'Es materialmente imposible hablar con el señor Touriño'. El motivo no es que el ex presidente socialista de la Xunta tenga que cumplir con sus deberes en el Parlamento gallego, que hoy celebra su pleno de los miércoles, sino que esta tarde se despide de ellos.
Emilio Pérez Touriño, que ocupó durante la pasada legislatura —gracias a un Gobierno de coalición con los nacionalistas del BNG— el sillón del Pazo de Raxoi, renuncia a su escaño en la Cámara autonómica.
Su teléfono no ha parado de sonar desde el anuncio de la retirada, pero él se ha limitado a realizar unas declaraciones a la prensa en las que ha recordado que, desde sus inicios hasta el abandono de la vanguardia política, han pasado veinte años de dedicación a la cosa pública. Y estos días, precisamente, se cumple un año de su derrota en las urnas. 'Las fechas tienen algo de fetiche', reconoció el ex líder del PSdeG, quien se va 'por pura coherencia'.
Griposo y con la voz tomada, explicó que la normalidad democrática pasaba por continuar en su escaño tras el 1-M, fecha de la debacle, hasta que consideró que ese periodo se había agotado. 'En la vida política hay que dar pasos de evolución, renovación y cambio. Asumí la responsabilidad en exclusiva del resultado electoral, que no fue una catástrofe pero supuso la pérdida del Gobierno y, a partir de ahí, mi acción no está en la primera línea de la política'.
Antes de convertirse en el segundo presidente socialista de Galicia —Fernando González Laxe ocupó el puesto antes de la era Fraga—, Touriño militó en el PCE y, posteriormente, se afilió al PSOE. Abel Caballero, que había sido derrotado en su asalto a la Xunta, se lo llevó a Madrid cuando era ministro de Transportes, donde ocupó una subsecretaría. Con un perfil tecnócrata y falto de carisma, fue secretario de Estado de Infraestructuras con Josep Borrell al frente del Ministerio y, en casa, sustituyó a Francisco Vázquez en la secretaría general de los socialistas gallegos, a los que representó en el Congreso durante su breve estancia como diputado en la capital. Allí coincidió con José Luis Rodríguez Zapatero, a quien apoyó en el congreso socialista que encumbró a la cúpula del PSOE al hoy presidente del Gobierno.
Luego, en 2005, consiguió desbancar a la derecha de la Xunta al pactar tras las elecciones con el Bloque, que se hizo con Vicepresidencia y otras consellerías. Fueron cuatro años de tiranteces en los que se proyectó una imagen de dos gobiernos, más que de un bipartito. Eso ayudó a que su presencia en el Ejecutivo regional tuviese los días contados, amén de otras muchas causas: las críticas por su despacho y el parque automovilístico de la Xunta, la imagen de blando ante el BNG, su incapacidad de reacción a las puyas del PP, un perfil institucional y reacio al cuerpo a cuerpo durante la campaña electoral...
Alumno de Xosé Manuel Beiras, tótem patrio responsable del despegue del nacionalismo, Touriño regresa a las aulas de la Universidad de Santiago, donde ya había ejercido como profesor. Impartirá cursos de postgrado en las facultades de Económicas y Políticas, impulsará un laboratorio de estudios sobre la eurorregión Galicia-Norte de Portugal y se incorporará al Consello Consultivo de Galicia, que garantiza a los ex presidentes un jugoso sueldo durante varios años.
Touriño deja, en su opinión, un país que atraviesa 'un momento dramáticamente difícil' y un equipo de Gobierno conservador hostil con la lengua e insensible con el territorio.
'Tenemos la peor de las situaciones que nos podíamos imaginar en términos de paro, destrucción de tejido empresarial productivo y de dificultades de protección social. Eso requiere de esfuerzos comunes, de voluntad de unión e integración, y de afrontar en la medida de lo posible juntos los riesgos que tiene ante sí en este momento', subrayó el ex presidente, quien también se mostró preocupado por la posibilidad de 'perder el poder financiero'.
'Todos son elementos de alarma y alerta', añadió Touriño, quien advirtió que ve 'alarmas encendidas sobre el territorio'. 'Cada día hay una noticia que salta a la luz que va en contra de su protección. Ahora, le damos vía libre al urbanismo de viejo tipo. No son buenas noticias para un país moderno, con futuro y que quiera respetarse a sí mismo'.
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