“Nos encerraron diciendo que así nos protegían, nosotras ahora encerramos a la bestia”. En Ladyland El País de las Mujeres son las mujeres las que deciden, mientras los hombres están confinados en el hogar. En 1905, la escritora india Rokeya Hossaain invirtió los roles tradicionales y se permitió imaginar una utopía feminista, El sueño de la sultana, una fantasía en la que las mujeres ya no tenían que tener miedo, donde no había crímenes ni violencia, donde la ciencia y la razón estaban al servicio de una sociedad más justa y en la que se empleaban energías renovables.
La artista, directora y productora de animación Isabel Herguera descubrió este libro en un viaje a India en 2012 y se atrevió también ella a soñar con este ideal feminista. El sueño de la sultana ahora es una película, una gran y hermosa película, la primera producción de animación europea que ha competido en el Festival de San Sebastián -ganó el Premio Irizar del cine vasco- en toda su historia. Producida por ella misma y, entre otros, por Chelo Loureiro, nombre clave del mejor cine de animación que se hace hoy en España, la película es un festín visual, artístico y perfectamente ajustado al espíritu de la historia.
Relato de una mujer que descubre el libro de Rokeya Hossaain en India y decide buscar Ladyland, la tierra utópica de las mujeres. Las palabras de la fábula tropiezan en este recorrido con el horror de Vrindavan, la ciudad de las viudas, con el miedo que sienten las mujeres, con la desigualdad y la violencia… con la realidad. “No hay lugar en el mundo en que las mujeres estén seguras”. Pero en el viaje que Isabel Herguera realizó para hacer esta película, en el que se encontró con el filósofo Paul B. Preciado o con la académica Mary Beard -ahora personajes en su ficción-, también se topó con la posibilidad de imaginar. “Puedo soñar, soy libre”.
Rokeya Hossaain se imaginó en 1905 un mundo en el que decidían las mujeres, ¿cómo era esa mujer?
Tengo información de lo que he podido leer, de lo que me han contado especialistas del personaje. Es un personaje del que hasta hace pocos años tampoco no se sabía mucho en India, menos en Bengala y en Bangladeshs, porque ella es de Bangladesh y allí es una figura la que se celebra en diciembre. A pesar de no tener una educación formal, de no poder acudir a una escuela, su padre era una persona muy educada y con una gran biblioteca. Su hermano fue quien le enseñó a leer y a escribir en bengalí, que es el idioma del pueblo, porque ella sí que leía en urdu, el idioma más o menos de la corte y podía leer el Corán. Así que, sí tuvo que tener acceso a libros de alguna manera y ser una persona extraordinariamente curiosa. También su hermana Karimunnesa era una conocida poeta, algo mayor que ella. Cuentan que cuando su padre se enteró de que Karimunnesa tenía mucho talento con la poesía, la casó rápidamente para que eso no supusiera un impedimento en encontrar un hombre que no valiera tanto como ella. Entonces era eso de ser educadas hasta cierto punto, una educación que no te diera más poder que el hombre.
Ya al principio de la película pone el acento en el miedo que siente una mujer solo por el hecho de ser mujer. ¿Por qué era tan importante destacar esta cuestión desde el principio?
Esta escena surgió al final porque necesitábamos afianzar más al personaje de Inés, anclarlo en algún tipo de motivación… o de miedo. Eso que era algo que yo había sentido al leer el libro de Roketa Hossaain, dentro de El País de las Mujeres que describe. Dice que uno de los motivos por los cuales tiene que crear este país es simplemente para evitar que los hombres les acosen, para evitar y ser presas de los hombres. Eso que es algo que nos une más o menos a todas las mujeres, más allá de clase, condición social o cultura.
Y, como se dice en la película. ¿no hay lugar en el mundo donde las mujeres estén a salvo?
No. Más allá de que tengamos leyes que en estos momentos nos protejan, no hay lugar. Yo creo que en ningún sitio del mundo estamos seguras… no, con esa seguridad que nos daría decidir pues mira, esta noche voy a salir por ahí, no hay luces, está todo oscuro, pero no tengo miedo. Ningún miedo a nada como un hombre debe sentir, eso nosotras no lo sentimos. Esa sensación no la tenemos ni la conocemos.
“Puedo soñar, soy libre” ¿es una declaración sobre el poder de los sueños, de poder tener aspiraciones y del poder de las ficciones y de contar historias?
Exactamente, y de poder transformar algo. Durante estos años que he estado trabajando en la peli he tenido muy presente a Rokeya Hossaain y a mí me ha ayudado a concienciarme mucho más. Entonces, si esta película a alguien le puede abrir alguna luz o puede servirle de inspiración para que se cuenten otras historias…, pues, misión cumplida.
Obviamente, no todos los hombres son ‘bestias’ que hay que encerrar, pero a muchos, a pesar de todo, puede que no les siente bien esta historia.
Sí, probablemente. Me da igual. La verdad es que no he pensado en ello. Hemos sido educadas dentro de películas que eran para hombres y con hombres y como nunca me ha surgido esa pregunta para mí misma, poniéndome en el otro lado, ¿por qué van a tener que molestarse ellos? Simplemente, estamos jugando lo mismo, pero al revés.
Hemos sido educadas dentro de películas que eran para hombres
¿Cómo sería este mundo si decidieran las mujeres?
Espero que pudiera ser un poquito más pacífico, que hubiera menos testosterona y que no se llegaran a las situaciones a las que hemos llegado hoy, que pudiéramos tratar los conflictos de otra manera, donde no hubiera sangre, que no fuéramos tan violentos.
La animación de la película es muy artística y está perfectamente vinculada a los tres niveles que hay en la historia con el empleo de técnicas diferentes.
Para El País de las Mujeres utilizamos tatuaje temporal y lo hice en colaboración con distintos grupos de mujeres artistas de este método, el Mehndi. Me parecía que tenía un valor simbólico, algo que utilizan para decorar el cuerpo de la mujer en la víspera de su boda era perfecto para ilustrar la vida de El País de las Mujeres. Por otro lado, el teatro es sombras también se adaptaba bien al tiempo en el que creció Rokeya, cuando el teatro de sombras se utilizaba no simplemente como entretenimiento, sino también para contar cosas que estaban pasando. Y la otra parte, la que está en acuarela, era para reflejar los cuadernos de viaje de la protagonista. Era muy importante también que abordara las tres técnicas de una manera muy analógica, con mucha textura muy pictórica. Quería que hacer esta película fuera una experiencia total, no simplemente contar una historia, sino contarla también con el carácter de esas imágenes y con las emociones que puedes transmitir a partir de la textura y de la calidad de la imagen.
Ahora hay muchas más mujeres en animación y parece que hacen un trabajo más artístico, ¿es así?
Sí, sí. Los ejemplos de estos últimos años que se me ocurren ahora Florence Miailhe con La travesía, Michaela Pavlátová… hacen largometrajes muy independientes y son de mujeres y siempre tienen esa vena artística, se salen de lo que es el procedimiento más industrial. Tampoco hay una tradición de mujeres dentro de la animación industrial. Ahora hay más mujeres dentro de la animación más independiente y artística. Se ve mucho en los cortometrajes que es donde más margen hay de tener una autoría a nivel más artístico, y ahí encuentras, si no es un 50%, hombre mujer es un 70% mujer y 30% hombres. Eso significa algo.
En la película se revela clarísima la sororidad, un vínculo especial entre mujeres. ¿Hay un lenguaje de mujeres?
Hay una complicidad. Para la película, por ejemplo, he trabajado con todas estas mujeres que hacen el tatuaje temporal y muchas de ellas no hablan inglés y yo tampoco hablo sus idiomas, pero siempre había algo con lo que nos podíamos comunicar. Quizás era a través del dibujo y del arte… Sí, hay un vínculo.
¿Se ha estrenado la película en India?
Sí se vio la semana pasada porque se estrenó en el festival de Mumbai, yo no estuve, pero me contaron que la gente tarareaba la canción y cuando cantaban eso de “los hombres deberían estar encerrados”, que la gente aplaudía. Me hizo una ilusión tremenda tener esa respuesta por parte del público indio. La canción allí es muy conocida, porque está escrita por Rabindranath Tagore y es una nana.
¿Hay mucho de usted en el personaje de la viajera?
Hay situaciones. Por ejemplo, todo lo de las viudas y los lugares a los que viaja sí son situaciones que he vivido. Hay otras cosas que no son mías, pero, por ejemplo, Sudhanya está inspirada en una amiga mía y Roberto Bessi es un productor de verdad, Mary Beard es la académica inglesa y Paul B. Preciado… Son gente que se fue cruzado en nuestro camino conforme íbamos haciendo la peli. En 2015, cuando estábamos escribiendo el guion, asistí a unas conferencias de Paul Preciado y para mí fue el descubrimiento de la posibilidad de articular una utopía. Y otro día en un museo estaba Mary Beard, de la que soy una gran fan, y fui a agradecerle todos sus documentales y libros, porque a mí me han descubierto el mundo clásico. Poco después, ella escribió Mujeres y poder y dio unas conferencias, ahí le pedí permiso para que fuera un personaje dentro de la película y me dijo que sí, igual que Paul Preciado.
Ahora que hablaba de la posibilidad de articular una utopía, este cuento es de 1905 y en 2023 todavía las mujeres soñamos con hacer realidad esa utopía o una aparecida. ¿Qué reflexión haces de un mundo en el que después de 120 años seguimos así?
Lamentable, aunque ha habido épocas, como en la República, en que las mujeres se habían concienciado de que podían conseguir tanto como los hombres. Pero después, con cuarenta años de oscurantismo, tuvieron que forzarse a olvidar. Hemos logrado mucho en lo teórico y en algunas cosas, pero todavía tenemos una barrera infranqueable. Es como que la forma en que nos han educado nos ha llevado a entender el mundo de una manera. Yo espero que las generaciones futuras… al menos se está haciendo ese esfuerzo.
Hemos logrado mucho en lo teórico y en algunas cosas, pero todavía tenemos una barrera infranqueable.
La animación ahora en España florece, pero las animadoras y los animadores de aquí trabajan para producciones de fuera…
Sí, primero, no hay suficientes escuelas públicas o facultades de Bellas Artes que tengan incorporada la animación. Y las que hay lo que hacen ya es un milagro. A nivel público no se genera, por tanto, suficiente mano de obra. Y después, claro, ante una situación en la que un buen animador puede estar trabajando en Francia donde le pagan el doble o el triple, la competencia es salvaje. Y a los que trabajan aquí nos los rifamos. Sabemos exactamente cuándo van a acabar con Alberto Vázquez y que luego se van a ir con Pablo Berger o con María Trenor, etcétera, etcétera. Un buen animador es como un buen actor. No son tantos o tantas, son muchos años de formación y de trabajo.
‘El sueño de la sultana’ ha sido el primer largometraje de animación europeo que ha competido en San Sebastián en toda su historia, un hito absoluto, también porque lo dirige una mujer. ¿Eso ayudará a hacer entender que el cine de animación no es un gueto y que no es solo para niños?
Sí. Yo creo que el Zinemaldi ha hecho una declaración de intenciones al estrenar el primer día con Miayakazi y tener una película a concurso, además de tener también la película de Trueba. Eran tres películas que no eran para público infantil y eso ha sido un gran apoyo a todos los niveles, también a nivel internacional. La animación no es un género, sino simplemente es una técnica.
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