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Bolivia y la eterna tentación golpista

La intentona armada del general Zúñiga fracasa por la rápida respuesta del presidente Arce y los movimientos sociales, pero envía una señal preocupante al Gobierno progresista.

Partidarios del presidente boliviano Arce se reúnen cerca del palacio de gobierno en la Plaza Murillo durante un intento de golpe.
Partidarios del presidente boliviano Arce se reúnen cerca del palacio de gobierno en la Plaza Murillo durante un intento de golpe. Radoslaw Czajkowski / EP

A los militares bolivianos les encanta el Palacio Quemado, la sede histórica del Gobierno en La Paz. Pero les aburren tremendamente las urnas. Prefieren entrar a tanquetazo limpio, como ocurrió el miércoles con la intentona golpista del general Juan José Zúñiga, el último sedicioso en el país de las asonadas castrenses. Envalentonado por el éxito de la conspiración cívico-militar de noviembre de 2019, Zúñiga quiso llevarse por delante otra vez a la democracia boliviana.

La pronta reacción del presidente Luis Arce y de los movimientos sociales impidió que otras unidades militares se unieran al exjefe del Ejército, detenido por la noche. El enésimo ensayo de golpe de Estado en Bolivia ha fracasado pero dejará huella en el ya enrarecido clima político del país, como los daños que luce el portón del Palacio Quemado destrozado por una tanqueta.

El enésimo ensayo de golpe de Estado en Bolivia ha fracasado pero dejará huella

Zúñiga, uno de esos "payasos con charreteras", como ha definido el expresidente ecuatoriano Rafael Correa a los militares golpistas latinoamericanos, no ha podido derrocar a Arce pero su gesto muestra la impunidad con la que se mueven los altos mandos de las Fuerzas Armadas. Si un general bravucón es capaz de movilizar a sus tropas y tomar la céntrica plaza Murillo, corazón político de Bolivia, con el Gobierno reunido en la Casa Grande del Pueblo, edificio adyacente al Palacio Quemado, el cortocircuito entre el poder civil y el militar es evidente.

Pero detrás de la tosca maniobra del general Zúñiga subyacen otras cuestiones menos cristalinas, como el resquemor de ciertos poderes económicos, políticos y militares con los gobiernos progresistas que gobiernan Bolivia desde que Evo Morales se enfundara la banda presidencial por primera vez en 2006. Un periodo sólo interrumpido por el golpe de Estado de noviembre de 2019.

Entonces Morales tuvo que huir del país y refugiarse primero en México y más tarde en Argentina. La trama cívico-militar se hizo con el poder e instaló en el Palacio Quemado a una dirigente "títere", la senadora Jeanine Áñez, que hoy purga varios años de cárcel por golpista. Las elecciones de octubre de 2020 devolvieron el Gobierno al Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales, pero el líder indígena tuvo que cederle el paso a quien entonces era su delfín político y exministro de Economía, Luis Arce.

Evo pretende postularse para las elecciones de noviembre de 2025

Pese a que varios responsables del golpe de 2019 acabaron entre rejas y el MAS recuperó el poder un año después, la involución dejaría un país fracturado. Morales había salido victorioso en los comicios de octubre de ese año pero la oposición, con el aval de la Organización de Estados Americanos (OEA), denunció un fraude electoral y dio alas a los golpistas. Con su exilio forzado, la estrella política de Evo fue apagándose. La oposición más reaccionaria, que lleva años conspirando desde Santa Cruz, el rico departamento del sureste de Bolivia, había logrado deshacerse de un adversario político que parecía imbatible.

A partir del golpe de 2019 nada fue igual en la política boliviana. Las diferencias y divisiones en el seno del MAS se harían cada día más explícitas hasta llegar a la ruptura total entre las facciones de Morales y de Arce, hoy irreconciliables. Evo pretende postularse para las elecciones de noviembre de 2025. Arce todavía no se ha pronunciado al respecto. En todo caso, el espacio político progresista, que obtuvo un 55% de los votos en 2020, podría quedar partido en dos y favorecer así el ascenso de la derecha.

La testosterona del general

El general Zúñiga ya había dado muestras de su descontento con el Gobierno. En los días previos a la intentona golpista, había declarado que no permitiría un eventual regreso de Morales a la presidencia. Y el miércoles llegó a involucrar al propio Arce en lo que definió, sin aportar pruebas, como un "autogolpe" del mandatario. Evo estuvo particularmente activo durante toda la jornada del miércoles pidiendo a sus seguidores que se mantuvieran en alerta ante el movimiento de tropas en el centro de La Paz.

Cuando a media tarde Arce nombró a la nueva cúpula militar en la Casa Grande del Pueblo y el golpe se desactivó, Morales fue el primero en exigir la detención inmediata de Zúñiga, quien se había dado el lujo de ofrecer una rueda de prensa improvisada en plena plaza antes de abandonar el lugar en un carro blindado: "Vamos a liberar a todos los presos políticos. Desde Áñez, los tenientes coroneles, los capitanes que están presos. A las Fuerzas Armadas no le faltan cojones para velar por el futuro de nuestros niños", bramó.

Zúñiga: "A las Fuerzas Armadas no le faltan cojones para velar por el futuro de nuestros niños"

Desde el miércoles por la noche, Zúñiga mide sus niveles de testosterona entre rejas, para consuelo de la democracia boliviana. Arce y sus ministros actuaron con rapidez y serenidad. Está por ver qué se negoció entre bambalinas, si es que hubo algún tipo de acuerdo, para que otras unidades del Ejército no se sumaran a un golpe que estaba siendo retransmitido en directo por los canales de televisión locales. Los líderes de los movimientos sociales respondieron también con celeridad al llamamiento de Arce y de Evo para defender al Gobierno democráticamente elegido. La Central Obrera Boliviana, principal sindicato del país, anunció una huelga general indefinida y llamó a sus militantes de todo el país a marchar hacia La Paz.

El golpe pudo pararse pero la inestabilidad política y social continúa. Bolivia está inmersa en una aguda crisis económica. Atrás queda la bonanza de la primera década del siglo, cuando los altos precios de las materias primas permitían crecimientos sostenidos del PIB y una continua reducción de la pobreza. Hoy el país tiene las reservas de divisas bajo mínimos y se ve obligado a importar combustible, una anomalía en un país productor de hidrocarburos. El oficialismo está además muy debilitado en el Parlamento tras su escisión y la popularidad del presidente no para de caer.

La falta de apoyo a Zúñiga entre sus compañeros de armas tal vez les aconsejara mantenerse al margen

En ese río de aguas revueltas, algunos sectores de las Fuerzas Armadas se sienten llamados a intervenir para que no se pierda esa tradición involucionista que acompaña a Bolivia desde tiempos inmemoriales. En el golpe de 2019 la trama civil estuvo encabezada, entre otros, por Luis Fernando Camacho, exgobernador de Santa Cruz, hoy en prisión por esos hechos. El miércoles, desde su celda, se apresuró a condenar la asonada, como hizo la propia Áñez desde la suya. La falta de apoyo a Zúñiga entre sus compañeros de armas tal vez les aconsejara mantenerse al margen.

En el complejo tablero político boliviano no hay que dejar nunca a un lado el papel que pueda jugar Estados Unidos. La Casa Blanca ha llamado a la "calma y moderación" en Bolivia, cuya "situación" está siguiendo de cerca, según dijo una portavoz de Biden a la agencia EFE. El eufemismo para referirse al intento de golpe de Estado habla por sí solo. De lo que no hay duda es de que el Departamento de Estado "sigue de cerca" lo que sucede en un país que acumula una ingente cantidad de reservas de litio y cuyo Gobierno se ha posicionado claramente en contra del genocidio de Israel en Gaza. Es cierto. Washington siempre ha seguido de cerca, muy de cerca, los golpes de Estado en América Latina.

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