CARACAS
Actualizado:Una moneda comunitaria ha llegado para tratar de paliar los efectos de la hiperinflación en Venezuela. Se llama “panal”, se utiliza en un sector de la parroquia 23 de enero, en el oeste de Caracas y forma parte de un proyecto de economía alternativa desarrollado por el colectivo Alexis Vive.
Es sábado por la mañana en la comuna El Panal, ubicada en la parroquia 23 de enero, en el oeste de Caracas. Yajaira Elías, de origen dominicano pero con más de tres décadas en Venezuela, ha madrugado para hacer la compra en el mercado comunitario. Un kilo de tomates le cuesta 95.000 bolívares. En otro establecimiento pagaría, al menos, 700.000. Eso, aquel día, ya que la hiperinflación provoca que los precios se incrementen a un ritmo endiablado. Lo que ayer costaba cinco, hoy puede incrementarse a diez. “Es mucho más económico que en cualquier otro lugar, donde es una locura”, afirma.
Elías no necesita efectivo para llevarse sus compras: tomate, zanahoria, cebollas. Paga con el “panal”, un billete comunitario que funciona desde finales de 2017. Ha sido promovido por el colectivo Alexis Vive, una agrupación política y social que trabaja en un territorio equivalente a diez hectáreas, donde residen 13.600 personas, unas 4.000 familias, según su vocero, Salvador Salas. La comuna está dentro del 23 de enero, un barrio construido en los años 50 por el general Marcos Pérez Jiménez, depuesto en 1958. Siempre se le ha considerado como un territorio abonado para las protestas y el trabajo social. Desde 1998 es considerado uno de los bastiones del chavismo en Caracas.
La moneda con la que paga Elías lleva estampado el rostro de Hugo Chávez y el de Alexis González, un activista del barrio asesinado durante los enfrentamientos del golpe de Estado de 2002. Cada panal se cambia a un precio de 5.000 bolívares, en un banco comunitario, llamado BanPanal, que funciona desde 2014.
“Ahora las cosas están difíciles, esto no era así antes”, dice Elías. “No sé qué está pasando”. Se queja del acaparamiento y de la corrupción. Denuncia que uno baja al mercado de Catia, muy cerca de su parroquia, y encuentra todos los productos a precios desorbitados. “Al final, los pobres somos pobres y los ricos siguen comiendo lomito”, dice.
Venezuela sufre una grave crisis económica marcada por la hiperinflación. El Banco Central no ofrece datos oficiales desde 2015. La Asamblea Nacional, en manos opositoras desde las elecciones de ese año, asegura que en el último ejercicio los precios se han incrementado en un 4.000%. El Fondo Monetario Internacional (FMI) lleva sus previsiones para 2018 hasta el 13.000%. Sí, son cifras de parte, pero el Gobierno no aporta las suyas.
Una de las consecuencias de la inflación descontrolada es la falta de efectivo. Hay gente que no ha pagado con billetes hace meses. Parroquias como el 23 de enero o Petare, el mayor barrio de América Latina, con casi un millón de habitantes, son el reducto en el que todavía pueden verse grandes fajos de papel moneda. Quien no accede al efectivo paga en el “punto”, que es como se conoce el datafono donde puede utilizarse una tarjeta de débito.
“La moneda se pensó como método para que la economía que se genera en la parroquia no se fugue a otros lugares”, explica Salvado Salas, vocero de Alexis Vive. La agrupación surge en 2004, ya con Chávez en el poder. En sus inicios, sus integrantes formaban parte de la Coordinadora Simón Bolívar, una plataforma de izquierdas heredera de los movimientos guerrilleros de los años 70. Posteriormente, algunos de sus integrantes se diseminaron por el barrio, dando lugar a nuevos colectivos como Alexis Vive.
Construcción de “poder popular”
La oposición siempre ha criticado a los colectivos porque los considera una “fuerza de choque” del chavismo y les acusa de utilizar la violencia contra quienes confrontan con el gobierno. Salas dice que, mediáticamente, estos grupos son un “Frankenstein” y que existen sectores que sí practican la delincuencia. “No todos los empresarios son malos, ni los militares corruptos, pero a veces ocurre”, afirma. Él defiende el trabajo social de su organización y asegura que su objetivo es la construcción de “poder popular”.
Pone como ejemplo los proyectos en su comunidad. Según explica, desde 2014 desarrollan diversas empresas sociales: una panadería, una empacadora de azúcar, un restaurante, una empresa de transporte y hasta un taller de confección. Por un lado, comenzaron a tejer alianzas con productores en el interior para evitar a los intermediarios. Compran los productos, como las hortalizas, frutas o la carne, directamente al agricultor o el ganadero. Los transportan ellos mismos y lo venden muy por debajo de lo que costaría en un mercado. Por otro, desarrollaron su propio banco después de comprobar que no podían acceder al crédito.
“Queríamos pedir un crédito, pero el banco no nos daba, por las garantía, ya que te piden la propiedad de bienes inmuebles. Los que nosotros tenemos es resultado de la lucha, lo tenemos porque lo tomamos”, dice, desde un edificio convertido en su sede. Desde ahí emite Radio Arsenal. A su lado se encuentra una cancha de baloncesto, con gradas y cubierta, que levantaron en 2016 con apoyo económico del gobierno y trabajo comunitario.
Al definir sus iniciativas, Salas tira de ironía. “A nuestros amigos más ortodoxos les decimos: para no pelear con ustedes, nos pueden definir como pequeñoburgueses, revisionistas y eclécticos”, dice.
El banco comenzó a funcionar, según Salas, de la siguiente manera: como había vecinos del barrio que no estaban familiarizados con las gestiones online y desplazarse hasta sus oficinas les suponía un trabajo costoso, el colectivo abrió un despacho en la propia comuna. Desde allí se facilitaban estas gestiones cobrando el 5% de las operaciones. Eso les permitió disponer de efectivo para promover microcréditos destinados a la producción. Es decir, el préstamo no era para los arreglos de la casa, sino para economía productiva que luego podía venderse en el mercado comunal.
“Actualmente, el billete se puede utilizar en el 70% de los comercios de la comuna”, explica. Los propios trabajadores de la fundación Alexis Vive reciben una parte de su salario en bolívares y otra en panales. “La moneda funciona como medio de pago y medio de valor. Va a empezar a fluctuar. Sin embargo, las reservas que tiene no son en bolívares, para no atar el panal a la fluctuación del bolívar. Trabajamos con criptomoneda y con algunos minerales”, afirma.
No es la única iniciativa venezolana vinculada a criptomonedas. El propio Gobierno, ha desarrollado la suya, el petro, que se apoya en las reservas de petróleo y que busca ser una fórmula para eludir las sanciones impuestas por Estados Unidos.
“Estamos abrumados por el éxito del panal”, dice Salas. Según explica, existen 12 “panalitos”, agrupaciones afines al proyecto, en el exterior del 23 de enero. Incluso fuera de Caracas, en Valencia, Estado Sucre y Lara.
En esta comuna se ha creado un sistema económico paralelo. Los sábados por la mañana, por ejemplo, hay mercado. Allí se venden los productos adquiridos en el interior a precios muy por debajo de cualquier establecimiento. Esto provocaba que hubiese gente que incluso se quedaba a dormir en la puerta del comercio para poder acceder a las hortalizas. “Ya no lo permitimos, nadie debe de dormir en el piso para obtener alimentos”, dice Rafael Castillo, de 62 años, que trabajó como gerente en diversas cadenas de supermercados privados y ahora colabora como voluntario en el panal. Para ganarse la vida conduce un taxi. Gana unos 200.000 o 300.000 bolívares al día, lo que está por encima de los 2’5 millones que es el salario mínimo. A pesar de ello, dice que tampoco alcanza y que este modelo sirve para garantizar bienes básicos a los vecinos.
Otra de las iniciativas es un taller textil. Se ubica en el mismo almacén que el banco, un mercado en el que buena parte de los comercios privados han cerrado. “Nos organizamos en las comunidades para avanzar en un sistema diferente, en el que no sea un patrón el que establece las condiciones y el salario sino trabajadores y trabajadoras en asamblea”, dice José Lugo, vocero de la unidad de formación.
En el taller trabajan actualmente 12 personas, que ganan según su producción, entre dos y cinco millones de bolívares a la semana. Recordemos que, a causa de la hiperinflación, un kilo de arroz puede estar en 700.000 bolívares y una botella de aceite de oliva en ocho millones.
Lugo dice que solo hay una condición para entrar en el proyecto: “somos chavistas radicales, la persona que viene aquí tiene que hacerlo con la idea del socialismo, de ayudar al prójimo, no para querer enriquecerse. Tiene que entender que cambiamos el modelo productivo”.
“En la empresa privada hay una persona que te pone salario y horario. Aquí no, lo decidimos en asamblea, y si tenemos un problema, por ejemplo alguien en casa que se pone enfermo, podemos acudir con nuestros familiares y no venir al trabajo”, dice María Plaza, que lleva varios años trabajando en la textilería.
“A Venezuela le pasaron las dos cosas que peor le podían ocurrir: la muerte de Chávez y el descenso de los precios del petróleo”, considera Salvador Salas. Cree que, a pesar de la crisis, “el chavismo está en el espíritu de los venezolanos”. No niega que la situación sea difícil, pero aboga por reinventarse. El panal, con su mercado, su banco, su empresa textil y su moneda propia, es la aportación de este colectivo a una economía con graves dificultades.
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