Este artículo se publicó hace 8 años.
El gancho que te salva la vida en la favela de La Maré
Más de 2.000 niños han pasado por la ONG 'Luta Pela Paz', una escuela de boxeo que ofrece a jóvenes una alternativa al tráfico de drogas. Cientos de jóvenes con vistas de futuro son el resultado de esta pequeña isla que ofrece paz en medio de la guerra.
Agnese Marra
-Actualizado a
RÍO DE JANEIRO.- Para vivir en La Maré hay que ser valiente o no tener más opciones. Cuando uno sale del trabajo no sabe si podrá volver a casa o tendrá que hacer tiempo mientras terminan los disparos entre las facciones de turno. Los más jóvenes tampoco tienen garantizado poder ir a la escuela porque la Policía Militar prefiere la primera hora de la mañana para sus operaciones de ataque: “Antes de salir de casa llamo a diversos vecinos y me aseguro de que no haya problemas”. Este es el ritual que Maria Aparecida cumple a raja tabla después de haberse quedado atrapada más de una vez en el medio de un tiroteo cuando llevaba a su hija de siete años al colegio: “En esos momentos no es fácil econtrar refugio”.
Para vivir en La Maré hay que cumplir reglas. Las vidas de las 140.000 personas que ocupan este territorio dependen de ello. Para ir a comprar el pan hay que saber por dónde se puede pasar, qué calles evitar y con quién es mejor no cruzar la mirada. Si uno quiere entrar en moto, se tiene que sacar el casco. Si va en coche, debe bajar las ventanillas y encender la luz en cuanto sale de Avenida Brasil para adentrarse por las estrechas calles de la favela más grande de Rio de Janeiro: “Eso es lo normal en casi todas las comunidades”, cuenta Alan Duarte, que nació hace 28 años en el Complejo del Alemán, otra de las más violentas.
Hace diez años que Alan estudia y trabaja en La Maré, pero todavía se sigue quitando el casco de la moto cuando se dirige hacia Nueva Holanda para dar clases de boxeo en la escuela de Luta Pela Paz (Lucha por la Paz). Esta ONG que lleva 16 años enseñando a pelear en el ring, es otro de los lugares que hay que respetar en la comunidad. Llevar una camiseta con su nombre es una garantía de vida: “Si ven que están vinculado con nosotros no van a hacer ningún daño, saben lo que hacemos por los jóvenes del barrio y por eso nos dejan tranquilos”, nos dice Alan minutos antes de empezar su clase con el grupo de chavales de entre siete y doce años.
La ONG enseña a los niños ciudadanía, sus derechos, educación y les dan una cesta básica de alimentos
Las ganas de romperle la nariz a un compañero de escuela fueron las que llevaron a este entrenador a interesarse por el boxeo. Su abuela vivía en la Maré, muy cerca del la escuela de Luta Pela Paz, y un día decidió presentarse por allí. Casualidades del barrio, el mismo tipo al que quería dar un susto también entrenaba en esta misma escuela:
-¿Saben quién era? El mismísimo Roberto Custódio-, dice con una sonrisa de oreja a oreja para hablar de uno de los grandes del boxeo brasileño, medalla oro en el Continental de los Juegos Panamericanos de 2013.
La pelea entre Alan y Custódio nunca se concretó, ahora son buenos amigos. “Él me ha servido de inspiración y me ha animado mucho a abrir mi escuela de boxeo en el Complejo del Alemán”. Alan se reparte la semana entre sus clases en Luta Pela Paz, la ONG que “le ayudó a crecer” y la academia que acaba de abrir en su comunidad: “Quiero darle a los chicos del Alemán lo mismo que me dieron a mí”. Cuando dice eso se refiere a valores muy básicos pero escasos tanto en favelas como en barrios pijos: “familia, disciplina y responsabilidad”.
La escuela de Luta Pela Paz no sólo les enseña un deporte sino que les habla de ciudadanía, de sus derechos, les ofrece educación básica y secundaria y los que menos tiene, también reciben una cesta básica de alimentos. Alan dice que su entrenador era como su padre y hoy él mismo reconoce que tiene varios hijos a los que enseñar: “El boxeo es una lucha individual, cuando uno está en el ring los golpes que se dan son elecciones personales. Cada golpe es como la vida, una decisión que hay que tomar y de la que hacerse responsable”.
Gilliard tiene 18 años y hoy es el ayudante de Alan. Su padre le abandonó con seis años en un horfanato, su madre había muerto en el parto. Después de pasar por familias adpotivas donde le maltrataron, acabó de aterrizar en la casa de una tia que vivía en La Maré, donde reside junto con otros ocho familiares: “Me sentía muy oprimido en casa y salía a la calle y no hacía nada, me juntaba con malas compañias. Aquí me dieron el futuro que no conseguía ver”, nos cuenta. Entró en la ONG con ocho años, veía que no evolucionaba y se fue: “Me preocupé mucho porque tenía miedo de que entrara en el tráfico de drogas”, dice su entrenador. A los trece años Alan le convenció para volver a la academia: “Cuando volví me sentí como en casa, yo era muy tímido pero me recibieron con tanto cariño que poco a poco me fui abriendo”. Ahora es él quien recibe a los niños que empiezan de cero.
"Lo primordial es que los niños no elijan el camino de las drogas"
En Maré como en el Complejo del Alemán, las armas y las drogas están a la vista. La Policía y sus tanques también. El narcotraficante que se sienta al lado era el amigo con el que jugaba a las canicas en el colegio, pero ahora lleva una AK-47 que cuelga de su hombro. En medio de los tiros y de la falta de recursos, trabajar para el tráfico puede ser la opción más golosa: “Dinero rápido, mujeres guapas, coches buenos, es muy fácil engañar a los jóvenes con todo eso”, explica Alan, y dice muy serio: “El objetivo principal de Luta Pela la Paz es que los niños y jóvenes que viven aquí no elijan el camino de las drogas”.
Los datos lo confirman. El el 73% de los jóvenes que pasan por esta ONG han retomado sus estudios, o encontrado un empleo formal. Esa es la principal preocupación de Luke Dowdney, un antropólogo y ex boxeador inglés que llegó a Brasil en 1996 a terminar su tesis sobre violencia, y quiso poner en marcha este proyecto para ofrecer a los jóvenes una alternativa: “Al principio éramos 15 alumnos y yo el único profesor, mi orgullo es saber como hemos llegado tan lejos”. El idioma no fue un problema porque para este inglés el lenguaje del ring no necesita de traductores. Su metodología se aplica en 24 países de 4 continentes y asegura tener 250.000 alumnos en todo el mundo. En Rio de Janeiro han pasado dos mil jóvenes entre 7 y 29 años. Dowdney nos pone como ejemplo la historia de Carlinhos, que entró con 22 años siendo analfabeto y hoy, además de boxeador, estudia pedagogía en la Universidad Estatal de Rio de Janeiro: “Fue uno de los que llevó la antorcha olímpica”, dice el inglés.
Un 73% de los jóvenes que pasan por la ONG han retomado sus estudios o encontrado trabajo
Pero no todas son historias felices. Igor tenía 18 años cuando la Policía Militar le disparó a matar en una de las calles de la Maré. Su entrenador cuenta que aunque no iba a todos los entrenamientos siempre le gustaba estar en la escuela: “Grabaron un vídeo de su asesinato y lo pusieron en Facebook. Ese día lloré muchísimo”, dice Alan al recordar a su antiguo alumno. Dowdney es más frío y aunque reconoce que han salvado a muchos jóvenes también dice que decenas de otros ya han muerto. El perfil siempre se repite: joven, negro y favelado.
En 2012 mataron a 56.000 personas en todo el país, 30.000 eran jóvenes entre 15 y 29 años, y el 77% de ellos, negros. En la Maré si se consiguen esquivar los tiros, la expectativa de vida puede llegar a los 60 años. Fuera de ella el brasileño medio alcanzaría hasta los 74. “Si no fuera por Luta pela Paz quizás estaría muerto”, dice Alan. Su ayudante Gilliard, suelta una risa nerviosa y dice: “Estaría haciendo cosas malas, aquí conseguí borrar mi pasado y tener un punto de luz”.
Al entrar por la puerta de la escuela es como quien llega a una zona franca donde en vez de ahorrarse impuestos, se pueden evitar las balas. En más de una ocasión este espacio ha sido un refugio mientras policías y traficantes disparaban a matar. Con la llegada de las Olimpiadas y la militarización de la ciudad los tiroteos han aumentado. El miércoles jóvenes narcotráficantes dispararaon a dos agentes de la Fuerza Nacional que entraron en la calle equivocada de la Maré. El jueves cientos de militares cerraron todos los accesos a la favela y reiniciaron una ocupación. Alan probablemente no habrá conseguido llegar a tiempo al entrenamiento, y para la hija de Maria Aparecida, otro día más sin colegio.
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