No fue una final. Fue un martirio para España. Una prueba de que algo hay que cambiar para seguir siendo los mejores. Una oportunidad para buscar culpables y quién sabe si para renovar a una selección que salió triturada de Maracaná. España se alejó totalmente de la perfección. Fue un equipo hostil consigo mismo, fracasado con la pelota. Toda su esperanza se redujo a un solo minuto. Un patrimonio sordo para un equipo que vivió su momento cumbre a los 40 minutos de la primera parte cuando Mata dejó sólo a Pedro frente a Julio César. Pero David Luiz hizo el sprint de su vida para impedir que ese balón, que hubiese significado el empate, cruzase la raya de gol. Fue la única vez, la única esperanza real de una España malhumorada. El resto fue una condena, un desprestigio abusivo y sin disimulo. A los dos minutos, una sucesión de rebotes alejaron a España del partido. El consuelo es que quedaba tiempo más que suficiente, pero fue una mentira. El dolor de cabeza no se solucionaba ni desde el punto de penalti.
Brasil fue otra cosa. No sólo pareció mejor. También más joven, más fuerte, mejor bronceado. Y, por encima de todo, una esperanza de futuro que es lo que más daño hace de cara al próximo verano. Jugó Brasil con una fuerza terrible en cada balón, con una liquidez extraordinaria frente a la portería de Casillas. En realidad, dio igual que el balón fuese por el suelo o por los aires o que enfrente estuviese Arbeloa o Azpilicueta. Brasil, como en los viejos tiempos, siempre fue superior . Cada idea suya fue una obsesión invencible. Un golpe probablemente definitivo para gente como Arbeloa, que salió más desprestigiado que nunca de Maracaná y hasta Del Bosque se hizo cargo de ello.
No había manera de detener a Neymar, un futbolista que se aproximó a la perfecciónPero anoche no había manera de detener a Neymar, un futbolista que se aproximó a la perfección. Lo hizo con y sin la pelota, lo que suma más mérito en una personalidad como la suya. Neymar fue tan importante en el segundo gol, en el que disparó como un dios, como en el tercero de Fred en el que se alejó con diplomacia del balón. Hulk se lo pasó a él, pero él lo dejó pasar. Entonces engañó a todo el mundo menos a Fred, otro de los prodigios de la noche. Trabajó el área sin miedo a nada y con una inteligencia brutal. El primer gol lo marcó con el culo en el suelo, ajeno al lío que se armaron Piqué y Arbeloa. Entre los dos se apuñalaron a sí mismos como si tuviesen alguna vieja cuenta pendiente. Una escena tan triste que descompuso a los dos que no llegaron al minuto 90.
El partido cambió totalmente y España podría refugiarse en eso. Toda la suerte, que ha marcado la época de Del Bosque, desapareció en Maracaná. Es más, también se podrá pensar lo que hubiese sucedido de no impedir David Luiz el empate de Pedro. Era un momento importantísimo, la única vez que España, con la pelota por el suelo, superó a esos defensas brasileños, que esta vez parecieron gigantes. Pero quizá hubiera dado igual.
Para España, fue una tortura llegar hasta la portería del emperador Julio CésarNo era la noche de España, que no descubrió nada con la pelota. Incapaz de imponer sus condiciones, Iniesta rompió la costumbre. No hizo dos regates seguidos y todo eso desembocó en consecuencias muy ingratas. Para España, fue una tortura llegar hasta la portería del emperador Julio César. Así que dio igual todo, hasta que Sergio Ramos fallase ese penalti que hubiese significado el 3-1 y que hubiese animado el misterio. Acababa de salir Navas. Acababa de forzar el penalti frente a Marcelo en un desafío en el que expone lo que lo extremos significan para el fútbol. La esperanza tenía derecho. Pero antes de los sueños madurasen, Sergio Ramos alejó el balón de su destino. Fuye lo último que le quedaba a una noche en el que, incluso, el marcador fue generoso con España. Brasil llegó más y con más peligro, con futbolistas como Hulk o Óscar que se manejan como los ángeles a un solo toque.
España apeló al orgullo a última hora. Pero no hay que engañarse. Siempre fue una comparsa, un emblema de la inferioridad, un rico venido a menos. Ante esos argumentos, no hay derecho interponer excusas. Son las cosas que siempre pueden pasar en Maracaná. Al menos, España no cayó en la depresión. Su última parte fue la prueba. Buscó de cualquier manera la portería de Julio César. Tuvo opciones hasta Villa que, pese a todo, no se resigna a desaparecer de esta selección. Pero ese ya no era el partido con el que se soñábamos desde que éramos pequeños en Río de Janeiro. Brasil gobernó con una autoridad excesiva con futbolistas que, a diferencia de los de España, son como una roca. Tampoco necesitan una excesiva posesión para llegar a portería lo que les hace más letal a su gente de ataque, la mayoría con gol. Los tiempos de Pele, Tostao, Rivelinho, Jairzinho ya han pasado. Pero la realidad es que frente al tormento de anoche, España no salió del manicomio en toda la noche. Ni con Arbeloa ni sin él.
Brasil: Julio César; Dani Alves, David Luiz, Thiago Silva, Marcelo; Luis Gustavo, Óscar, Paulinho (Hernanes m. 87); Hulk (Judson m. 72), Neymar y Fred (Jo m. 79).
España: Casillas, Arbeloa (Azìlicueta m. 46), Pique, Sergio Ramos, Jordi Alba; Busquets, Xavi; Iniesta, Mata (Navas m. 52), Pedro y Torres (Villa m. 58).
Goles: 1-0 M. 1. Fred en el área pequeña y desde el suelo, favorecido por todos los rebotes. 2-0 M. 43. Neymar con un zurdazo inapelable. 3-0 M. 47. Fred se la creuzar a Casillas tras pase de Hulk.
Árbitro: Kuipers (Holanda). Amarilla a Arbeloa, Sergio Ramos, Roja directa a Piqué (m.68)
Estadio: Maracaná (71.000 espectadores)
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