MADRID
El barro lo ha impregnado todo en l'Horta Sud de València: calles, casas y colegios; botas, pies y manos; familias enteras, con sus memorias y recuerdos. Y también negocios. Librerías, panaderías, farmacias y talleres de costura. Bares, restaurantes y estudios de música. Los locales situados a pie de calle fueron golpeados por la columna de agua; quedaron devastados, teñidos de marrón. Muchos, siguen "sin escaparate", sin puerta, sin nada que ofrecer. Otros, buscan reinventarse, pero "cuesta, cuesta mucho", dicen los propietarios: "No tenemos comercio en los pueblos, lo hemos perdido".
El Consorcio de Compensación de Seguros (CCS) trabaja para subsanar en la medida de lo posible los estragos de la DANA. La entidad, que depende del Ministerio de Economía, pero también recibe financiación privada, ha registrado 72.125 solicitudes de indemnización, 4.635 de ellas de comercios y almacenes. El Gobierno ha desplegado, además, un paquete de medidas de 10.600 millones de euros para los hogares, empresas, autónomos y municipios afectados por el temporal. Los trabajadores, no obstante, reconocen sus dudas con las subvenciones y tienen "poca fe" en que sirvan para reparar los daños de la catástrofe. Los trámites, además, tienen que realizarse online, aunque muchos vecinos siguen sin conexión a Internet.
Laia García llevaba 12 años al frente de su propia librería, Somnis de Paper, en Benetússer. El local ha desaparecido. Los libros y los cuentos se esfumaron entre el fango. "Los coches golpearon los escaparates, lo rompieron todo. La gente veía pasar nuestras cosas río abajo", señala la joven. Laia cifra en 150.000 euros las pérdidas, entre mobiliario y material. "Este sector es peculiar. Los libros que no vendemos, los tenemos que devolver, ¿no? Entonces, todo lo que hemos perdido, ¿lo vamos a tener que pagar?", se pregunta.
Lo primero que pensaron los dueños del negocio es que iban a "ser incapaces de sacarlo adelante", que sería mejor bajar la persiana, colgar el cartel de cerrado para siempre. "Los clientes se han volcado haciendo pedidos en la web", reconoce, todavía emocionada. "El problema es que seguimos aislados, no podemos recibir libros, ni enviarlos. Pero en cuanto recuperemos cierta normalidad, lo haremos... La gente nos dice que somos necesarios, que no podemos cerrar, porque hacemos comunidad. Esto es lo que nos da fuerza para seguir adelante", continúa. La empresa ha tenido que pedir un cese temporal de la actividad.
Tono Hurtado llevaba siete años forjando su carrera como productor musical. El agua cubrió 20 o 30 centímetros del estudio que tenía alquilado, en Xirivella. "No es mucho, y hasta cierto punto, me considero un afortunado", confiesa. Los elementos acústicos, no obstante, "son casi todos de moqueta y madera; cables, y mucha maquinaria", es decir, "la humedad los ha destruído". Los peritos le han dicho a Tono que "no se puede aprovechar nada". El presupuesto por reconstruir el estudio no bajaría de los 150.000 euros. "Las habitaciones apenas tienen ventilación, cada día que pasa vemos más moho y huele peor. El mundo de la música es complicado. Me ha costado mucho levantar este proyecto y, de repente, cuando empezaba a funcionar, sin comerlo ni beberlo, tienes que despedirte... La verdad es que te derrumbas", lamenta.
Chelo Botija tiene 52 años y regenta Núvols de Regals, una tienda de juguetes, regalos y libros en Catarroja. La casualidad quiso que el temporal la pillase de vacaciones. "La situación ha sido absolutamente trágica, porque no podía comunicarme con mi familia. La tienda no se podía abrir, tuvieron que venir los bomberos para subir la persiana. Ese momento fue catastrófico", reconoce. Chelo ya tenía preparadas las campañas de Black Friday, Navidad y Reyes. "Todavía pienso que en algún momento me despertaré y habrá sido un sueño. El consuelo que me queda es que todo lo que se ha perdido estaba pagado, no le debo dinero a nadie", explica, al teléfono, todavía afectada.
"Me gustaría volver a abrir la tienda, los clientes y los vecinos me lo piden, pero todavía no sé que hacer. La decisión va a depender de las ayudas que recibamos, no tengo capacidad financiera para poner en marcha otro negocio desde cero", insiste. La frontera natural –y emocional– del Turia no sólo separa València de las localidades de l'Horta Sud, también separa la calma –tensa– de la incertidumbre, tenerlo todo y haberse quedado sin nada: sin casa, sin pueblo, sin comercio. Los empresarios temen, además, un laberinto burocrático que complique todavía más la vuelta a la rutina: "Las gestorías donde hacemos el papeleo también están destrozadas, limpiando todavía el barro, recuperándose de las pérdidas materiales y humanas".
Camelia Godoy trabaja como recepcionista en la clínica dental Espai València, en Paiporta. El día de la riada había gente dentro del local, incluso pacientes. "Las salas están aisladas del exterior, así que era prácticamente imposible saber lo que estaba sucediendo. Todavía no sé de qué manera, pero recibimos una señal, algo que hizo saltar las alarmas", cuenta. El personal y los clientes salieron "a toda prisa" y se refugiaron en un edificio situado justo enfrente de la clínica, en la Plaza Mayor de la localidad. El negocio quedó "totalmente destruido", también los materiales, "algunos, muy costosos". Los dueños cifran en casi 300.000 euros el valor de las pérdidas y su reposición.
"Nosotros tenemos una preocupación añadida, porque los clientes tienen que seguir con sus tratamientos, tenemos una responsabilidad y ellos necesitan atención", advierte Camelia. La actividad económica de Paiporta ha desaparecido por completo, "no sólo los pequeños negocios". La Asociación de Comercio recuerda, de hecho, que los tres polígonos industriales de la ciudad han sido arrasados. "La alerta no llegó, nadie nos avisó. Los daños materiales eran impredecibles, pero la catástrofe humana sí podía haberse evitado", denuncia Silvia Muñoz, gerente de la plataforma.
La Farmacia Doctor Díaz, en Alfafar, abrirá este jueves –de nuevo– sus puertas. "El agua llegó a más de dos metros de altura, todo lo que había dentro, se perdió. Los proveedores y laboratorios nos lo están poniendo muy fácil. Esta tarde ha venido el informático y estamos a la espera de recibir la mercancía para empezar a andar", precisa Luis Díaz. El sueño de su padre era, precisamente, poner en marcha esta botica. Lo consiguió hace 18 años, pero este verano falleció. Luis y su hermano, todavía afectados, confían en poder seguir cuanto antes con su legado: "Es una previsión optimista, pero... ¿quizá en Año Nuevo?".
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