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El acercamiento de Israel a países con hondas raíces antisemitas parece cumplir una tesis del fundador del sionismo, Theodor Herzl, quien en una ocasión escribió proféticamente: "Los antisemitas se convertirán en nuestros amigos más fiables (y) los países antisemitas serán nuestros aliados".
La profecía puede ser contradictoria con los intereses de Israel, pero difícilmente puede ser más cierta que bajo el mandato de Benjamín Netanyahu. Países y líderes europeos, americanos y de otros continentes que están alineados con movimientos retrógrados, a menudo cercanos a la extrema derecha e incluso al nazismo, se han convertido en los principales valedores del estado judío.
El Israel de Netanyahu se ha confabulado con esas corrientes dado que las fuerzas de izquierdas, incluido el centro izquierda y las fuerzas liberales progresistas, suelen dar prioridad a los derechos humanos y al fin de la brutal ocupación militar de los territorios palestinos, lo que es anatema para Netanyahu, quien está dispuesto a aliarse con el diablo para impedir una solución razonable, por reaccionario que sea el diablo.
No es el primer líder sionista de la historia que se alinea que esas fuerzas, aunque en nuestros días esta tendencia es clara y manifiesta. Una muestra de hasta dónde puede llegar es que Israel ha estado armando y entrenando al Batallón Azov, una milicia de Ucrania que es particularmente antisemita y afín al movimiento neonazi.
Leer los periódicos israelíes es darse un baño diario de denuncias antisemitas. Todos los medios, algunos más que otros, se hacen eco de las numerosas acciones contra los judíos que ocurren por el mundo. Ninguno de los continentes está exento de antisemitismo, como no está exento de racismo en general, aunque los medios hebreos tienden a identificar y confundir las voces que exigen justicia con las que son auténticamente antisemitas: todas entran en el mismo saco.
Las autoridades israelíes dedican una enorme cantidad de recursos a ese fin, sin contar con que hay innumerables organizaciones, muchas de ellas controvertidas, que colaboran en esa tarea en Australia o Europa, en América o África. El esfuerzo que se hace es inmenso y tal vez resulta contraproducente puesto que vemos que el antisemitismo sigue creciendo por todas partes a un nivel que no tiene paralelo desde la Segunda Guerra Mundial.
Los recursos que se emplean se dirigen contra grupos, individuos y estados, según convenga en cada caso. A quien se le cuelga el sambenito de antisemita se arriesga a convertirse en centro de una campaña internacional que suele tener por objetivo desacreditarlo públicamente y echarle encima a los grupos que desde Estados Unidos y Europa actúan en coordinación con el estado sionista. Quienes sufren estos ataques constituyen una legión cada día mayor.
La cuestión central es cargar siempre las culpas en los demás. Israel nunca ha asumido ni asumirá que sus discutidas acciones y lo que se ha calificado de crímenes de guerra continuados estén detrás del fenómeno, o ayuden a incrementarlo de manera exponencial. La responsabilidad de Israel queda siempre al margen de las campañas contra los elementos que critican los continuos desmanes el estado judío.
Grandes aliados en esta tarea son los cristianos evangélicos, tan influyentes en la política de Estados Unidos, quienes han establecido un pacto de sangre con el partido republicano para defender a Israel a cualquier precio. A menudo se ha denunciado que los evangélicos, o una parte importante de ellos, son antisemitas, pero desde el momento que por razones religiosas defienden a Israel, y que sus acciones sistemáticamente van en esa dirección, son necesariamente aliados de Israel y los líderes israelíes los tratan con todos los mimos que pueden.
La explosión de los evangélicos en América Latina durante los últimos lustros también juega a favor de Israel. Países donde el movimiento evangélico es más fuerte, como Brasil o ciertos estados de Centroamérica, se han convertido en estrechos aliados del estado judío. El movimiento evangélico, que en su mayor parte es muy reaccionario y habla con la boca llena de moral, ignora cínicamente los hechos en favor de sus peculiares doctrinas religiosas.
Es evidente que no solo la brutal ocupación de los territorios palestinos causa antisemitismo en el mundo. Existe además una extendida percepción de que los judíos constituyen una clase privilegiada que a veces acapara los puestos de responsabilidad y decisorios, o que influye demasiado en gobiernos como los de Estados Unidos, el Reino Unido y otros países occidentales.
Combatir y erradicar esta percepción no es tarea fácil, máxime si se considera que Israel es inmune a las organizaciones internacionales creadas para llevar la justicia al mundo. Las ONG y distintos organismos internacionales han acusado a Israel de cometer toda clase de crímenes de guerra e incluso contra la humanidad de manera sistemática, pero esas denuncias siempre topan con barreras que son insuperables debido justamente a la enorme influencia de Israel y sus aliados.
Mientras no se corrijan los abusos de Israel y la extendida percepción de que su influencia en el mundo es desmesurada y se fundamenta en la injusticia, es improbable que desaparezca el antisemitismo. Aquí Israel tiene una gran tarea por delante que sería beneficiosa para los judíos de su país y de la diáspora, aunque es obvio que en tanto que Netanyahu esté en el poder no hay que esperar ningún cambio.
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