MADRID.- El cineasta Mijaíl Kalatózov, autor de títulos míticos del cine soviético, llegó a Cuba en 1962, tres años después del triunfo de la Revolución, con la intención de hacer una película sobre ella. En 1964, con la colaboración del genial director de fotografía Sergei Urusevsky, había terminado Soy Cuba. Nacida como gesto solidario de la URSS hacia el nuevo gobierno de la isla y como protesta por el bloqueo económico impuesto por EE.UU., con ella apareció la más sorprendente película, y la más hermosa, sobre la Revolución Cubana.
“Soy Cuba. Los hombres cuando nacen tiene dos caminos: el del yugo que obliga y sojuzga o el de la estrella que ilumina y mata. Escogerás la estrella. Duro será el camino y lo señalaremos con la sangre, pero al caer un hombre por una causa justa surgen por miles otros y cuando ya no queden hombres hasta las piedras se alzarán”. Es la voz de la narradora del filme, una película que cuando se terminó no convenció a soviéticos ni cubanos, que consideraron que su especial cuidado estético no era más que una concesión a los valores del capitalismo occidental.
El alma del pueblo cubano
Guardaron entonces la copia en los archivos del ICAIC (Instituto de Cine Cubano) y allí estuvo perdida y desconocida hasta que treinta años después, dos grandes maestros absolutamente apasionados por el cine, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, la rescataron y la restauraron. Habían encontrado una “reliquia cinematográfica”, una obra de arte que muestra “el alma del pueblo cubano y del espíritu revolucionario” y que contiene uno de los planos más famosos de la historia del cine.
Durante el entierro de un estudiante revolucionario, la cámara sobrevuela La Habana. En un momento único, entra por la ventana de una fábrica de cigarros y sale por otra ventana, deslizándose sobre la bandera cubana que ondea al viento y revelando cómo van uniéndose más y más personas a la comitiva. “Soy Cuba, una vez aquí desembarcó Colón. Él escribió en su diario: Es la tierra más hermosa que ojos humanos vieron. Gracias señor Colón”.
"¡Rompiste mi corazón!"
Uno de aquellos dos rescatadores, Francis Ford Coppola, rindió también su propio homenaje a la Revolución Cubana en 1974, en El Padrino II. Es la noche de Fin de Año de 1958, Michael Corleone y su hermano Fredo están en la fiesta del dictador Batista. El primero ha descubierto la traición del segundo. Le busca entre los invitados, llega a él y le besa en la boca. “Lo sabía, Fredo, fuiste tú. Rompiste mi corazón. ¡Rompiste mi corazón!”. El tirano huye y Fidel Castro y los revolucionarios entran en La Habana. Victoria de la Revolución.
Revolución de la que Steven Soderbergh contó cómo se gestó a través del personaje de Ernesto Che Guevara. Palma al Mejor Actor para Benicio del Toro, la película Che, el argentino, que en salas se estrenó en dos partes, relata el tiempo que pasó la guerrilla en Sierra Maestra desde el legendario desembarco del Gramma en 1956 hasta la caída de Fulgencio Batista. Demián Bichir daba vida a Fidel Castro en el filme.
Richard Lester se acercó también a la Revolución con Cuba, un thriller de 1979 ambientado en los últimos días de la dictadura y protagonizada por Sean Connery y Brooke Adams. Y, más recientemente, Oliver Stone ha revisado aquella historia y los siguientes decenios en sus películas documentales sobre Fidel: Comandante y Looking for Fidel.
'Titón' y la revolución
Mucho antes de todas ellas, en el comienzo de la nueva Cuba, en 1960, Tomás Gutiérrez Alea Titón estrenó la primera película sobre la insurrección, ‘Historias de la revolución’. Son tres episodios ocurridos en la dictadura, en Sierra Maestra y, finalmente, en la toma de Santa Clara, con los que el cineasta y el gobierno cubano planteaban conflictos éticos en medio de la lucha. Seis años después, el propio Titón cambiaría completamente el tono en Muerte de un burócrata, donde denunciaba con mucha sátira una herencia envenenada, la del caos burocrático. En 1968 dibujó la realidad de estos tiempos nuevos en su imprescindible Memorias del subdesarrollo. Y en 1993 estrenó su popular Fresa y chocolate, película que no le produjo el Instituto de Cine Cubano y que reunía a dos jóvenes, un estudiante comunista y un artista homosexual perseguido por el régimen. Jorge Perugorría y Vladimir Cruz emocionaron con sus interpretaciones.
No tan conmovedores, pero mucho más ocurrentes, pícaros y divertidos eran los personajes de Vampiros en La Habana (1985), segundo largo de animación de Juan Padrón, en el que dos bandas organizadas, la de los vampiros de Chicago (Capa Nostra) y la de los europeos (Grupo Vampiro) se enfrentan en una guerra por la fórmula del Vampisol, que les permitiría resistir al sol. La joya queda en manos de Pepito, un trompetista sobrino del científico que lo ha creado, y que se convierte en objetivo de los mafiosos. Pero él con sus amigos revolucionarios conseguirán que todos los vampiros puedan disfrutar del sol.
Hace solo dos años, Laurent Cantet llevó al cine un libro de Leonardo Padura en Regreso a Ítaca, donde repasaba los años de la revolución a través de una sola noche, un encuentro entre amigos para celebrar la vuelta de uno de ellos después de dieciséis años de exilio en España. Sus años estudiantiles, las cosas que hacía, los sueños que tenían, la confianza en la revolución y también el desencanto pasaban por la pantalla en esta magnífica película.
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