Evo vs Lucho: la izquierda boliviana en proceso de implosión
Morales y su delfín, el presidente Arce, libran una guerra sin cuartel por el liderazgo del oficialista Movimiento al Socialismo a menos de un año de las elecciones presidenciales
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"Parece que el mapa está cambiando". El 30 de diciembre de 2005 Fidel Castro recibía en La Habana con estas palabras a un todavía poco conocido dirigente aymara que acababa de ganar, dos semanas antes, las elecciones presidenciales en Bolivia, un hito histórico en un país regido desde su fundación por la minoría blanca y criolla. Con la bendición del Comandante, Evo Morales pasaba a formar parte de una trinidad ideológica, junto a Fidel y Chávez, que rediseñaría a principios de este siglo la cartografía política de América Latina.
Fogueado en las luchas sindicales del campesinado del Chapare (la región cocalera de Bolivia), Evo Morales irrumpió en la política boliviana de la mano del Movimiento al Socialismo (MAS) y llegó al Palacio Quemado en 2006 con una clara vocación de romper con la tradición neoliberal de los gobiernos que le habían precedido. El MAS ha estado en el poder desde entonces (con el breve receso de un año por el golpe de Estado de 2019) y hoy, casi dos décadas después, ha entrado en proceso de implosión.
Morales (2006-2019) y quien fuera su delfín político, el actual presidente Luis Arce, son ahora enemigos irreconciliables y su disputa por el liderazgo del MAS puede derivar en una fractura del partido de cara a las elecciones presidenciales de agosto de 2025, en las que ambos líderes podrían llegar a enfrentarse. Entre acusaciones cruzadas de abuso sexual a mujeres y de incitaciones a la desestabilización social, Evo y Lucho, como se les llama en Bolivia, avanzan sin freno hacia un choque de consecuencias imprevisibles para el futuro de la izquierda en el país sudamericano.
Como no podía ser de otra manera en el país con más golpes de Estado del planeta, la actual crisis del MAS tiene su origen en una rebelión cívico-militar orquestada en 2019 contra Morales tras las elecciones de octubre de ese año. Con el beneplácito de la Organización de Estados Americanos (OEA), un puñado de políticos, militares y mandos policiales sin escrúpulos tomaron el poder y obligaron a Morales (vencedor en las urnas) a emprender el camino del exilio. Un año después, el MAS recuperaba la presidencia tras el gobierno interino de la golpista Jeanine Añez (hoy en prisión).
Desde su exilio argentino Evo había designado a Arce, su exministro de Economía, como sucesor por delante de una figura con más peso político, el excanciller David Choquehuanca. A Arce se le consideraba el cerebro del "milagro económico" boliviano, aunque hoy Evo se refiera a él como un mero "cajero". Obtuvo un contundente 55% de los votos en los comicios de 2020 y, poco a poco, fue tomando distancia de su mentor tanto en términos ideológicos como programáticos. Su gobierno se fue escorando hacia el centro a medida que pasaban los años. Y hoy se reivindica como un punto intermedio entre el evismo y la derecha tradicional.
Investigación contra Evo
El último episodio en la lucha sin cuartel que libran ambos dirigentes ha sido la reciente investigación abierta por la Fiscalía contra Morales por un supuesto delito de estupro y otros tres procesos más. El caso principal se refiere a una presunta hija que Evo habría tenido cuando era presidente con una joven de 15 años. Una relación que según la acusación habría sido consentida por los padres de la menor a cambio de ciertos favores políticos. El caso -arguyen los abogados de Morales- ya fue desestimado por la Justicia en 2019. Hubo también un precedente en 2016, un escándalo alentado por la prensa sobre un hijo no reconocido de Evo que, al cabo del tiempo, resultó ser falso. Pero la imagen del entonces mandatario quedó maltrecha durante muchos meses.
El enfrentamiento entre Evo y Lucho ha partido en dos mitades al MAS, unas siglas por las que ahora se pelean ambas facciones. Los congresos de unos y otros celebrados en los últimos meses han sido anulados por el Tribunal Supremo Electoral. La crisis se exacerbó a finales de junio cuando el general Juan José Zúñiga, un militar próximo a Arce, amenazó a Morales con detenerlo si se postulaba de nuevo a la presidencia al considerar que la Constitución lo inhabilitaba para ello (una cuestión sobre la que hay diferentes interpretaciones). Acto seguido, Zúñiga se plantó con una tanqueta y un retén de soldados en la plaza Murillo de La Paz, frente a la sede del Gobierno. La cantinflesca asonada, sin respaldo de la gran mayoría de las guarniciones, acabó en unas horas con los golpistas detenidos. Evo mantiene que fue un autogolpe de Arce para desviar la atención y presentarse como víctima.
La popularidad del mandatario estaba por los suelos debido a una crisis económica lacerante (hay escasez de combustible y una preocupante falta de divisas). Cuatro meses después, la situación continúa igual o peor. Evo culpa a su exministro de haber dilapidado su legado en menos de un lustro. Morales gobernó el país entre 2006 y 2019. La coyuntura económica internacional estuvo de su lado durante los primeros años de su mandato, con los precios de las materias primas por las nubes. Saneó las finanzas del país, acumuló reservas monetarias, redujo el déficit fiscal y contuvo la inflación. Todo ello sin renunciar ni un ápice a sus banderas ideológicas de nacionalización de las principales industrias y reformulación de la política social para redistribuir la riqueza. Su figura fue agrandándose con los años. Arrollaba en las urnas y ejercía como líder supremo de un movimiento gigantesco, único en el mundo, en el que había espacio para los sectores populares (ese 50% de población indígena) y para unas clases medias cuyo nivel de vida mejoró considerablemente.
El problema de la sucesión
Tan grande y carismática era su figura que empequeñeció a los que lo acompañaban en el viaje. Se trata de un mal que han padecido los gobiernos progresistas latinoamericanos de las dos últimas décadas. Evo eligió a Arce y éste quiere hoy "matar al padre" (es decir, alejarlo de la contienda electoral). Rafael Correa le pasó el testigo a su vicepresidente Lenin Moreno, devenido neoliberal de la noche a la mañana, y hoy pasa sus días en Bélgica con orden de captura si pisa Ecuador. Cristina Fernández de Kirchner, animal político donde los haya, se encomendó a Alberto Fernández y ambos acabaron tirándose los trastos en la Casa Rosada y abonando el terreno para la irrupción del ultraderechista Javier Milei.
La debacle del peronismo en Argentina debería servir de aviso para los dirigentes del MAS. Las luchas internas no sólo debilitan los partidos. Provocan también la desafección ciudadana y la consecuente aparición de outsiders con credenciales antidemocráticas. En Bolivia la oposición anda todavía algo despistada, pero emite ya algunas señales de una posible búsqueda de la unidad para desbancar al MAS del poder. Los expresidentes Carlos Mesa (candidato en las dos últimas citas electorales) y Jorge Tuto Quiroga visitaban hace unos días en la cárcel al ultraderechista Luis Fernando Camacho (exgobernador del rico departamento de Santa Cruz y condenado por su participación en el golpe de 2019).
En el fuego cruzado entre Evo y Lucho, la calle parece estar del lado del expresidente. Su reciente "marcha para salvar Bolivia" fue todo un éxito. El Gobierno respondió con los procesos judiciales y el evismo contraatacó presentando ante los tribunales a una mujer que dijo haber sido abusada sexualmente por Arce. Desde el Chapare, donde vive Morales, éste le ha advertido al presidente que no renuncia a presentar su candidatura en 2025: "Si no quiere de buenas, es de malas". Sus seguidores amenazan con "incendiar" el país si su líder es detenido. Ya han comenzado los bloqueos de carreteras. Pero el mandatario no se amilana: "No acepté ser tu títere", le dijo en un mensaje emitido por televisión. Evo encabeza las encuestas en intención de voto, por delante de un impopular Lucho, a menos de un año de las elecciones. Su duelo a garrotazos ensombrece hoy el horizonte de la izquierda boliviana.
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