BRUSELAS
Entre los países europeos existe el consenso de continuar ayudando militarmente a Ucrania y de aumentar el gasto en defensa. Pero de fondo, las divisiones sobre el alcance, el ritmo, el calendario o la magnitud de esta militarización generan muchas divisiones. Los 27 Estados miembros son presos de sus pasados históricos y de sus presentes geográficos; todo ello marca la postura que defienden en una Europa con la vecindad en llamas. Los vecinos de Rusia jadean contra el riesgo de una Tercera Guerra Mundial, mientras que otros como España rebajan el tono.
"La contención es muy importante. No se puede hablar alegremente de terceras guerras mundiales, ni trasladar mensajes que preocupan a la ciudadanía. Los ciudadanos quieren que sigamos apoyando a Ucrania, pero tenemos que utilizar otro lenguaje. No me siento reconocido cuando se habla de convertir a Europa en una economía de guerra ni con expresiones como tercera guerra mundial", aseguró el presidente español, Pedro Sánchez, a su paso por Bruselas en la última cumbre europea. Sus palabras llegaban después de que muchos altos cargos –entre ellos su ministra de Defensa, Margarita Robles– tocasen los tambores de guerra advirtiendo de que una confrontación directa con Rusia era muy probable en el corto-medio plazo.
Poco después, el primer ministro polaco, Donald Tusk reconoció en una entrevista con varios medios europeos que, en la reunión con sus homólogos, Sánchez había pedido rebajar las llamadas de alarma. "No exagero. Estamos en una época de preguerra", insistió. "La llamada para que los europeos sean conscientes de los desafíos que tenemos por delante está bien, pero no podemos exagerarla. La guerra no es inminente. He escuchado voces que dicen que lo es. Por Dios, la guerra no es inminente. Vivimos en paz. Apoyamos a Ucrania. No somos parte de esta guerra, solo apoyamos a Ucrania", contrapuso Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea.
Desde el inicio de la invasión, Polonia es uno de los países más halcones con Rusia y uno de los grandes defensores del apoyo a Ucrania. Fue uno de los pioneros en ofrecer a las filas de Volodimir Zelenski cazas de combate. Los postulados del Este, que llevaba años pidiendo más mano dura con Moscú, especialmente tras la anexión de Crimea en 2014, salieron reforzados tras la guerra total que Putin comenzó el 24 de febrero de 2022 contra Ucrania. Muchos diplomáticos reconocen entre bastidores que deberían haber escuchado con más atención las advertencias de los países Bálticos. El cierre de filas de Varsovia con Kiev –solo interrumpido por la crisis de los cereales– llegó a tensar las relaciones del gobierno anterior del PiS (siglas del partido polaco, Ley y Justicia) con su gran aliado en el Consejo Europeo: la Hungría de Víktor Orbán.
El líder del Fidesz se ha erigido como la piedra en el zapato de la UE. Es el más próximo al Kremlin. Durante estos 26 meses ha secuestrado sanciones a Rusia o paquetes de ayuda financiera a Ucrania. Pero lo que ha hecho en realidad es dilatar los acuerdos. Orbán, de una forma u otra, siempre ha terminado cediendo y aceptando 13 paquetes de medidas restrictivas y 50.000 millones de euros para mantener la estabilidad de Ucrania en los próximos cuatro años. La estrategia que está siguiendo el líder magiar se asemeja a la adoptada por muchas fuerzas populistas o de extrema derecha desde Donald Trump hasta Marine Le Pen, que evitan respaldar públicamente a Putin y esgrimen que es un error mandar armamento a Ucrania porque así no llegará la paz.
En el otro lado se encuentran los países bálticos. Estonia está siendo uno de los países que más lejos está yendo en el fondo y las formas para ayudar a Ucrania. La primera ministra, Kaja Kallas, ha propuesto que el 0,25% del Producto Interior Bruto (PIB) del país vaya destinado a financiar el suministro de material bélico a las tropas ucranianas. Rusia la ha declarado persona non grata. En esta línea se encuentra también Lituania. Su ministro de Asuntos Exteriores, Gabrielius Landsbergis, es uno de los habituales azotes a Rusia y a sus socios europeos, a los que acusa de no hacer lo suficiente. "Las buenas historias no ganan guerras. Sin entregas significativas de armas y garantías de seguridad reales, la gloriosa narrativa de unidad y solidaridad con Ucrania se debilitará y se irá acercando rápidamente al cinismo", reconoció esta semana en los márgenes de la cumbre ministerial de la OTAN.
La guerra en Ucrania ha ido rompiendo gradualmente todos los tabúes que tenía el proyecto europeo, un proyecto de paz, en términos de militarización. Por primera vez el bloque comunitario ha financiado el envío de armas a un país en guerra. Las líneas rojas sobre no enviar sistema de defensa o cazas de combate se han ido rompiendo. Y recientemente Francia puso sobre la mesa el tema más complejo y problemático deslizando la posibilidad de desplegar efectivos occidentales sobre el campo de batalla. La mera propuesta le supuso un desencuentro con Alemania, que se negó en rotundidad junto a otros como España o Italia. Sin embargo, en Polonia o Estonia acogieron la idea con agrado y se abrieron a estudiar el envío de instructores.
Jens Stoltenberg, secretario general de la Alianza Atlántica, dijo recientemente que este escenario estaba completamente descartado. En Bruselas quitan importancia a estos roces entre los diferentes Estados miembros alegando que se trata de una ambigüedad estratégica para no dar a Rusia pistas sobre sus próximos pasos.
Otro de los flecos por cerrar y que genera distintas percepciones es qué hacer con los activos rusos congelados. La Comisión Europea propuso recientemente un plan para dar los intereses que generaban a Ucrania. Pero una batería de países como Alemania quieren destinarlo a la financiación de munición, la necesidad más apremiante en estos momentos, y los catalogados como neutrales, como Austria, abogan por redirigir estos millones a la futura reconstrucción del país.
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