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Los Borbones y España: 320 años de una relación complicada
Por Alejandro Torrús
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“Los españoles han echado al último de los Borbones, no por rey, sino por ladrón”, dijo Valle Inclán después de que el abuelo de Juan Carlos I, Alfonso XIII, saliera del país tras el resultado de las municipales de 1931. No se fue desnudo. El monarca tenía una parte importante de su patrimonio en cuentas bancarias fuera de España, tal y como aparece en obras como El patrimonio de los Borbones, de José María Zavala. El hijo de Alfonso XIII y padre del rey Juan Carlos, Juan de Borbón, nunca llegó a reinar, pero no le tendría que ir mal del todo en lo económico porque dejó en herencia una fortuna de 1.100 millones de pesetas, que incluía 728,75 millones en fondos depositados en cuentas en el extranjero. ¿Dónde? En Suiza. La multimillonaria herencia de Don Juan a sus hijos, que obviamente incluía al rey Juan Carlos, fue publicada por El Mundo veinte años después del fallecimiento del rey que nunca reinó y, de hecho, se desconoce qué ocurrió con ese dinero depositado en el país helvético.
La tradición real de mantener el dinero en el extranjero, lejos de las manos de la Hacienda española, no parece que haya sido traicionada por el primer rey Borbón tras la Segunda República y la dictadura de Franco: Juan Carlos I. El año 2020 pasará a la historia como el de la pandemia, pero también como el año en el que se terminó de desmontar la idea de una monarquía modélica en España.
En pleno estado de alarma y con la mayor crisis sanitaria de la historia reciente del país, en el mes de marzo, medios nacionales y extranjeros informaron de Ilustración: que el rey emérito Juan Carlos I tenía cuentas en paraísos fiscales con comisiones de 100 millones. La reacción de una ciudadanía confinada se formuló en forma de cacerolada mientras el monarca actual, Felipe VI, mandaba un mensaje televisado al país en el que no aludía a la corrupción de su padre. Las cadenas de whatsapp y en diferentes redes sociales hacían circular un mensaje contundente y repetido a lo largo de la historia española en varias ocasiones: “¡Abajo los Borbones!”.
Obviamente, no era la primera vez que ese grito recorría el país. Pero, ¿cuándo fue la primera vez que se gritaron en las calles consignas contra los Borbones? La relación entre España y la familia Borbón comenzó en el año 1700, cuando Felipe V llegó al trono tras la muerte de Carlos II, de la familia de los Habsburgo, sin descendencia y tras imponerse en una guerra europea librada en territorio español para alzarse con la Corona y que en España se conoce como la Guerra de Sucesión. ¿Fue en ese momento cuando se gritó por primera vez “abajo los Borbones”? No, todavía no.
La Premio Nacional de Historia en 2011 y catedrática de la Universidad de Valencia, Isabel Burdiel, explica a Público que los primeros gritos contra los Borbones se escucharon, probablemente, en la revolución de 1854, que ponía fin a diez años de gobiernos conservadores y daba paso al conocido como Bienio Progresista. Eran los primeros ecos de una revolución que, catorce años después, acabaría con la salida del país de la reina Borbón Isabel II, que tendría que renunciar a la Corona.
Su credibilidad y popularidad ya comenzaban a sufrir estragos. Sin embargo, antes de la revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, la reina tuvo que aceptar la salida del país de su propia madre, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, por sus turbios negocios. Pero no fue suficiente para frenar el malestar creciente.
“¡Viva la República y muera la reina!”
El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Murcia Pedro María Egea recuerda que en Andalucía, la sublevación campesina de Loja (Granada), en julio de 1861, ya puso a la dinastía de los Borbones en el punto de mira. La revuelta, de casi 10.000 campesinos, estaba dirigida por Pérez del Álamo, que intentaba imprimir a la protesta un carácter republicano-democrático. “En esa protesta, de miles de andaluces, se escucharon gritos contra los Borbones y contra Isabel II”, explica Pedro María Egea. Los levantados asaltaron el cuartel de la Guardia Civil de Iznájar al grito de “¡Viva la República y muera la reina!”.
En paralelo, comenzaba a aflorar una prensa de corte demócrata y republicano. Pi i Margall, que a la postre sería presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República, publicó por aquellos años una hoja volante titulada El Eco de la Revolución, en la que ya señalaba que el pueblo revolucionario había “roto al fin con noble y fiero orgullo sus cadenas” y el triunfo no se debía a nadie, sólo a “sus propias fuerzas, a su patriotismo y a su arrojo”. Comenzaba la segunda mitad del siglo XIX. La monarquía borbónica estaba siendo cuestionada por primera vez y los acontecimientos revolucionarios continuaron sucediéndose. El grito de “¡Abajo los Borbones!” volvió a escucharse en el año 1866.
Era la asonada de los sargentos de San Gil, en Madrid, y la Puerta del Sol se llenó de ciudadanos protestando contra el régimen isabelino. El primer gran intento de derrocar a los Borbones fracasó y la represión del levantamiento fue muy dura. Fueron fusiladas 66 personas, en su inmensa mayoría sargentos de artillería, y también algunos soldados. El historiador Josep Fontana narra en La época del liberalismo que la reina insistió ante O'Donnell, entonces presidente del Consejo de Ministros, para que fueran fusilados inmediatamente todos los detenidos, alrededor de mil, a lo que el jefe del Gobierno se negó y replicó: “¿Pues no ve esa señora que si se fusila a todos los soldados cogidos va a derramarse tanta sangre que llegará hasta su alcoba y se ahogará en ella?”.
Más antiborbones que republicanos
Las bases para una nueva revolución antiborbónica ya estaban puestas. Apenas dos años después, en septiembre de 1868, nacería La Gloriosa, la revolución que en diez días acabaría con el reinado de Isabel II, que se exiliaría en París. Los gritos contra los Borbones en esta revolución ya fueron “claros y rotundos”, explica la catedrática Burdiel. “La llamada Revolución Gloriosa fue más antiborbónica que republicana, aunque ya había un movimiento republicano asentado y relativamente fuerte, sobre todo desde 1854-1856”, prosigue la ganadora del Premio Nacional de Historia en 2011 con la obra Isabel II. Una biografía (1830-1904).
Era la primera vez que un Borbón era expulsado de su trono en España. Los periódicos ya ironizaban con el nombre de la dinastía para calificarlos como “los borrones de España”. Pero no sería la última. Años después, el nieto de Isabel II, Alfonso XIII, también se vería obligado a salir del país. Era el 14 de abril de 1931 y España se había acostado monárquica y se había despertado republicana. El contexto, sin embargo, era muy diferente al que rodeó la salida de Isabel II. Las bases del republicanismo se habían ido ampliando a lo largo del régimen de la Restauración borbónica.
“Para el cambio de siglo el republicanismo era ya muy potente”, apunta Burdiel. Intelectuales de la talla de Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset o Antonio Machado simpatizaron abiertamente con la idea republicana, aunque tanto el primero como el segundo mostrarían, posteriormente, sus divergencias con la II República. En 1921, en México, Valle-Inclán era preguntado por la posibilidad de que se alzara en España una revolución. ¿Qué haría el monarca? El dramaturgo, poeta y novelista contestó: “Huir, huir como un cobarde. Eso es lo único que saben hacer los reyes”.
La huida del Borbón
No le faltaba razón a Valle-Inclán. Apenas diez años después su profecía se cumplía y entonces el dramaturgo sí fue más lejos y pronunció las palabras que abren este artículo. El monarca salió del país por Cartagena para llegar a Marsella. El buque que lo transportó partió con el nombre de Príncipe Alfonso y regresó ya bautizado como Libertad. Así lo explica el catedrático de Historia contemporánea de la Universidad de Murcia, Pedro María Egea: "La huida del rey Alfonso XIII se ha querido enmascarar como un gesto generoso del monarca, que intentaba así evitar un derramamiento de sangre de su pueblo. Pero esa versión no se ajusta a la realidad. El rey se va del país porque no tiene más remedio. El propio director de la Guardia Civil José Sanjurjo, que años después participaría en dos golpes de Estado contra la Segunda República, le dijo al rey que no podía garantizar el orden público. Alfonso XIII no tiene más remedio que irse. Está solo y sin apoyos".
La salida del monarca dio origen en 1931 a la Segunda República, un nuevo régimen democrático que solo duraría hasta 1936, año en el que comienza la Guerra Civil tras el golpe de Estado del 18 de julio que contó con el apoyo de los monárquicos. Sin embargo, el dictador tenía otros planes en su mente. Los Borbones recuperarían la Corona en 1975, tras la muerte del dictador y saltándose a Juan, hijo de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos I. La caída de Isabel II y la de Alfonso XIII fueron los dos momentos más delicados en los 320 años de relación entre los Borbones y el país.
La relación es tan estrecha que el prestigioso historiador Ángel Viñas cuenta a Público que “la dinastía se confunde con una parte de la Historia moderna y contemporánea de España”. Los escándalos sobre las fortunas y comisiones del rey Juan Carlos han situado a la Corona en su momento más complicado desde la Transición. Nunca antes, mientras un rey hablaba al país por televisión en medio de una crisis sanitaria sin precedentes, numerosos ciudadanos y ciudadanas mostraban su descontento y rechazo a través de cacerolas y pitos en los balcones, tal y como sucedió el pasado marzo.
Alfonso XIII, el peor de los Borbones
Explica Isabel Burdiel que para analizar el papel de la Corona, como con cualquier otra institución, “debe valorarse en su contexto histórico y no hacer proyecciones lineales y anacrónicas”. “Los monarcas deben analizarse desde el punto de vista de si han sido útiles para las ideas de progreso del país”, explica. Desde este punto de vista, tanto Burdiel, como Egea y Viñas coinciden en señalar que el peor monarca de la Historia moderna y contemporánea de España fue Alfonso XIII. “Se cargó la monarquía y luego conspiró contra la República, que le declaró poco menos que enemigo nacional”, explica Viñas.
“Fue incapaz de amoldarse a las exigencias del acceso de las masas a la política y del reto político de entonces, que no era ya el liberalismo, sino la democracia”, prosigue Burdiel. Por último, Egea recuerda que este monarca metió a España en la “sangría de vidas humanas” que supuso la Guerra de Marruecos, causando miles de muertos “con una decisión personal disfrazada de patriotismo pero cuyo objetivo eran las minas del Rif”.
Tampoco olvida el catedrático que cuando las cosas se pusieron feas durante su reinado decidió anular la Constitución y dar todo el poder al dictador Primo de Rivera. Pero en 320 años de relación complicada no todo es negativo. Ángel Viñas, por ejemplo, destaca el papel positivo que tuvo el reinado de Carlos III, también conocido como el “mejor alcalde de Madrid”. Por su parte, Burdiel resalta el papel de Alfonso XII y la regente María Cristina durante la Restauración borbónica, ya que “ambos se atuvieron bastante bien a las reglas de sistema constitucional liberal”.
Además, los dos historiadores rescatan de la Historia el papel que jugó Juan Carlos I durante la Transición española de la dictadura de Franco a la democracia, que nace en 1978 con la Constitución. “Juan Carlos I llegó al trono con un lastre casi insalvable. Se apañó para salvarlo. Personalmente fui juancarlista. Supongo que no el único”, señala Viñas. “Desempeñó un papel muy útil para favorecer una transición pacífica de la dictadura a la democracia y a una monarquía parlamentaria (no ya sólo constitucional) que recoge en buena medida las aspiraciones clásicas de los republicanos”, prosigue Burdiel.
No obstante, los dos coinciden en señalar que buena parte de ese capital político ha quedado mermado durante los últimos años y, especialmente, este 2020. Burdiel, sin embargo, advierte que le parece “inoportuno” que se utilice “este momento de crisis sanitaria para reivindicar la república”. “Sus defensores deberían recordar que la república es una cosa muy seria como para colarla por la puerta trasera”, sentencia.
Viñas se muestra mucho más crítico: “Su vida privada y sus manejos del dinero público hicieron añicos su capital político. La privacidad de la Corona hoy es un mito que hay que proteger cuidadosamente”, apunta Viñas, que señala “que el actual rey, Felipe VI, podría redimirse ante la Historia haciendo públicos en la mayor medida posible los archivos de la Corona”. “Nada hace pensar que vaya por esa vía. El hacerse el loco en el asunto del dinero de papá le quitará la simpatía de grandes sectores de la población. Es un tema que llama la atención y que es de una naturaleza muy diferente a las reacciones que suscitó con su famoso discurso sobre Catalunya del 3 de octubre”, señala.
El futuro de la monarquía pasa, según Viñas, “por aprender de la Historia”. “Las coronas suelen hacerlo. Véanse los ejemplos del Reino Unido, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Suecia o Noruega (y estemos atentos a lo que pasa en el Gran Ducado de Luxemburgo). Mucho me temo que la española, quizá lastrada por complejos hasta ahora insalvables, no da con el rumbo adecuado. Lo hizo con el caso Urdangarin. Ahora ha fracasado al anteponer el amor filial a la sagacidad política”, sentencia Viñas.
Una transición... ¿a costa de qué?
La lectura del catedrático de la Universidad de Murcia es mucho más dura y contundente. Le cuesta destacar la labor de algún monarca Borbón como positiva para el país. “La verdad es que hay muy poco positivo. Quizá el reinado de Carlos III sí tuvo cosas positivas, pero a partir de Fernando VII, que traicionó al pueblo que luchó por él, dando la espalda a la Constitución de 1812, fue todo un desastre”. En su opinión, la monarquía española tampoco puede presumir del periodo de la Restauración capitaneado por Alfonso XII ya que, si bien se consiguió cierta estabilidad política, se hizo a costa de “una represión muy fuerte sobre el movimiento obrero”. Asimismo, Pedro María Egea también rechaza el papel que el relato político de la Transición ha otorgado al monarca Juan Carlos I.
“Hoy día ya sabemos muchas cosas que en aquel momento desconocíamos. Sabemos que fue un proyecto político guiado por fuerzas franquistas, supervisado por la CIA y con auténticos desastres como el abandono del pueblo saharaui. Además, es cierto que se consiguió dar paso a un sistema democrático, pero, ¿a costa de qué? A costa de dejar impunes los numerosos crímenes de la dictadura franquista con una Ley de Amnistía que impidió dar justicia a las víctimas de la dictadura”, sentencia.