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Las rebeliones del Mundial

CARMEN GONZÁLEZ

'Nos dan una camiseta de Adidas pero no nos pagan ni la comida', dice un voluntario del Mundial tras desafiar a las gélidas temperaturas de Johannesburgo para echar una cabezada en un parque cercano al estadio del Ellis Park. '¿Y por qué lo haces entonces?' 'Por mi país'. La FIFA ha hecho más de mil millones de beneficios en el Mundial pero muchos de los que lo están haciendo posible se consideran engañados, entre ellos los conductores de los autobuses públicos y los guardias de seguridad de los estadios.

Una parada definida, un autobús en condiciones y una tarifa popular. Los ciudadanos de Johannesburgo están encantados tras años de inexistencia de transporte público, suplido por los llamados taxis, furgonetas desvencijadas y abarrotadas que sufren un alto índice de siniestros.

Sin embargo, los conductores de los nuevos autobuses no parecen tan satisfechos. Esta semana cientos de viajeros, muchos de ellos hinchas que acudían a ver el partido entre Holanda y Dinamarca, se quedaron perplejos en Johannesburgo cuando los conductores de sus autobuses pisaron de repente el freno y abandonaron el vehículo. Era su modo de protestar por los turnos excesivos sin contraprestación económica alguna durante el torneo. Tras la sorpresiva huelga, la compañía se apresuró a negociar.

Ayer hubo una manifestación en Durban en apoyo de los guardas

Y no han sido los conductores los únicos trabajadores descontentos. La policía se ha visto obligada a encargarse de la seguridad en cinco estadios después de que los guardas contratados por una concesionaria comenzaran a protestar porque no se les pagaba lo prometido. Gases lacrimógenos y despidos en masa. En un país donde el 40 por ciento de la población vive con menos de dos dólares al día, la FIFA se desentiende del asunto.

Los trabajadores no están dispuestos a tragar y ayer 500 personas se manifestaron por las calles de Durban en apoyo de los guardas, entre ellos vendedores callejeros a los que los organizadores han echado de sus puestos habituales. Los surafricanos dicen que las protestas están cargadas de razón y que no les sorprenden. La falta de servicios básicos, las deficiencias de la educación e incluso la rampante corrupción no han hecho más que crecer en los últimos meses.

 

 

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