jerusalén
La tregua que el lunes alcanzaron Israel y las milicias de la Franja Gaza creará necesariamente un escenario nuevo en el enclave habitado por dos millones de palestinos, donde Hamás gobierna desde el 2007 en unas condiciones particularmente adversas debido al estricto bloqueo impuesto por Israel y Egipto, creando una situación inédita que no permitirá la continuación del statu quo.
La decisión de lo que vaya a ocurrir a partir de ahora depende de Benjamín Netanyahu. El primer ministro israelí tiene ante sí tres opciones posibles y debe decir pronto qué camino toma, en las próximas semanas, quizás después de concluir la formación de la coalición de gobierno o, en cualquier caso, después de la celebración del festival de Eurovisión en Tel Aviv entre los días 14 y 18 de mayo.
Una de las posibilidades, continuar como hasta ahora, es decir mantener el statu quo, es muy improbable puesto que en cuestión de semanas o meses tendríamos otro sarpullido similar o peor al del fin de semana, algo que Netanyahu no puede permitirse puesto que la paciencia de la población del sur se termina y la paciencia de sus socios políticos también.
Unos y otros exigen una intervención militar en profundidad que acabe con Hamás. Pero ya que Netanyahu no quiere dar un paso de esa naturaleza, de consecuencias tan inciertas, solamente le queda la opción de ceder ante Hamás y las demás milicias y aliviar el bloqueo de la Franja aplicando medidas que vagamente había prometido cada vez que había un conflicto armado, pero que nunca llegó a ejecutar.
Según un despacho del lunes de la agencia palestina Maan, el acuerdo de alto el fuego negociado en El Cairo con Qatar, Egipto y las Naciones Unidas como padrinos, contiene diez cláusulas. La segunda especifica que Israel “aplicará los entendimientos” anteriores entre las dos partes “que incluyen una ruptura del bloqueo”.
Este es un sapo que Netanyahu deberá tragarse si desea mantener la calma en el sur, ya que de otra manera, y debido a la situación insostenible derivada del bloqueo, las milicias se verán abocadas a reanudar sus ataques contra Israel más pronto que tarde. Por eso Israel no tendrá más remedio que ceder en un punto en el que nunca ha cedido, a pesar de los compromisos adquiridos, desde que Netanyahu fue elegido primer ministro en 2009.
Existe una tercera opción que ya se ha mencionado: una intervención militar de gran calado contra Hamás. El lunes el propio Netanyahu dejó abierta esta posibilidad cuando declaró que “la batalla actual todavía no ha terminado”, una alusión que quizá significa que no ha rechazado la posibilidad de meter al ejército hasta el fondo en la Franja.
Una tercera opción: una intervención militar de gran calado contra Hamás
Se trata de una opción demasiado arriesgada por varios motivos y Netanyahu es consciente de los peligros que entraña y por eso la ha evitado una y otra vez durante la última década. En primer lugar, no bastaría con una operación como las anteriores, por ejemplo como la de 2014, puesto que eso significaría volver a poner como paliativo un paño caliente a una enfermedad que requiere pasar por el quirófano, y que al cabo de unas semanas o unos meses se revelaría insuficiente.
Tendría que ser una operación militar de proporciones considerables para acabar con Hamás y las demás milicias. Naturalmente, en la Franja hay decenas de miles de milicianos armados que seguramente no plantarían cara a las fuerzas invasoras como un ejército regular, de manera que no se podría acabar con ellos en un combate convencional.
Al contrario, los milicianos operarían como en una guerrilla, eludiendo el combate directo y dosificando las operaciones. Aunque Israel acabara con la dirección de Hamás, no acabaría con los milicianos. De hecho, en el pasado ya cercenó el liderazgo de la organización islamista asesinando al fundador, el jeque Ahmed Yasin, y a otros líderes, y sin embargo eso no sirvió y hoy Hamás es mucho más fuerte que nunca.
Hamás sigue un modelo bastante similar al del Hizbolá libanés. Es preciso recordar que su anterior líder Abbás al Musawi fue asesinado por Israel en febrero de 1992. Los israelíes debieron pensar que de esa manera descabezaban a la organización chií, sin embargo, su sucesor, Hassan Nasrallah, pronto se convirtió en un enemigo peor y más desafiante que Musawi. Algo parecido ocurrió cuando Israel descabezó la dirección de Hamás en Gaza.
Que el ejército israelí permaneciera en la Franja durante mucho tiempo sería muy costoso. Con decenas de miles de milicianos armados, los soldados israelíes tendrían una gran dificultad para controlar la Franja. Esta circunstancia obliga a pensar que Netanyahu no se meterá en Gaza para quedarse, aunque podría llevar a cabo una operación más o menos puntual que no significaría ningún cambio a medio y largo plazo.
Para pacificar la Franja de Gaza no basta con el dinero que Qatar aporta mensualmente; es preciso el levantamiento del bloqueo y este es el escenario que hoy parece más plausible. De las tres opciones que Netanyahu tiene delante, el levantamiento del bloqueo es la única que puede garantizar a Israel un futuro relativamente tranquilo a medio plazo, y también una situación menos onerosa en vidas y dinero. Tiene, eso sí, una contraindicación; el peaje de orgullo que Netanyahu y sus aliados tendrán que pagar.
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