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TEATRO 'El viaje a ninguna parte': un necesario homenaje al teatro

Este fin de semana se mantiene todavía en la cartelera teatral madrileña 'El viaje a ninguna parte', una obra dirigida por Ramón Barea basada en la novela de Fernando Fernán Gómez

Una escena de 'El viaje a ninguna parte', de Fernando Fernán Gómez, dirigida por Ramón Barea
Una escena de 'El viaje a ninguna parte', de Fernando Fernán Gómez, dirigida por Ramón Barea. Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

"¿Dónde está el maná de los cómicos?". Primero fue un serial radiofónico, después se convirtió en novela, al año siguiente en película, era 1986 y, en el 87, ganó los Goya a mejor película, guion y dirección. Este fin de semana se mantiene todavía en la cartelera teatral madrileña El viaje a ninguna parte. No se la pierdan. Si una historia aprueba en cualquier soporte, es que necesita ser contada.

En el centenario del nacimiento del polifacético Fernando Fernán Gómez (Lima, Perú, 1921-Madrid, 2007), en el teatro que recoge su nombre bajo la madrileña Plaza de Colón, se puede ver esta producción austera, dirigida por Ramón Barea, sin florituras, que conecta directamente con el ambiente de la trama que se desarrolla: la modesta compañía de cómicos Iniesta-Galván recorre los pueblos de La Mancha, malviviendo, con el objetivo de ser contratada en cualquier casa de la cultura o ateneo manchego para ganarse unas perras y, lo más importante, actuar. 

"Los cómicos somos una casta privilegiada", el personaje de Don Arturo (interpretado por el propio Barea) ama una profesión que ya no es lo que era, una profesión que es una forma de vivir, los cómicos de la legua. Una profesión que hoy, como antaño, para vivir de ella, la inmensa mayoría ha de pasar miseria.

Don Arturo es el abuelo de la historia, el padre de Carlos Galván, el protagonista (interpretado por Patxo Telleira). A través de Carlos y de sus recuerdos desde una vejez demenciada, el público revive los acontecimientos y las aventuras en el camino y las posadas, en los pueblos y en las tarimas que disimulaban escenarios.

A Carlos le sorprende una visita inesperada, la de Carlos Piñeiro (interpretado por Mikel Losada): un hijo que tuvo con una amante del pasado llega para quedarse por orden de la madre, ya ha vivido con ella 16 años, ahora le toca al padre; un torpe chaval con acento gallego ha de incorporarse a la compañía. Un joven que se avergüenza, en un primer momento de la labor de su padre, de los cómicos, del teatro, y que poco a poco se irá enamorando de esta profesión. Una profesión de la que se cansará, como se irán cansando diferentes integrantes de la compañía. El hartazgo del hambre permanente, de la constante incerteza, hace estragos.

La compañía no aguanta el paso del tiempo. La vejez y la dificultad de adaptación a los nuevos tiempos es el tema central de la obra. Una escena central lo resume: la llegada a un pueblo de un rodaje cinematográfico y la incapacidad de Don Arturo de conciliar con el nuevo arte y de interpretar delante de la cámara. Una escena cómica, en la que los flashes, la perspectiva, los "¡corten!" y "¡acción!" resultan un laberinto indescifrable para el personaje, un actor demasiado teatral, algo histriónico, que no es capaz de incorporar la naturalidad necesaria para un primer plano. Sin duda, una situación desternillante para el público que acude a ver El viaje a ninguna parte.

La compañía se encuentra en diferentes ocasiones con un personaje que también recorre los pueblos manchegos, "el peliculero". Un empresario cinematográfico de poca monta que transporta películas para proyectarlas por los diferentes municipios. El cine les quita el trabajo a los teatreros y entran en conflicto el pasado y el futuro. La constante batalla generacional se escenifica. Las nuevas tecnologías que vienen a anunciar un tiempo nuevo y que dejan de lado a quien no sabe adaptarse a ellas, ¿les suena?

El viaje a ninguna parte se puede ver hasta el próximo domingo en Madrid, antes de que inicie una gira por otras ciudades del Estado. Un homenaje a una de las principales figuras de la cultura española del S.XX, Fernán Gómez. Y, ante todo, una obra de teatro que conjuga un notable (aunque desigual en el elenco) trabajo actoral con una puesta en escena sencilla, que muestra los entresijos del teatro, que hace visibles los trucos de tramoya y bambalina porque, al fin y al cabo, es de lo que habla el guion: de lo que el público no ve y es necesario para que suceda la ficción, para que se produzca la magia del teatro.

El guion, una adaptación de Ignacio del Moral, quien ya adaptó El viaje a ninguna parte a obra teatral en 2014 a colación de una producción del Centro Dramático Teatral, traduce bien una de las obras literarias maestras del siglo pasado en español. Inteligente apuesta de Ramón Barea, uno de nuestros grandes de la escena, al dirigirla. Justo homenaje a Fernán Gómez, uno de los grandes de la historia. 

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