Nueve años después, el Valencia volvió a levantar la Copa del Rey. Con el entrenador cuestionado, con el vestuario roto y con una plantilla que se ha depreciado, se impuso al Getafe por pedigrí. La principal diferencia estuvo en que el Getafe salió a jugar respetando lo académico y el Valencia con ese plus intangible que da la genética ganadora en las grandes citas. A los 10 minutos los jugadores de Laudrup ya se habían enterado otra vez de lo duro que es el fútbol. Sumados los cinco fatídicos ante el Bayern, ha conocido en apenas un cuarto de hora la cara amarga de este juego.
A los cuatro minutos, Arizmendi desvió con la cabeza un remate previo de Mata. La jugada que fabricó el gol ente Villa y Silva ni la vieron Cortés y Contra. Cinco minutos después, Ustari ignoró los conceptos básicos de la posición. En un córner a pierna cambiada de Silva, cerrado y a la frontal del área pequeña, decidió pegarse a la raya de gol. Alexis se anticipó a Tena y empotró el balón en la red con un cabezazo a todo corazón.
El doble palo fue tremendo para el Getafe y su afición. Demasiados golpes contundentes para asimilar en tan poco tiempo. Se quedó groggy el equipo de Laudrup. Cuando Casquero y De la Red querían darse la vuelta aparecía la decisión de Baraja, de Marchena y de Silva para recordarles que aquello era una final. Que no hay tregua. Que las finales se ganan con el toque fino del interior de la bota, con futbolistas que piensen el partido sin dejarse superar por él y transmitiéndole al contrario que ese día no tiene nada que hacer. Que delante tiene un campeón.
Ese papel lo desempeñaron a la perfección Baraja, Marchena y Silva. Con el brazalete simbolizando una carrera que llega a su final y muchas horas de fútbol, Baraja fue el dueño del partido. Protagonizó una de esas actuaciones que le dicen al contrario que tiene que ganar a un equipo y a su capitán. Con gasolina para una hora por los achaques de la edad, aún tuvo fuerzas para romper la pelota desde 30 metros y provocar otro error de Ustari que aprovechó Morientes. Otro signo de veteranía y sabiduría: al portero hundido hay que chutarle desde cualquier parte. Es duro de asimilar, pero sus porteros han impedido al Getafe alcanzar la gloria. Silva también firmó un partido excepcional. En un equipo que transita agarrotado por la Liga, asumió la final con naturalidad. Fue el futbolista más natural en una cita en la que muchos se aceleran.
Con tantos mazazos, el Getafe se recompuso impulsado por el poso de fútbol que le queda y por el orgullo. Quiso creer cuando Granero acortó distancias al borde del descanso. De la ducha salió dispuesto a todo y tuvo ocasiones para empatar. Granero pudo consagrarse cuando hiló tres regates en la frontal del área y sacó un derechazo tremendo. El trallazo se estrelló en el larguero. También Braulio exigió a Hildebrand. Había esperanzas. Hasta que Ustari sacó las manos de robot.
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