galicia
Actualizado:Viví durante dos años en Ghana, un país situado en la parte más cóncava del Golfo de Guinea junto a sus vecinos de África occidental: Costa de Marfil, Togo y Benín. Cuando fui en septiembre de 2017 pensaba que tenía cierta conciencia ambiental, dudando de si ésta venía "de serie" –al ser hija de una amante de la naturaleza y un abogado especialista en ambiente– o si realmente la sentía. Con todo, al volver a España me di cuenta no sólo de que sí la percibía, sino que la terminé conformando más allá de lo que inicialmente pensaba.
La razón de irme a Ghana no fue medioambiental. A través de una beca de la Universidad de Zaragoza, se me presentó la oportunidad de realizar unas prácticas de tres meses en la Embajada de España en aquel país, que finalizaron por convertirse en nueve. Posteriormente, otro trabajo fue el que me encontró a mí en la misma Accra, la capital de Ghana, por lo que el resto del tiempo me dediqué a gestionar el conocimiento generado por el Accountability, Rule of Law and Anti-Corruption Programme (ARAP) desde su comienzo en el año 2016.
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Programa anticorrupción
Este proyecto, financiado por la Unión Europea con veinte millones de euros, lo pusieron en marcha hasta 2020 tres instituciones diferentes, entre las que se encuentra la Fundación Internacional y para Iberoamérica de Administración y Políticas Públicas (FIIAPP), una fundación pública dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores español dedicada a la cooperación institucional internacional.
El objetivo de ARAP es promover en Ghana la buena gobernanza y contribuir a la lucha nacional contra la corrupción. Para eso, proporciona asistencia técnica a una selección de instituciones ghanesas encargadas de la ejecución del Plan Nacional de Acción Anticorrupción (NACAP en sus siglas en inglés), la estrategia anticorrupción que el Parlamento de Ghana aprobó en 2014.
"Vaya una sorpresa", pensará quien lea esta última línea, que un país africano tenga un plan de acción contra la corrupción. Probablemente, es una de las primeras cosas que aprendí en esos dos años: ni todos los países de África se pueden meter en el mismo saco, ni todos sus habitantes son pobres y analfabetos. Lógicamente muchas cosas pueden –y deben– aún mejorar, pero puede afirmarse que Ghana es un referente en términos de estabilidad y consolidación democrática en la región occidental del continente.
En 1957 se convirtió en el primer país del África subsahariana en declarar su independencia del dominio colonial. Hasta 1966, el líder de la independencia y figura clave del panafricanismo, Kwame Nkrumah, gobernó el país hasta ser derrocado por un golpe de estado. Desde la restauración de la democracia en 1992 se celebraron siete elecciones y hubo tres alternancias pacíficas en el poder: en 2000, 2008 y 2016, entre el New Patriotic Party (NPP), conservador, y el National Democratic Congress (NDC), socialdemócrata. Actualmente, el abogado y político ghanés Nana Addo Dankwa Akufo- Addo es el líder del NPP y presidente de Ghana desde el 7 de enero de 2017.
Todo eso llevó al país a aumentar progresivamente la población (en 2019 ya superaba los 28 millones de habitantes) y a registrar un crecimiento económico que le permite aspirar a ser el país más desarrollado a nivel continental para situarse justo después de Sudáfrica, hasta para adelantar a Nigeria. Muchas empresas internacionales, y otras nacionales también dedicadas al sector extractivo (minerales, cacao, petróleo y madera), situaron en Ghana sus sedes, lo que llevó al país a emprender un nivel de desarrollo tan veloz que genera una cantidad de residuos imposible de absorber, sobre todo en los ámbitos urbanos y zonas costeras, áreas donde más oportunidades y más ciudadanía se congrega. De entre los más abundantes: el plástico.
Desarrollo: ¿a qué precio?
La capital ghanesa cuenta con alrededor de tres millones de habitantes, incluyendo su zona metropolitana. Accra es una ciudad de contrastes donde las haya: ciudadanos en sus coches de alta gama vuelven la casa después de trabajar y, mientras esperan en el semáforo, compran una bolsa de plátano frito, una botella de agua o su equivalente en versión accesible (agua filtrada en una bolsita de plástico) y si da tiempo, incluso el papel higiénico o unos trapos para limpiar. Todas esas compras las realizan sentados cómodamente en los asientos de su coche a unos vendedores, en la mayor parte de casos vendedoras, que portan sobre sus cabezas kilos y más kilos de este tipo de bienes.
Estos comerciantes casi respiran más CO2 qué oxígeno: con sus cestas llenas hasta antes de que salga el sol, esperan en las líneas de detención de los semáforos a que todo el transporte rodado que llegue. En dirección contraria al tráfico, caminan y anuncian lo que venden. Así, los ocupantes de las filas de coches, furgonetas y tro-tros (los autobuses ghaneses), deciden realizar sus compras. Así, hasta vaciar sus cestas con el atardecer.
Las compras se entregan, normalmente, en una bolsa de plástico y/o recipiente del mismo material. La botella de agua ya viene envasada en plástico, pero normalmente se entrega en otra bolsa de plástico –siempre del mismo tipo, pequeña y endeble– para «evitar que gotee y manche» (nótese que Ghana es un país de clima tropical).
Esto mismo ocurre en el supermercado, donde las mercancías también llegan envasadas en varios tipos de plástico, y donde además entregan lo comprado en distintas bolsas de plástico según si son productos frescos, productos de limpieza o simplemente son bienes de menor tamaño, facilitando en el último caso una bolsa más pequeña.
Viendo el estado de las calles en Accra y otras ciudades, así como el "mar de plástico" que se encuentra sobre la arena de muchas playas de la ciudad y el país, yo me preguntaba por el destino de todos estos residuos.
Lo primero que me llamó la atención es que, por no haber, no hay ni papeleras en las calles. Los que tienen acceso a un container es porque pagan por su instalación y consiguiente recogida, ya que el servicio de basuras está privatizado y estructurado en las llamadas jurisdicciones.
Como se explica al por menor en la página web de la Oficina Económica y Comercial de España en Ghana, el Gobierno de este país, junto con el Banco Mundial, desarrolló en 1999 el Urban Environmental and Sanitation Project (USEP) en las cinco mayores ciudades del país. Con el objetivo de mejorar la productividad, el Banco suministró fondos y asistencia técnica, de forma que se comenzaron a subcontratar los servicios de recolección de residuos sólidos al sector privado.
Esta política, que continúa hoy en día, supone que cada compañía responsable del servicio de gestión de residuos recibe una zona particular para administrar o jurisdiction. Así, las pocas empresas locales consolidadas bajo este sistema soportan el coste del servicio, también subsidiado en parte por el Gobierno, mientras que los usuarios deben abonar entre el 10% y el 20% del coste total.
En líneas generales, las dos formas de gestión más desarrolladas en Ghana son casa por casa y a través de contenedores. En ambos modelos, el pago se realiza en función de una cuota proporcional a los residuos generados: se pretende que eso incentive la reducción de su volumen y de los gastos de la Administración.
Con todo, la realidad práctica demuestra totalmente lo contrario. Una vez adjudicada una jurisdicción a una compañía de gestión de residuos, no hay otra empresa que en principio pueda ocuparse de mantener limpia esa zona. Las ciudades ghanesas están en su mayoría asfaltadas, pero no por eso el mantenimiento de las mismas es óptimo. Ni todos los barrios tienen calles sin agujeros ni por tanto son fácilmente accesibles. Así, en caso de que cualquiera de estas empresas no efectúe correctamente su gestión de residuos, no hay consecuencia que se perciba por tal abandono de funciones.
En un país en el que el salario mínimo interprofesional diario para 2020 fue fijado en 11,82 Ghana Cedis (no llega ni a 2 euros al cambio), el medio ambiente para el grueso de la población no es hoy una prioridad. La gestión de residuos más extendida viene a través de los gutters, unas acequias que son como trampas para leones situadas en los laterales de las calles –en lugar de las aceras– por las que fluyen las aguas residuales, y donde la ciudadanía vierte sus residuos sin pensárselo dos veces.
De hecho, tan alarmante es la ineficacia en el sistema de gestión de residuos, que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo puso en marcha a comienzos de 2018 una plataforma para reunir a todos los actores involucrados en la generación y gestión de residuos para que a su vez se intercambiara información relativa a los datos de la situación y se desarrollaran soluciones eficaces de recuperación de residuos.
Debe por eso mencionarse que, unido a lo anterior, contribuye a agrandar el problema la inexistencia de instalaciones de saneamiento. Los habitantes de las ciudades evacúan donde pueden o directamente acuden a los gutters.
Mientras, en los asentamientos del litoral, las poblaciones visitan la playa como quien acude al cuarto de baño y/o al cuarto de basuras o a la escombrera. Afortunadamente, en el sentido menos afortunado de la palabra, los llamados "baños voladores" –las defecaciones se depositan en bolsas de plástico (como no, otra vez más plástico)– sólo se dan en pueblos pequeños.
Independientemente de esto, las consecuencias de uno y otro comportamiento es que vertidos y aguas residuales que no deberían acabar ni en playas ni en océanos lo hacen inexorablemente. Si únicamente se accede a la limpieza con cierto nivel adquisitivo, una gran parte de la población se queda en la más absoluta mugre, y como los gutters acaban desembocando en el mar, el medio marino se ve además gravemente afectado.
Sobre Plastic Punch
Ante esta situación de grave contaminación, terminé por afianzar mi conciencia ambiental. La línea costera de Ghana es además hogar de tres de las ocho especies de tortugas marinas que habitan los océanos del mundo: la tortuga verde, la tortuga golfina y la tortuga laúd.
Paralelamente a mi trabajo, dediqué una gran parte de mi tiempo libre allí junto a tres amigos ghaneses y tres amigas francesas a combatir los mares de plástico. Solo tres meses después de mi llegada al país, en enero de 2018, fundamos Plastic Punch, una ONG inscrita en Ghana cuyo objetivo es concienciar sobre los peligros que el plástico genera en medio ambiente, en la vida marina y en la humana, así como tratar de suscitar alternativas a su uso.
Nuestro punto de partida fue limpiar la playa en la que aún en esas condiciones las tortugas llegan a desovar. Realizar limpiezas de playas como actos aislados es evidentemente una solución para hoy, pero no para mañana. Con todo, limpiezas organizadas periódicamente son un primer paso hacia el cambio, entendiendo que en algún momento se le tiene que devolver a la naturaleza su estado y que los residuos plásticos que se encuentran hoy tienen que ser la nueva materia prima del mañana.
De igual modo, organizar un acto social alrededor de la limpieza con otras actividades paralelas sirve para despertar conciencias: talleres con plástico recogido en la playa, sesiones sobre las tortugas que se encuentran en la zona para distinguir sus nidos, limpiar la playa segregando el plástico de otros residuos…
Mi propio planteamiento pasó por un cambio necesario al que invitaría a sumarse a todo lector en cualquier parte del mundo: no contentarse con reciclar en casa –algo que en países como Ghana es prácticamente imposible–, sino que es esencial reducir, reutilizar y reciclar todos y cada uno de los objetos de plástico en nuestras vidas diarias.
Reciclar indirectamente incita a seguir produciendo al mismo nivel actual, pues se entiende que la basura se trata correctamente. Pero realmente, ¿alguien sabe dónde acaban todos nuestros residuos? En España por ejemplo, la basura no se ve: las escombreras están lejos de las ciudades, existen plantas de tratamiento… Aunque la eficacia de estas últimas no es fácilmente comprobable.
En Ghana me di cuenta de que lo verdaderamente importante es reducir el consumo, pues son tales los niveles de residuos existentes que en ciertas zonas es casi insalubre vivir, no solo para la especie humana, sino para el medio marino y demás fauna.
No lo digo solo yo. Me vienen a la cabeza las cinco grandes islas de basura que flotan en el Pacífico que Boyan Slat, un joven de sólo veintisiete años que lleva unos años intentando eliminar. Él mismo explicó en el momento del lanzamiento de su invento (una barrera flotante que ha sido probada con éxito en Vancouver) que, para eliminar completamente los residuos ya flotantes, necesitaría cinco años. Eso si se dejaran de verter los 8 millones de toneladas de plástico que según la ONU llegan cada año a los océanos.
Siguientes pasos
Desde el inicio del trabajo, constantemente me pregunto el valor añadido que tiene crear una ONG más, pues no será porque no se lleve años repitiendo lo mismo. Con todo, crecer en una parte del mundo oyendo lo mismo no implica que el resto del mundo se haya hecho eco de ello. En los primeros años de funcionamiento de Plastic Punch me di cuenta de que, como decimos en la abogacía, la ONG se fundó en el momento procesal oportuno: "microplástico" fue la palabra del año 2018, a comienzos de ese mismo año China dejó de recibir las exportaciones de plástico extranjero para mejorar su medio ambiente y la India decidió vetar el plástico de un solo uso en su país. Desafortunadamente, en octubre de 2019 ese último país dio un paso atrás en la prohibición justificándolo en los costes industriales de la medida, pero el impacto de las decisiones tomadas por países con un peso tan importante en el mundo ya se ha notado.
Maravillosa Grieta Thunberg que puso en jaque el sistema actual, consiguiendo dejar sobre la mesa la crisis climática actual. La concienciación ambiental es hoy recurrente. Va quedando claro cada vez más que la ciudadanía ha asumido que el cambio depende en gran medida de nosotros –para eso somos 7.500 millones en el mundo, y creciendo–. Ciertos gobiernos van poco a poco despertando y suscitando políticas públicas.
Con todo, no puede olvidarse un tercer ingrediente esencial en ese cambio global que son las empresas. Ellas producen lo que nosotros consumimos, y su responsabilidad debe ser tanto de ellas cómo productoras como la nuestra de consumidores, porque la transformación de la conciencia solo tendrá éxito si va acompañada de acciones sostenibles emprendidas por los actores de la sociedad, de forma coherente y a todos los niveles.
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