Este artículo se publicó hace 6 años.
Series'The Romanoffs', la losa de vivir con la herencia de un apellido poderoso
Ocho capítulos componen esta antología plagada de caras conocidas, con el creador de ‘Mad Men’ como artífice y unida en su conjunto por la idea de que sus protagonistas aseguran ser una continuación del linaje Romanov.
María José Arias
Madrid-
En un panorama ‘seriéfilo’ en el que las plataformas y cadenas tiran de talonario para fichar a los grandes creadores como si del mercado futbolístico se tratase, Matthew Weiner acabó en las filas de Amazon Prime Video con el propósito de desarrollar para ellos el que sería su siguiente proyecto tras el final de Mad Men. Con el listón de la serie protagonizada por Don Draper/Jon Hamm en el retrovisor, este viernes se estrenan a nivel mundial los dos primeros episodios de The Romanoffs, una antología compuesta de ocho capítulos cuyo hilo conductor es que algunos de sus protagonistas se creen descendientes de la dinastía Romanov. Deberían estar destinados a hacer cosas grandes, pero son gente normal y eso pesa.
Que unos relatos funcionen mejor que otros es algo intrínseco a la idea de hacer una serie en la que cada episodio es una historia distinta con un hilo conductor más o menos débil que las une. En el caso de Black Mirror (título que siempre se pone de ejemplo cuando se habla de antologías) es el uso que se hace de la tecnología. En el de la nueva serie de Weiner, la idea de la continuación del linaje Romanov. Eso y algún que otro easter eggs que va colocando su creador y una cabecera que recrea la ejecución de la histórica familia rusa en 1918 a manos de los bolcheviques. Un golpe de efecto visual -con esa sangre roja brillante sobre esos vestidos blancos inmaculados- que sirve para recordar que lo que va a ver es parte de un conjunto.
Dicho esto, los dos primeros episodios de The Romanoffs van de gente común con problemas de gente corriente. Personas que lidian con la frustración de estar atrapados en una vida un tanto insustancial aspirando a algo más que no llega y con la obsesión y la presión de conservar el recuerdo de un linaje que vivió tiempos mejores. El primero, The Violet Hour, es más redondo en comparación que el segundo, The Royal We, que se hace más pesado y largo. Cada uno dura cerca de la hora y media sin que hiciese falta. Unos minutos extra que Weiner aprovecha para mimar detalles de la producción como escenarios naturales y no tan naturales que dan una idea de la magnitud y el presupuesto del proyecto.
Aún siendo más previsible y clásico en su planteamiento, The Violet Hour funciona como una máquina bien engrasada sin grandes sorpresas en la trama. Lo mejor es la relación que se establece entre esa aristócrata y esa chica de clase baja que cuida ancianos. La primera vive sola con su perro en un espectacular piso parisino que su sobrino americano aspira a heredar algún día mientras él habita en un hotel tirando a normalito con su pareja, a la que ella no tolera. Pero es que Anushka no soporta a nadie, ni siquiera a sí misma. Marthe Keller se mete de lleno en el papel de anciana solitaria, estirada y amargada que atesora en su persona y su forma de ver en mundo tal cantidad de estereotipos y prejuicios que abruma.
Clasista, racista y manipuladora, cuando entra en su casa Hajar (Ines Melab), una joven árabe estudiante que no se amilana ante el fuerte temperamento de su empleadora, se divierte soltándole auténticas barbaridades. Lo que atrae de su historia son esos intercambios dialécticos, esos paseos por el inmenso piso palaciego y ese recorrido porque sí en moto por París (con Greg, no con Anushka). Que no hacía falta argumentalmente, pero ya que estaban en la capital francesa, ¿por qué no? El sobrino de Anushka es un Aaron Eckhart al que le ha tocado en suerte un personaje más que plano y un tanto insípido. Como tal, Greg no sirve para nada más que dar detalles de las personalidades de dos mujeres que lo devoran.
Es curioso (o quizá no) que, viniendo de un guionista que fue capaz de crear a Don Draper, los personajes masculinos de estos dos primeros episodios de The Romanoffs sean, por momentos, tan insultos y poco profundos. Mucho más primarios en su planteamiento que sus contrapartidas femeninas. Ocurre también con la historia que se cuenta en The Royal We, que tiene un punto de surrealismo en algunas escenas que rompe con la dinámica, para bien, del episodio. Con mucho de comedia negra en el tintero, se centra en la vida de una pareja acostumbrada a estar junta pero que poco o nada tienen en común y que en realidad están hartos el uno del otro. En especial, él de ella.
Coescrito con Michael Goldbach, Weiner plantea aquí la inconformidad como forma de vida. Corey Stoll da vida al descendiente de la familia Romanov, Michael, un tipo amargado y triste que se obsesiona con una compañera de jurado (Janet Montgomery) hasta límites que sobrepasan la ética. Kerry Bishe es su mujer, Shelly, empeñada en salvar su matrimonio pese a que hace aguas por todas partes. Y si la tentación de Michael está en el juzgado, la de ella viaja en un crucero y tiene la pinta de Noah Wyle que, como Eckhart, pasaba por allí para hacer avanzar la historia hacia algún lado.
Dirigidos por Weiner (se pone tras la cámara en los ocho), los que se estrenan hoy en Prime Video se recrean en el aburrimiento y el inconformismo de algunos de sus protagonistas, en su ego al venir de una familia tan poderosa (o eso es lo que ellos creen), en los escenarios en los que transcurren las historias y en la música. Dada la duración de cada episodio, más cercana a la de película que la de capítulo, a partir del próximo viernes se estrenará uno por semana. Por delante, seis más con caras tan conocidas como Christina Hendricks, Isabelle Huppert, Amanda Peet, Diane Lane…
Y tras pasearse por París, falta por visitar Nueva York, México y un buen puñado de lugares más que ir descubriendo. The Romanoffs se ha grabado en ocho países distintos en siete idiomas diferentes. De hecho, para quienes prefieran ver la versión original o con subtítulos en lugar de la doblada, el primero de ellos está rodado en su mayoría en francés.
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