Santiago de Chile
Amanda González tenía 17 años cuando se convirtió al islam. Hija de una sueca y un chileno que a finales de los 80 emigró hacia el país nórdico, creció en Falkenberg. Con 20 años conoció a su futuro marido, Mikael Skramo. Se casaron y se trasladaron a Gotemburgo, donde empezaron a formar su propia familia. En 2014, cuatro años después de su matrimonio y ya con cuatro hijos, la pareja avisó a los suyos que partía de vacaciones a Turquía.
Nadie sospechó que, en realidad, iban a sumarse a las filas de Estado Islámico (EI) en Siria, que acababa de proclamar su califato y anunciaba su expansión. La familia de Amanda conoció tres meses más tarde el verdadero destino de la joven, cuando ya estaba totalmente instalada en territorio yihadista. No se dieron cuenta de su radicalización.
Mikael Skramo se vinculó hasta tal punto con el grupo armado que llamó a realizar ataques terroristas en territorio sueco e incluso apareció en una foto de propaganda de los terroristas con su hijo mayor. Mientras, Amanda fue madre de otros tres niños, dedicada de forma exclusiva a atender a su marido e hijos, a quienes preparaban para ser futuros combatientes. Skramo, murió el año pasado en un combate contra militares sirios en Al-Baghuz, último bastión sirio en manos del EI.
Amanda, la hija de Patricio González, falleció en enero. Desde entonces empezó una auténtica batalla para rescatara sus siete nietos
Patricio González tiene 50 años y es el padre de Amanda. Habló con ella por última vez el 30 de diciembre de 2018 por mensaje de texto. Luego supo que su hija falleció en enero este año. Sus nietos –de uno, dos, tres, siete y ocho años de edad, además de dos gemelos de cinco– fueron trasladados al noreste de Siria, al campamento de Al Hol destinado a viudas e hijos de combatientes del EI. Desde entonces, empezó una auténtica odisea para rescatar a sus siete nietos.
Las dificultades del abuelo tienen que ver con el debate en torno a la repatriación de los combatientes del EI y sus familias. Según un informe de 2018 del Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización (ICSR, por sus siglas en inglés), al menos 3.704 niños nacidos en el extranjero fueron llevados por sus padres a territorio de EI. Sin embargo, muy pocos de ellos han sido devueltos a sus países de origen hasta el momento.
Según el Servicio de Seguridad Sueco, unas 300 personas viajaron de desde este país a Siria para unirse a las filas del grupo armado. El Gobierno sueco no apoya el retorno de los yihadistas y algunos partidos piden incluso que se les retire la nacionalidad, aunque sean apátridas. Uno de los casos que trascendió hace pocos meses, es el de Shamima Begum que, luego de casarse con un holandés que se enroló a las filas islamistas, pidió regresar a su país natal, Gran Bretaña. Los británicos, pero, rechazaron su petición y le negaron la ciudadanía.
5 meses de búsqueda
A finales de marzo, después de la caída definitiva de Al-Baghuz, los siete niños fueron trasladados al campo de Al Hol, donde la ONU estima que sobreviven unos 2.500 niños y niñas. Desde entonces, el abuelo no ha parado de dar la pelea: ha respondido a decenas de entrevistas llamando a Chile y Suecia a intervenir, solicitó la participación de la Cruz Roja e incluso decidió viajar al noreste sirio, al campamento donde estaban los niños. Los encontró enfermos y desnutridos, pero su visita marcó un precedente: fue la primera vez que un civil accedió a un asentamiento kurdo.
Cuando Patricio logró ver a sus nietos, los médicos le dijeron que no tenían esperanza de vida mayor a 15 días
Ese día sólo pudo compartir tres horas con sus pequeños, pero dijo que le bastaron para darse cuenta de que muchos allí “simpatizaron” con su dolor. Sin embargo, aquella reunión también fue uno de los momentos más duros del camino: “Cuando Patricio logró ver a los niños, los médicos le dijeron que no tenían esperanza de vida mayor a 15 días a causa de la desnutrición, las infecciones pulmonares y si estado tan débil de salud”, recuerda Juan Carlos Godoy, amigo y representante legal de la familia de Amanda. “Fue un tiempo de mucha incertidumbre y frustración, tiempo de llanto y de dolor porque no entendíamos cómo dejaban morir a los niños de esa manera”, añade. Tras ese primer encuentro, empezó la insistir a instancias gubernamentales.
González siempre ha mantenido que inicialmente la respuesta de Suecia fue evasiva y de falta de interés hasta que las autoridades chilenas le comprometieron su apoyo. “Cuando llevamos el tema a la cancillería chilena, hubo un giro en la posición de Suecia, que venía rechazando durante 5 meses cualquier tipo de ayuda a Patricio”, cuenta Godoy.
El 7 de mayo, las autoridades kurdas que controlan la zona autorizaron el traslado de los niños a Irak para reunirse con su abuelo, realizarles controles médicos y gestionar los últimos trámites burocráticos. Empezaba, por fin, a desbloquearse la situación gracias a la presión internacional y a la intervención del gobierno chileno en el asunto. Otro factor que aportó tranquilidad a los familiares fue que se haya entregado la nacionalidad sueca a los 7 niños.
Finalmente, en la mañana de este miércoles (hora sueca), los pequeños y su abuelo llegaron al Gotemburgo: "El viaje ha ido bien y los niños han estado tranquilos y felices”, fueron las primeras palabras de Patricio González al aterrizar. Su representante detalló que durante el viaje estuvieron “con una custodia impresionante” del Estado sueco y que luego fueron trasladados a un centro social, solicitado por el abuelo.
Estigmatizados
El caso de Patricio González ha tenido un altísimo impacto en la prensa sueca. Sin embargo, la mayoría de los medios de comunicación se han referido a sus nietos como “los hijos del Estado Islámico” o “del terrorista Skramo”. El chileno no esconde que muchas voces, incluso de autoridades europeas, han criticado la repatriación de los menores.
Un discurso que se replica en las calles y que ha llevado a abuelos paternos y maternos a cuestionarse si los niños deberían de vivir en Gotemburgo: “En Suecia tienen mucha exposición mediática y un estigma social importante debido a que son hijos de terroristas y se les trata así”, apunta Godoy. Y agrega: “Necesitan recuperarse con armonía y sin tener que esconderse; salir tranquilos a una plaza o a la escuela”.
El estigma que sufren en Suecia tiene que ver con el impacto del terrorismo islamista en este país
En los próximos días, durante el proceso de recuperación médica y en plenos trámites burocráticos de pasaportes, la familia tomará la decisión sobre el lugar de residencia de los niños. Varios tíos por parte de la familia de la madre ya han manifestado que tienen condiciones e interés por acogerlos.
Para el amigo de la familia, el estigma que sufren en Suecia tiene que ver con el impacto del terrorismo islamista en este país, por ejemplo con “la exportación de terroristas” que van a combatir a las filas del EI y que luego quieren regresar o el hecho de que el propio país ha sufrido los ataques de este mismo grupo. Pero, más allá de esto, quiere insistir en un punto: “Los niños que son hijos de quienes decidieron combatir, no tienen ninguna responsabilidad”.
Los nietos de González nacieron y crecieron en medio de un conflicto internacional largo y enquistado que dejó a millones de desplazados y muertos. Amanda y Mikael fueron dos de ellos y sus hijos fueron testimonios de ello. Los vieron morir. Después del rescate y la recuperación médica, probablemente el siguiente eslabón sea tener que explicar a los niños qué les pasó a sus papás. “Será una tarea dura, más difícil que lo que nos costó el rescate”, dice Godoy.
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