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Tienen nombres como Moon Express y Astrobotic Technology y son las nueve empresas que ha seleccionado la NASA para que lleven a la Luna los instrumentos y aparatos encargados de realizar la nueva racha de experimentos lunares de Estados Unidos, cuando se van a cumplir 50 años de la llegada del hombre al satélite. “Este anuncio supone un nuevo paso concreto en el regreso de Estados Unidos a la Luna para quedarse”, dice el director general de la agencia espacial, Jim Bridenstine. En este regreso no se incluyen, por ahora, astronautas.
El escenario previsto es que estas empresas compitan entre sí para llevar cargas a la superficie de la Luna y operarlas allí y la NASA sería solo uno de sus clientes, dispuesta a gastarse 2.600 millones de dólares en los próximos 10 años. Las empresas son en su mayoría de pequeño tamaño y algunas no tienen todavía ni siquiera el cohete necesario para despegar, pero la NASA cree que las primeras misiones pueden realizarse ya en el año que viene, lo que parece demasiado optimista. Este escenario incluiría la instalación de telescopios en la cara oculta y la explotación comercial de minerales lunares, un objetivo antiguo que siempre parece lejano pero que ahora lo parece un poco menos. Esto es en parte por la presión de China, que está a punto de lanzar un nuevo explorador de la superficie de la cara oculta lunar tras convertirse en 2013 en el primer país que alunizó un módulo robótico desde 1976.
En un alarde de malabarismo e improvisación y mientras debate qué hacer con la Estación Espacial Internacional (ISS), la NASA está concretando su nebulosa e irreal hoja de ruta De la Luna a Marte en una vuelta a la Luna y sus alrededores con misiones robóticas. La agencia espacial ha pedido a la comunidad científica ideas sobre nuevos instrumentos y tecnologías para estudiar la Luna y añade que todo esto servirá para que en un futuro (sin concretar fechas) puedan volver personas al satélite e incluso partan hacia Marte. Por ahora, los científicos buscan a toda prisa cosas que llevar y que hacer en la Luna, y están especialmente interesados en obtener más rocas y polvo lunares para despejar incógnitas que persisten sobre la formación de la Luna.
Mientras tanto, se prepara el primer vuelo de prueba del gigantesco nuevo cohete de Estados Unidos, el SLS, y su capsula Orion destinada a transportar astronautas y en la que existe participación europea. El objetivo por ahora es establecer una base en órbita lunar para 2024 pero en este vuelo el cohete impulsará la cápsula (sin tripulación), que durante tres semanas recorrerá más de dos millones de kilómetros y entrará en órbita lunar hasta los 70.000 kilómetros de altura antes de volver a la Tierra. La fecha más probable para esta misión, si no hay nuevos retrasos, es junio de 2020.
Con su decisión de privatizar sus misiones a la Luna, la NASA repite el modelo comercial que ha adoptado para la Estación Espacial, encargando a empresas estadounidenses sistemas para vuelos tripulados que acaben con el actual monopolio ruso de acceso con el sistema Soyuz, que tanto molesta a los políticos de EE UU. Dentro de muy poco, el 7 de enero, se lanzará por primera vez uno de estos sistemas, formado por el cohete Falcon 9 y la versión tripulada de la cápsula Dragon de la empresa Space X de Elon Musk, el controvertido fundador de Tesla. En este vuelo de prueba no habrá astronautas a bordo, pero marcará un hito en el acceso a órbita baja (la Estación Espacial está a solo 400 kilómetros de altura), aunque la verdadera prueba será el primer vuelo tripulado, previsto para junio de 2019.
Europa y Japón también sitúan la Luna entre sus próximos objetivos. La Agencia Espacial Europea (ESA) ha pedido igual que la NASA ideas para llevar a cabo durante una posible campaña de misiones a la Luna que tendrá que ser aprobada dentro de un año y que será mucho más modesta seguramente que la de la EE UU. En este caso se prevé igualmente que las cargas europeas puedan ir en vehículos comerciales o de otros países socios, además de en misiones propias de la ESA. Está claro que algo que mueve en el satélite terrestre, aunque una de las razones sea mantener la actividad espacial a falta de objetivos más ambiciosos.
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