Ni ovnis ni platillos volantes: ¡eran nubes!
El fenómeno desatado el siglo pasado provocó un bum de avistamientos de presuntas naves extraterrestres. José Miguel Viñas desmonta el misterio de los objetos voladores no identificados en la pintura del Quattrocento.
Madrid-
El fenómeno ovni sacudió el planeta a mediados del siglo XX y alcanzó España en los años setenta, cuando se produjo un bum de avistamientos de objetos voladores no identificados y de contactos, ejem, con seres extraterrestres. Una patraña, pero entonces algunos querían creer en lo que no veían. O, mejor dicho, veían en el cielo lo que querían creer.
Bastaría recurrir a la ciencia o, concretamente, a la meteorología para desmontar la existencia de naves alienígenas. Sin embargo, la capacidad de sugestión pudo con la razón y comenzaron a proliferar las teorías más descabelladas. Un aficionado a los avistamientos podría preguntarse entonces, por ejemplo, por qué las siluetas de algunos cuadros del Quattrocento eran similares a los platillos volantes divisados siglos después.
José Miguel Viñas se ha pasado tanto tiempo observando amaneceres, tormentas, chaparrones y ocasos que terminó trasladando su pasión a los museos, donde llegó a la conclusión de que los cielos de los cuadros no son decorados secundarios, sino una fuente de información que nos indica no solo el estado atmosférico del momento en el que fueron pintados, sino también profusos detalles de su época histórica.
Podríamos trazar así un mapa del tiempo a lo largo de los últimos siglos, donde se constatan algunos sucesos extraordinarios como las grandes nevadas que pintó Francisco de Goya, los desbordamientos del Sena que plasmó Aldred Sisley o los atardeceres ígneos de William Turner, tal vez un eco encendido y lejano de la erupción del Tambora, una huella volcánica que quizás también está presente en alguna obra de Munch y Van Gogh.
"En nueve de los doce frescos que componen el conjunto artístico de La leyenda de la Vera Cruz aparecen los platillos volantes surcando los cielos", ironiza José Miguel Viñas sobre las pinturas de Piero della Francesca en el libro Los cielos retratados. Viaje a través del tiempo y el clima en la pintura (Crítica). "¿Vio naves extraterrestres?", se pregunta respecto al cuadro El bautismo de Cristo, que data de 1450. Lógicamente, no.
Situémonos: el paisaje de los lienzos corresponde a las regiones de Umbria o la Toscana, un detalle geográfico clave para comprender por qué no pinta algodones de azúcar, sino esponjosos y achaparrados platillos volantes. "El artista representa unas nubes que no se ven en todos los sitios, aplastadas o lenticulares, que exigen la cercanía de una montaña que genera un fenómeno ondulatorio que, a veces, da como resultado la formación de unas nubes muy singulares y llamativas", explica Viñas.
El obstáculo montañoso son los Alpes, azotados por los vientos del norte. Por eso, Piero della Francesca, al igual que Andrea Mantegna en El tránsito de la Virgen, pinta lo que ve, aunque con intención. "Usaron las nubes como elementos simbólicos, asociados al tema religioso que querían transmitir en sus obras", añade el físico y meteorólogo, quien señala el paralelismo entre los altocúmulos lenticulares y la silueta similar de la paloma de El bautismo de Cristo, que encarna al Espíritu Santo.
"Los elementos atmosféricos han tenido una carga simbólica importante a lo largo de la historia. Y las religiones, en particular la católica, se han valido de la potencia de las nubes y los cielos. Así, algunos pintores usaron las tormentas para darle expresividad y dramatismo a sus cuadros, porque se asociaban al mal", añade José Miguel Viñas, quien recuerda que aquellas nubes aplastadas reflejan los cambios en el clima europeo y da un salto en el tiempo para avistar otros platillos volantes.
Concretamente, al primer cuarto del siglo XX, cuando Salvador Dalí pinta altocúmulos lenticulares en los cuadros Muchacha de Figueres y Retrato de Luis Buñuel. "Son relativamente frecuentes en el Ampurdán, ya que los genera el flujo ondulado que provoca la Tramontana al incidir en sentido norte-sur contra la barrera de los Pirineos", escribe el físico y meteorólogo en su libro, donde también analiza los paisajes velazqueños y goyescos.
"Todo surgió cuando comencé a fijarme en los cielos que han ido pintando artistas de todas las épocas. Al principio, quería explicar qué tipos de nubes aparecen en los cuadros, así como otros detalles meteorológicos, pero luego me di cuenta de que detrás de todo eso había muchas otras cosas que contar, conectadas claramente con el clima de cada época, que podemos conocer gracias a la pintura y a las fuentes documentales, porque entonces no había observatorios", apunta el autor de la web Divulgameteo.
Los cielos retratados, pues, nos permite entender el comportamiento del tiempo y, a la vez, descubrir la intrahistoria climática de muchos lienzos de pintores ilustres. Así, gracias a las llamas trémulas de los cirios y a la humareda que envuelve a Doña Juana la Loca, podemos sentir el frío y el viento que hacía en Burgos durante el traslado del féretro de su marido, Felipe el Hermoso, a Granada.
Un recurso "efectista" de Francisco Padilla y Ruiz para transmitir "la solemnidad del momento y la intensa friura burgalesa, todo ello bajo el paraguas de una atmósfera lúgubre, funeraria", escribe Viñas, quien no ha dudado en tirar de la ironía para acercar a los artistas del Quattrocento a un presente alucinado. "Cuando surge el fenómeno ovni en Estados Unidos, se produce un efecto contagio. Muchas personas miran al cielo y, al ver las nubes lenticulares, debido a su aspecto y al efecto de la luz piensan que son platillos volantes".
"Eso me llevó a jugar con los ovnis, el Quattrocento y estos genios italianos. Hay nubes más vistosas y bellas, pero no tan llamativas, sobre todo cuando aparecen varias capas como las que figuran en el cuadro de Piero della Francesca", concluye el autor de Los cielos retratados. "Si las ves, se te va la mirada hacia arriba, porque pasan a ser las protagonistas absolutas del cielo". Objetos voladores, ahora sí, identificados.
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