Este artículo se publicó hace 4 años.
De la revolución a la realidad: la UE se estrella con la gestión de las expectativas
Afganistán, precio disparado de la luz, cambio de hora o drama en la frontera bielorrusa. Todas estas crisis han empujado a la UE a plantear medidas revolucionarias. Pero el tiempo pasa, surgen nuevos desafíos y lo que termina consumándose en Bruselas es
María G. Zornoza
Bruselas--Actualizado a
La Unión Europea, como la vida misma, camina sobre un dilema constante de contradicciones, anhelos, ambiciones y frustraciones. Pero sobre todo lidia día a día con un principio básico para su supervivencia y la confianza de sus ciudadanos: la gestión de las expectativas.
Cada crisis impacta como un huracán en el bloque comunitario. Pasa sin piedad. Pero tras su sacudida inicial pocos se acuerdan de él. Aunque los desperfectos que deja continúan grabados en sus azulejos. Hace cuatro meses desde la retirada internacional de Afganistán. La marcha precipitada de los europeos partícipes en la misión más longeva de la historia de la OTAN dejó dos lecciones en Bruselas: la necesidad de incrementar la dependencia de Estados Unidos y el resurgimiento del debate para crear un Ejército europeo que pudiese ser desplegado en situaciones de urgencia, como fue la evacuación del aeropuerto de Kabul. 16 semanas después, impera el business as usual. Tras Afganistán han llegado nuevas olas del covid-19, una guerra híbrida en el flanco oriental o una crisis energética. Y en Bruselas, la atención y la energía no se transforman, se redirigen.
La crisis humanitaria y de derechos humanos continúa a la deriva bajo el yugo talibán. Pero ya pocos o nadie se acuerdan del país centroasiático. La Unión Europea bebe del momentum. De la necesidad o el deseo de poner soluciones rápidas a crisis esperadas o inesperadas a través de medidas que, en muchas ocasiones, suponen una revolución. El apetito con proyectar a la UE como la panacea choca con la complejidad logística y legislativa de un organismo supranacional tan singular como es el bloque comunitario. Parte de la responsabilidad recae en los Gobiernos nacionales, que, con demasiada frecuencia, se anotan los triunfos a nivel individual y culpan y exigen imposibles a Bruselas cuando las cosas no salen bien.
La crisis de la energía centró la última cumbre de líderes europeos. Estaba llamado a ser el tema esencial del encuentro que los 27 líderes de Estado y de Gobierno celebran la próxima semana en la capital comunitaria. Pero este punto de la agenda quedará eclipsado por el empeoramiento de la situación de la pandemia en buena parte de la UE. Con los precios de la luz alcanzando en muchos países récords históricos, España planteó un plan revolucionario para cambiar el actual sistema energético de precios europeo.
La crisis de la energía centró la última cumbre de líderes europeos
Madrid asumía que se podían tomar medidas ambiciosas y rápidas para abordar la crisis energética con un frente común a nivel europeo. La gestión de la pandemia dejaba buenos precedentes. La UE consiguió encaminar la tumultuosa gestión y la división interna acontecida durante los primeros embates del coronavirus y pronto lo transformó en hitos y medidas sin precedentes. Ejemplo de ello son la compra conjunta de vacunas, la emisión de deuda común a gran escala o la flexibilidad en materia fiscal. Pero el Gobierno español leyó las cartas de forma errónea. La crisis del coronavirus contaba con una particularidad inusual: afectaba a todos los países (casi) por igual. Algo que no se replica en el resto de crisis. Mucho menos en la multidimensional que afecta a la energía. Por ello, a pesar de la apuesta española, la respuesta europea para reducir la factura de la luz, de llegar, no lo hará durante este invierno. Y cuando lo haga, probablemente, hayan surgido nuevas urgencias, prioridades y crisis que lo jubilarán.
A golpe de crisis
Si hay un mantra que reina en cualquier análisis europeo es que la UE avanza a golpe de crisis. Y la del virus que ha puesto patas arriba al mundo era lo suficientemente arrasadora y transversal como para desatar una respuesta inusual tanto en los tiempos como en el alcance.
Pero esta no es la normalidad. El proceso legislativo para adoptar una nueva Directiva puede prolongarse durante años. Del Parlamento a la Comisión, de la Comisión al Consejo, después a los trílogos y, finalmente, un voto definitivo en la Eurocámara. En el mejor de los casos, lo supera y sale adelante. En el otro extremo, queda relegado al cajón de sastre por divisiones entre los Estados miembros o por la falta de aprobación de los eurodiputados. ¿Quién se acuerda del cambio de hora que abrió portadas durante meses? Hace tres años, la Comisión Europea propuso que las las manecillas del reloj dejasen de alterarse cada verano e invierno. Finalmente, la medida ha empantanado por falta de consenso entre los Veintisiete. Cada último fin de semana de marzo y octubre se recuerda como lo que pudo ser y no fue.
La complejidad que rodea la maquinaria comunitaria se traslada a la dificultad de comunicar este entramado con tantos engranajes. Los grandes titulares dan pie, a menudo, a procesos sine die que pueden generar frustración. Hace unos meses, la Eurocámara pedía incluir la violencia de género a la lista de "eurodelitos". De ahí a que se materialice pueden pasar años. O puede no pasar directamente, por oposición en el Consejo de los Gobiernos más ultraconservadores. Todo ello puede alimentar el recelo de los ciudadanos a una UE cada vez más influyente en sus vidas. En torno al 70% de las legislaciones nacionales pasan por la capital comunitaria. "Hay una grotesca desproporción entre la influencia profunda que la política europea tiene sobre nuestras vidas y la escasa atención que se le presta en cada país", señalaba el filósofo alemán Jürgen Habermas.
De la UE de la Defensa a la UE de la Salud
La falta de una política migratoria común es el mayor exponente de lo difícil que es avanzar en temas existenciales para el proyecto europeo. Las divisiones en esta materia son insalvables desde que seis años atrás, la crisis de 2015 enterrase el Reglamento de Dublín, principio por el cual los Estados miembros en primera línea quedaron desbordados ante la falta de solidaridad de otros como Hungría, Chequia o Polonia. El último drama en la frontera bielorrusa, donde miles de personas suman semanas varadas y utilizadas como "armas políticas" por Alexander Lukashenko, refleja cómo ha operado la UE estos años ante el vacío de un marco legal: con parches y soluciones ad hoc. Recientemente, Bruselas ha propuesto endurecer el asilo para estas personas permitiendo a los países afectados (Polonia, Letonia y Lituania) incumplir su propia normativa para la petición del refugio.
En torno al 70% de las legislaciones nacionales pasan por la capital comunitaria
No es que la UE no avance. Lo hace, pero a su ritmo: piano. Y tiene su mérito. En ningún foro del mundo, 27 Gobiernos nacionales y 705 diputados se ven obligados a construir consensos para sacar medidas adelante que afectan a 450 millones de ciudadanos. El problema es que en muchas ocasiones camina a un paso presto que no puede seguir por su propia arquitectura estructural. Y acaba tropezando y relegando grandes iniciativas a potentes eslóganes como la Unión Europea de la Salud. La construcción de la casa por el tejado aviva la frustración pero la realidad avanza con pasos pequeños. Y sobre todo en Bruselas, siempre lo hace con siglas: HERAS para el muevo mecanismo de emergencia sanitaria o PESCO para invertir de forma conjunta en defensa.
La llegada del coronavirus aceleró el discurso para crear la Unión de la Salud. Se han dado pasos en esta dirección, pero las competencias sanitarias restan y restarán durante mucho en tiempo en manos de las capitales. La Unión de la Seguridad y la Defensa es el anhelo de padres fundadores como Jean Monnet, pero suma décadas enquistada por los recelos de los Estados miembros a ceder soberanías en algo tan popular en votos como es la propia protección de sus fronteras. La Unión de la Energía, adaptada a las volatilidades del mercado, aguarda a un informe clave de Bruselas –que verá la luz en abril-. Probablemente para ese entonces, la urgencia habrá amainado.
La Unión Europea se pierde a veces en sus crisis y también en una creciente exigencia hacia ella. Cada vez son más los que dentro y fuera de las fronteras comunitarias giran la vista a Bruselas cuando alguien estornuda. Pero las decisiones importantes continúan cautivas de la división de los Estados miembros y de su falta de voluntad para ceder competencias alimentando la paradoja del querer y no poder.
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