Este artículo se publicó hace 6 años.
Sónar FestivalSónar Festival o la reinvención electrónica de la música tradicional
El nuevo flamenco de Rosalía o la desestructuración de la canción napolitana de Liberato son algunas de las vanguardias del festival de música electrónica del Sónar de este año.
Irene Benedicto
Barcelona--Actualizado a
Pocos hubieran apostado por una multitud tocando palmas a una bailaora en el Sónar, o a una sala llena de italianos entonando canciones de desengaño amoroso, en el Sónar, también. Para la reinvención de estos géneros no ha bastado con una base electrónica. Rosalía y Liberato, que poco tienen que ver en el plano sonoro, han desencadenado sin embargo procesos paralelos en España e Italia: han reinventado una música tradicional que los jóvenes no solo han vuelto a escuchar y a cantar, por voluntad propia, por primera vez, sino que han convertido en himnos de toda una generación.
El Sónar, que otrora fuera una cita de música puramente electrónica, ha roto sus propios límites en su 25º aniversario. Hace ya algunas ediciones que concedió cierta permeabilidad al omnipresente indie –algo que se puede apreciar en los cabezas de cartel que convocarán a mayores masas este año, Gorillaz y LCD Soundsystem– fruto de alguna que otra retroalimentación con otros festivales de la ciudad, como el Primavera Sound.
Más de 123.000 personas han acudido este año al festival
Con la celebración de su cuarto de siglo, Sónar ha recuperado a grandes estrellas que ya habían pasado por su alfombra. Diplo dio la pausa de una nota blanca a una tarde eminentemente de fusión eletrónica africana, entre los que se contó el maestro Black Coffee y Kokoko!, que hicieron temblar el césped artificial y bailar a las más de 123.000 personas que asisten al festival (en total, entre las dos sedes de Fira Barcelona, en Plaza España el Sónar de Día, y en L'Hospitalet el Sónar de Noche). Pero los mayores descubrimientos –o reafirmaciones– de este Sónar 2018 son las reconstrucciones de lo que se arriesgaba a quedarse anticuado. Las vanguardias son Rosalía y Liberato.
Rosalía o la reinvención del flamenco
Lo de Rosalía ha sido una desestructuración del género. La joven de 23 años, de las afueras de Barcelona, no se ha criado en el flamenco, sino que lo fue a buscar ella. Lo estudió y lo amó, todo a la vez. Por eso se lo sintió propio y no heredado, y se encontró lo suficientemente liberada como para hurgar hasta encontrar las raíces, para identificar lo esencial para, como dice ella, “reinterpretarlo”. Más que una ventana de aire fresco, su creatividad en esa reinterpretación ha hecho saltar por los aires los esquemas del folklore.
Su carisma y el halo de novedad llenaron el Sónar Hall, el mayor escenario cubierto del Sónar de Día, mucho antes del comienzo del concierto. Un público quizá sorprendente, mixto entre hombres y mujeres, indiscutiblemente joven y genuinamente inquieto, con esa sensación de estar a punto de ser testigo de un relevante hecho de actualidad, para poder dar fe de ello. De Rosalía.
"Yo no soy la típica persona que escucha flamenco. Me parece bonito, pero no es mi estilo. Con Rosalía es diferente. Creo que lo que ha sabido hacer es coger esa música que le gusta a ella, desvincularla de la imagen más anticuada y transformarla de forma que la podamos entender la gente más joven. Nos ha abierto la mente.", explica Irene García, granadina de 17 años, que descubrió a la cantante con su debut Antes de morirme en colaboración con Tangana, en un vídeo que pronto habían visto más de 9 millones de personas.
Rosalía es así: ahora susurra, ahora se desgarra. Con coraje, con delicadeza.
Algo del trap de Tangana se le ha quedado a Rosalía de esa experiencia, que ahora irradia en su estética y en sus coreografías (en el quad que subió al escenario, por ejemplo). Pero sus melodías beben también del R&B, y sus letras son puras: “Su claridad nunca es oscurecida / Y toda luz de ella es venida”, canta una línea de San Juan de la Cruz en Aunque es de noche, tema de su álbum Los Ángeles, que recupera clásicos del flamenco. Así es ella. Ahora susurra, ahora se desgarra. Con coraje, con delicadeza. Con sensualidad y cariño, con coraje y rebeldía. Y por eso, esa generación ha dejado de decir que el flamenco no es de su estilo. Con ella sí se sienten identificadas.
En esta nueva edad de oro del flamenco, El Niño de Elche –Francisco Contreras– tiene mucho que decir, con su propia reinterpretación del género en paralelo. Como homenaje al festival en el que tantas veces ha actuado, deleitó junto al bailaor Isabel Galván, con un show inédito y que llega al borde del surrealismo, más allá de su habitual experimentación y que llenó el SónarComplex de una intensidad palpable.
Si Bansky cantara canción napolitana: Liberato
Liberato es al Sónar lo que Bansky al MoMa. Tal fue el efecto llamada en Italia cuando el Sónar desveló que estaba en su cartel: los italianos adelantaron a los franceses como segundo mayor público extranjero del festival –el liderazgo lo mantienen los ingleses–. Y es que Liberato es el nuevo ídolo y solo ha concedido un concierto en su aún corta trayectoria.
Nadie sabe quién es Liberato. Siempre viste de negro, con capucha y un buff que le cubre por encima de la nariz. No porque el contenido de sus canciones le obligue a ocultar su identidad. Su revolución es conceptual. Lo único que se sabe de Liberato es que es de Scampia, el suburbio napolitano que lleva la pesada etiqueta de feudo de la Gomorra. Sin embargo, (él o ella) no habla de política, como tantos otros cantautores de la muy prolífica canción italiana. Sus letras versan sobre el amor imposible, desengaños y abandonos.
Es lo que en Nápoles llaman “canción neomelódica” y en el resto del mundo, “canción napolitana”. Pero Liberato es la canción neomelódica que las mammas no escucharían. Es, de hecho, música urbana electrónica. “No es música electrónica italiana, es música electrónica napolitana”, me corrige un grupo de italianos residentes en Barcelona, que se dedican al marketing y a la traducción. Italia siempre ha sido una marca internacional; en cambio, a Nápoles se le atribuye lo peor del país: pobreza, corrupción, mafia... aunque también la mejor pizza. Pero no brilla por ninguno de los nuevos valores culturales.
“Todo somos Liberato”, grita alguien entre el público
“Que Liberato toque en el Sónar me hace estar orgulloso. Ha salido del barrio, y ha llevado consigo la misma música napolitana que solo se escuchaba en Nápoles”, exclama Antonio Bello Dentro, original de Chiusano di San Domenico, un pequeño municipio de menos de 3.000 habitantes en la región de Campania, con Nápoles como principal núcleo urbano cercano. “La música neomelódica no nos identifica. En cambio, Liberato lo que hace es recuperar esas mismas letras pero con electrónica”, analiza el joven napolitano, expatriado hace más de 6 años, que define su profesión como videomaker, y que ahora reside en Malta.
“Todo somos Liberato”, grita alguien. El misterio que le envuelve ha dado aún un giro más a su figura. Se especula que pueda ser un cantautor conocido explorando otra vertiente musical bajo una identidad oculta. Una de las chicas del grupo, traductora italiana afincada en Barcelona, confiesa que si supiera qué cara tiene, probablemente no le gustaría tanto, que solo es una estrategia publicitaria. “No sé si esto es marketing, pero si lo es, lo hace muy bien y también lo admiro por ello”, resuelve Antonio.
Y es que el Sónar, a pesar de su transición aperturista más allá de la electrónica, lo que ha mantenido a lo largo de las 25 ediciones es esa vocación vanguardista, de apostar por lo incipiente, de jugar a adivinar qué escucharemos mañana. El flamenco y la canción napolitana podrían ser parte de la respuesta.
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