a sus hijos tan bien como antes. Se culpa a sí misma. "Su fracaso refuerza su baja autoestima y le da la razón al maltratador. Se vuelve irritable y nerviosa, tiene crisis de llanto o de rabia fuera de contexto... lo que redobla la baja opinión que tiene de sí misma y la mala imagen que da a los demás", añade el psiquiatra.
Le puede pasar a cualquiera
Lo más curioso (y lo que la mayoría de la gente no sabe) es que es algo que le puede pasar a cualquiera. "Contrariamente a lo que los agresores quieren hacer creer, las víctimas no son personas afectadas de alguna patología o particularmente débiles", afirma Hirigoyen. "Da igual cuál sea tu nivel de estudios, tu estatus socioeconómico, por muy buena autoestima que tengas o por muy fuerte que sea tu personalidad, al final, acabas normalizando la violencia", advierte Durán. "Un día tira un plato o te grita y piensas: Ay, pobrecito, viene enfadado del trabajo. Y lo dejas pasar, lo vas justificando... y la situación sigue creciendo".
Cuanto antes se detecta el problema, más fácil es cortarlo
Cuanto antes se detecta el problema, más fácil es cortarlo. Si lo dejamos correr, empeorará. "Si una relación genera malestar o sentimientos encontrados, es mejor pararte a pensar qué pasa, escucharte a ti misma. No se puede cambiar al otro. Solo puedes decidir qué hacer contigo misma", nos recuerda rotunda Marta Monllor. Para prevenirlo, "tenemos que aprender a poner límites, desde la tranquilidad", aconseja por su parte Durán. Eso sí, "si peligra tu vida, vete a la Policía; si no, ve a hablar con un orientador de servicios sociales, que te acompañará en todo el protocolo de protección", recalca.
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