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David Jiménez: "La inviolabilidad es una protección que solo pueden tener los dictadores"
Por Queralt Castillo
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Corresponsal durante casi 18 años en Asia, en 2015 recibió la difícil misión de ponerse a los mandos de El Mundo. No se sabe si lo que pretendía el diario era dar un giro con una figura ajena al mundo empresarial que rodea al periodismo o buscar una transición pacífica en un periodista que había crecido profesionalmente en la casa. Salió mal. Un año después, Jiménez fue despedido. Lo que vio, oyó y sintió durante ese año quedó plasmado en El director (Libros del K.O., 2019), donde pone al descubierto el entramado de corruptelas, favores, acuerdos, cuotas y silencios del mundo de la información.
¿Delenda est monarchia? Esta pregunta la formuló usted en un artículo publicado en The New York Times.
Muerta no está porque hay un interés de una parte importante de España y el establishment, que hará todo lo posible para que sobreviva a esta crisis; lo que sí está es herida de gravedad. Que el jefe del Estado durante casi cuatro décadas se haya dedicado a hacer de lobby para dictaduras árabes y haya cobrado presuntamente comisiones por todo el mundo con total impunidad mientras la prensa y los partidos miraban hacia otro lado es el mayor escándalo de la corrupción en España; y mira que en España hemos tenido de todo. Lo del rey era un secreto a voces y ha habido una alianza de silencio entre los poderes del país para ocultar todo esto. Además, en teoría, lo han hecho para proteger a la monarquía, pero ahora están haciendo todo lo contrario. Todos los que protegieron al rey emérito con la idea de que defendían la monarquía ahora le han asestado un golpe mortal.
¿Cree que se hizo una buena cobertura de la salida de Juan Carlos I?
Lo primero que hay que recordar es que el escándalo de Juan Carlos I surgió primero, en lo mediático, en la prensa suiza. El primer día que la prensa suiza publicó que había detectado una donación a una cuenta de 100 millones y que parte de ese dinero había ido a Corinna, los medios tradicionales en papel no lo sacaron en portada. Esa fue la reacción inicial: seguir mirando hacia otro lado. Luego no les quedó más remedio que reaccionar, pero aun así la prensa se partió en dos bloques. Los medios tradicionales y los grandes grupos continuaron minimizándolo y publicándolo en páginas interiores, quitándole importancia. ¡Era un escandalazo! Luego estaban los otros medios: los que quedan fuera de los grandes grupos: medios digitales y redes sociales. Ya no se puede controlar la información como se hacía antes y, liderados por los nuevos medios de comunicación, los medios tradicionales quizás vayan cambiando. De hecho, no les queda más remedio.
Pero ha habido cierto cambio, incluso en los medios tradicionales.
Se ha cambiado la manera en la que se cubría la monarquía durante los ochenta y los noventa. Si bien hemos avanzado, aún hay medios que justifican esos comportamientos: uno lo ve en los editoriales de los medios conservadores, que continúan intentando justificar lo injustificable, pero ahora [el flujo de información] es incontrolable y hay nuevos medios y una nueva generación de periodistas que no crecieron en la adoración a Juan Carlos I y que están dispuestos a denunciar los casos de supuesta corrupción e irregularidades. Ya no hay ese complejo plebeyo del periodismo español que durante tanto tiempo le dio impunidad [a la monarquía].
¿Cree que Felipe VI pudo haber aprovechado para confrontar el escándalo real, en lugar de refugiarse en el silencio?
Felipe VI ha hecho cosas: le ha quitado la asignación al emérito y ha renunciado a su herencia; pero no hay que dejar de lado el tema personal: es su padre. El hecho de que haya un pacto secreto en el que participen Gobierno y Casa Real para que Juan Carlos I salga del país de puntillas y se vaya, precisamente, a una de las dictaduras que lo han regado con millones demuestra hasta qué punto el sistema sigue comportándose de manera irregular. No es una democracia moderna.
“La estrategia de alejarlo de los focos, adoptada tras una negociación secreta entre la Casa Real y el Gobierno, demuestra que no hemos aprendido nada (…). Juan Carlos, quien abdicó el trono a favor de su hijo Felipe VI en 2014, debería haber permanecido en el país”, escribía en la columna El rey iba desnudo y España miró a otro lado, en The New York Times.
Me parece surrealista que el rey esté en un hotel de cinco estrellas, precisamente en ese país, que parece que ha escogido para evitar una posible extradición a Suiza. Debería estar aquí y enfrentarse al proceso, declarar y exigir por parte de la Justicia que aporte las pruebas posibles para poder ser interrogado. Cuanto más se alarga la situación, más daño se le hace a la monarquía. Si creen que enviando al emérito a otro país el problema se va a evaporar, viven en una ilusión.
El Parlamento bloqueó la creación de una comisión de investigación que podría haber servido para desvelar las implicaciones geopolíticas del comportamiento del rey emérito.
Me voy a poner en el papel de Felipe. Si yo fuera su asesor le diría: "Los que te dicen que no cambies nada, que mantengas todo igual, que pretendas hacer ver que esto es una crisis de tu padre... Esos son los que han metido a la monarquía en esta crisis.“” Creo que [la investigación] tendría que ser a iniciativa de Felipe. Además, me da la impresión de que es la única manera de que esta crisis no termine llevándose a la monarquía por delante. Esa regeneración debe partir de ellos y, si no lo hacen, no va a funcionar.
Usted pasó 18 años como corresponsal. ¿Se enteraba de lo que ocurría respecto al rey en la redacción de El Mundo?
Antes de irme como corresponsal, en 1998, ya en la redacción había el rumor de que el rey estaba metido en negocios turbios. Cuenta Pedro J. que en 1991 él ya sabía que el rey había cobrado por hacer lobby a favor de la intervención de España en la primera Guerra del Golfo. En los noventa ya había los suficientes indicios como para poner en marcha investigaciones periodísticas y judiciales.
A mí me encantaría preguntar a los expresidentes de este país qué sabían: Felipe, Aznar, Zapatero, Rajoy. ¿Qué sabían aquellos ministros de Asuntos Exteriores que viajaban con el rey? Porque, viendo el modus operandi del rey, no es que fuese discreto. Quedan muchas preguntas por hacer a mucha gente.
Pero nadie dijo nada.
En 2012, The New York Times publicó una crónica sobre el escándalo de Botsuana y dijo que Juan Carlos I tenía una fortuna de 2.000 millones de euros. Ni un solo periódico ni un solo juez se cuestionaron por qué tenía tanto dinero. Se pusieron una venda en los ojos porque verlo significaba reconocer que estaba implicado en actividades turbias. Eso debería avergonzar a todos aquellos que en aquel momento tuvieron la posibilidad de investigar, es decir: jueces, políticos y periodistas.
Y lo que se ha publicado sobre los escándalos del rey no ha sido fruto de la investigación, sino de las filtraciones.
Hay poca tradición de investigación y lo que tenemos son filtraciones interesadas, a cambio de guardar otros silencios. En los noventa, El Mundo hizo buenos trabajos de investigación, pero luego esa seña del periódico fue desapareciendo hasta la actualidad. En otros países con mayor libertad de prensa Juan Carlos I no se habría salido con la suya.
¿Cómo vivió esa monarquía en declive durante su etapa de director en El Mundo?
Cuando yo entré, el rey emérito ya había abdicado y Felipe VI estaba en los inicios de su reinado. Había prometido una monarquía renovada, un tiempo nuevo. Las primeras informaciones sobre Corinna, de hecho, las había publicado Pedro J.
Cuando saltó el caso Urdangarin yo era corresponsal, pero cuando volvía de la corresponsalía e iba a redacción, todo el mundo allí hablaba abiertamente de los negocios que había detrás [de la Casa Real].
Toda la protección que había tenido la monarquía desapareció con Botsuana. En el momento en que miles de españoles perdían sus casas y sus empleos, descubrimos que nuestro jefe de Estado estaba derrochando y pasándoselo bien. Ese tren de vida se sustentaba con las comisiones que iba cobrando. Iba a cumbres y salía con maletines llenos de billetes.
Sin embargo, la prensa tampoco hizo nada por investigar qué estaba sucediendo. Cuando yo llegué a la dirección de El Mundo, Juan Carlos I había pasado a un segundo plano y Felipe VI había tomado algunas iniciativas de transparencia: renunciaba a regalos y aportaba más datos sobre los gastos.
La pregunta que hay que hacernos es: ¿Sabía Felipe VI lo que había pasado en los años previos? Durante el reinado de su padre, Felipe VI vio el comportamiento que él tenía: a nadie le era ajeno que aquel rey tenía amantes y llevaba una vida inapropiada. Él es muy cercano a su madre y no debía de pasarlo bien. Creo que haber visto eso hace que su carácter sea sobrio, no es un rey campechano como su padre.
Lo que sí debo decir es que durante mi dirección en El Mundo noté que había una protección absoluta alrededor de la figura de Felipe VI. En la Casa Real tenían terror a cualquier asunto que pudiese salir mal en temas de comunicación. Yo recuerdo que nuestra corresponsal en Casa Real estaba desesperada porque era muy difícil acceder a cualquier información. Estaba todo controlado al milímetro; había verdadera obsesión. Los primeros años de Felipe VI fueron muy herméticos.
La reina Letizia, sin embargo, era muy criticada. Nosotros teníamos La Otra Crónica, en la que escribía Jaime Peñafiel y la criticaba ferozmente. Debo reconocer que jamás llamaron para protestar o dar indicaciones.
Usted tuvo un encuentro con el actual rey.
En El director (Libros del K.O., 2019) lo cuento. Él me pareció una persona correcta; y me lo sigue pareciendo. Más serio que su padre. Me pareció que era un tipo con el que se podía hablar, cercano. También me pareció que era menos frío en el cara a cara de lo que parece en las apariciones públicas, en la que suele lucir tenso y encorsetado. Tengo que decir que no pidió nada, ningún trato de favor.
El encuentro hubiese sido muy diferente si hubiese sido con el padre. Pedro J. una vez hizo un editorial crítico y Juan Carlos I lo llamó: era un ‘conmigo o contra mí’. Eso era lo que pensaba el emérito de la prensa: no toleraba la disidencia ni la crítica y se creía por encima del bien y del mal. El hijo está más adaptado a los tiempos que corren.
En octubre, varios medios independientes presentaron los resultados de una encuesta sobre la monarquía, dirigida por Belén Barreiro, expresidenta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas). Había sido financiada con un crowdfunding. ¿Cree que sería posible algo así impulsado por los grandes grupos de comunicación del país?
Para empezar, debo decir que me parece un escándalo que el CIS no pregunte sobre el sentimiento de los españoles respecto a la monarquía. Es un tema importante y el CIS debería medirle el pulso. Que lo tengan que hacer los medios independientes mediante un crowdfunding nos dice el trecho que queda para equipararnos a otras democracias.
Dije en su momento en The New York Times que la monarquía necesitaba una regeneración y una reforma profunda. Para empezar, habría que quitarle la inviolabilidad al rey; eso me parece un absurdo en una democracia; y es una protección que solo pueden tener los dictadores. En Francia, Chirac o Sarkozy fueron juzgados; y eso debería ocurrir en cualquier país. La protección no puede ser ni total ni indefinida en el tiempo. Luego está el tema de las injurias: algo impropio de una democracia. Como todos los contribuyentes, el rey tiene que poder estar sujeto a la crítica. En una reforma profunda, además, hay que preguntar a la gente qué prefiere y no tener miedo. De hecho, [un referéndum] ayudaría a la monarquía.
De Juan Carlos I se puede decir que fue votado cuando se votó la Constitución; pero ahora tenemos otro rey y estamos en otro momento histórico. Creo que una institución hereditaria como esta necesita renovar la legitimidad democrática que supuestamente tiene.
La gran mayoría de partidos en el Parlamento están a favor de mantener el sistema, por lo que la monarquía juega con ventaja y una protección especial. Ahora, las monarquías que quieran sobrevivir, deberán adaptarse a los tiempos y considero que sería beneficioso si la Casa Real modernizase la institución: que se hiciese más transparente y se presentase ante los ciudadanos