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Caída de Ceausescu El día en que todo cambió en Rumanía

Se cumplen 30 años de la caída del régimen comunista, liderado por Nicolae Ceaușescu. Traian Orban, uno de los revolucionarios, nos explica su historia

Simbología de la Rumanía comunista./ Bru Aguiló Vidal

Trae Orban café y nos ofrece. “Tengo sed siempre. ¿Habéis visto el documental Nosotros no morimos?”. “Sí”. Lleva un pantalón militar agujereado manchado de sangre reseca y un bastón. Parce una persona desconfiada y no se anda con chiquitas: “No me cuentes qué habéis venido a hacer aquí, dime la primera pregunta”.

Es, Orban, uno de los revolucionarios que se alzaron contra el régimen comunista de Ceaușescu justo ahora hace 30 años. El 16 de diciembre, en Timişoara, en el oeste del país, los rumanos y rumanas, hartos de la crisis de abastecimiento que sacudía el país y de un régimen que daba sus últimos coletazos, salieron a la calle con un único mensaje: “¡Libertad, abajo el comunismo!”. Lo hicieron en lo que ahora se conoce como Liberty Square, la Plaza de la Libertad. La mecha que prendió el fuego fue el intento de desahucio del pastor luterano, perteneciente a la minoría húngara, László Tőkés. Este había sido crítico con el régimen comunista y había sido destituido por petición expresa del gobierno. Sus fieles se empezaron a concentrar alrededor de su casa para evitar el desahucio y las concentraciones derivaron en un alzamiento popular sin precedentes que tumbaría el régimen comunista.

Las protestas pronto se extendieron al resto de ciudades. El 25 de diciembre, día de Navidad, y tras ser capturado junto a su esposa Elena, el matrimonio Ceaușescu fue ejecutado después de un juicio sumarísimo sin ninguna garantía. Las imágenes, disponibles en Youtube, dieron la vuelta al mundo. En Târgoviște, a unos 25 kilómetros de Bucarest, el sitio donde los Ceaușescu vivieron sus últimas horas se mantiene intacto.

El 16 de diciembre, Traian Orban no se encontraba en Timişoara. Su trabajo de veterinario, a menudo lo mantenía alejado de la ciudad. “Me llegó que en Timişoara la gente se había alzado contra el régimen y no lo pensé: cogí el coche y me planté allí”. Poco duraría su revolución: al día siguiente, los militares, que habían sacado arsenal de guerra contra los manifestantes, le dispararon en una pierna. Durante esos días hubo unos 1000 muertos, aunque los datos, 30 años después, continúan siendo confusos. “Siempre se ha dicho que durante esos días la policía iba a los hospitales y las morgues y robaba cuerpos, los quemaba y los hacía desparecer”. Se usaron armas y munición de guerra, tanto en Timişoara como en el resto del país. “El 18 fui al hospital, y estaba repleto de gente. Se puso en marcha un sistema de identificación de heridos, para dejarlo todo documentado y avisar a nuestras familias”. El 20 de diciembre, tras cuatro días de revolución, se inició una huelga general. “Se arrestaron 900 personas. La policía y el ejército intentaban disuadir a los manifestantes de todas las maneras posibles, pero la gente no se iba a casa. La gente corría, se escondía y luego volvía a Liberty Square”.

Orban reconoce que el disparo en la pierna le ha dado muchos problemas a lo largo de su vida y se la ha condicionado. “Tuve que ir a Viena a tratarme. Cuando volví, aluciné: la gente, organizada, había recolectado evidencias de todo lo que había hecho el régimen durante aquellos días. La idea era señalar a la Nomenklatura del Partido Comunista, que había intentado parar las revueltas populares por todos los medios”. Fueron aquellos días cuando se creó la Asociación de Víctimas de la Revolución y se empezó a pensar en la idea de construir un Memorial, para que aquellos días no quedasen en el olvido.

Orban./ Bru Aguiló Vidal

Orban./ Bru Aguiló Vidal

Aquellos días también empezaron a circular teorías de la conspiración que hablaban de un golpe de estado encubierto (que se habría visto malogrado por el alzamiento en Timişoara) o de la injerencia rusa de Gorbachov, quién por lo visto, no tenía demasiada consideración por Ceaușescu. Cristopher Niculeșcu, un escenógrafo que en aquel momento rondaba la treintena, recuerda aquellos días. “Las teorías de la conspiración aparecieron después, y yo no me las creo. En aquel momento fue todo extraordinario. Aquí en Bucarest había un entusiasmo popular desmesurado y durante dos o tres meses todos vivimos en un sueño. Los sindicatos, la gente, mis compañeros del cine, los medios de comunicación etc. Todos salimos a la calle. ¡Éramos libres! Habíamos estado viviendo en una cárcel y un sinfín de posibilidades se abrían ante nosotros. ¡Podríamos salir del país!”.

Treinta años después, aún quedan muchas preguntas sin respuesta: en 1989, durante las protestas en Bucarest, aparecieron de la nada una serie de francotiradores que apuntaron a matar contra los manifestantes. Fueron reducidos por el ejército. ¿Eran agentes de la Securitate? ¿Policía fiel a Ceaușescu? ¿Militares afines al dictador? “Aún no sabemos qué paso aquellos días, se decía que había terroristas, pero lo cierto es que todos se enfrentaron a todos, el ejercito contra la Securitate, la Securitate contra la policía, la policía contra el ejército. Fue un caos”, asegura Orban.

Después del 25, continuismo

El Memorial de la Revolución en Timişoara cuenta con varias salas donde se expone todo tipo de documentación de lo que pasó aquellos días. “Hemos hecho algunos documentales, recopilamos recortes de prensa, editamos libros y promovemos la verdad de lo que ocurrió aquellos días”, dice Orban, quién después de la herida de bala, no pudo volver a ejercer de veterinario. Ahora, en el Memorial, se está llevando a cabo un proceso de digitalización.

“He dedicado toda mi vida a recuperar la memoria de lo que pasó esos días. ¿Qué pasó en 1989 y por qué?”. Orban tiene un solo objetivo: que se juzgue a los criminales del régimen. “El 25 de diciembre cayó Ceaușescu, pero no cayó el comunismo. El Partido Comunista pasó a ser el Partido Socialista, el Partidos de los Verdes, el Partido Liberal etc. Después de la revolución, el Partido Comunista continuó gobernando en la sombra”. Lo cierto es que la gran mayoría de cargos del Partido Comunista continuaron trabajando como políticos y los agentes de la policía secreta, la Securitate, nunca fueron juzgados. “Muchas de aquellas personas abrieron negocios o continuaron en cargos públicos. De ahí que en los noventa tuviésemos muchísima corrupción. Los criminales de guerra nunca se sentaron en el banquillo”, se lamenta Orban.

Tanto fue así, que fue Ion Iliescu, un antiguo cargo del Partido Comunista, que convenientemente se había alejado de Ceaușescu cuando se dio cuenta de que las cosas se le empezaban a torcer al dictador, se autoproclamó presidente del país una vez finalizada la revolución, como líder del Frente de Salvación Nacional (FSN), que se presentó cómo un órgano d gobierno provisional cívico-militar. En mayo de 1990, tras unas elecciones generales, fue elegido presidente.

De hecho, las teorías de la conspiración implican directamente a Iliescu, quien por lo visto tenía una relación estrecha con Gorbachov, pero el expresidente rumano siempre ha negado la mayor: siempre negó una relación con los mandamases soviéticos y siempre ha defendido que la revolución fue un movimiento espontáneo y que ni la Securitate ni el ejército estaban detrás.

Es cierto que han pasado 30 años de la caída de uno de los regímenes más oscuros de la historia reciente, pero también resulta evidente que aún quedan algunas cuestiones por resolver. Treinta años después aún hay rumanos y rumanas, como Traian Orban, que continúan preguntándose acerca de esos nueve días que cambiaron el rumbo del país.

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