madrid
Decía el poeta y crítico literario Jorge Guillén que cuando Lorca llegaba, "no hacía frío de invierno ni calor de verano: hacía... Federico". El poeta se crecía sobre el escenario, armado de un puñado de cuartillas, deleitaba a los presentes con una emoción íntima y primitiva, un decir capaz de conmover al más pintado con la pasión que le imprimía a sus textos.
La voz de Lorca no se conserva en ningún registro sonoro. El tiempo nos legó sus versos y obras de teatro eternas, su imagen en movimiento y alguna grabación de él al piano. Poco más. Lo más cerca que podemos estar de ese otro Lorca que trascendía la cuartilla y el tintero es a través de sus alocuciones y conferencias, donde el autor derramaba toda su emoción poética.
Lorca filtró en sus intervenciones su particular poética nacida del compromiso con el otro
En De viva voz. Conferencias y alocuciones (Debolsillo) nos topamos con una defensa cerrada del poder de los libros y la lectura en la inauguración de la biblioteca de Fuente Vaqueros en 1931, con una lúcida aproximación al cante jondo y al duende flamenco, con una reivindicación de la imaginación o con una implacable crítica al capitalismo.
Temas escritos para ser leídos en público, temas que le preocupaban y sobre los que, lejos de pontificar, el poeta se conformó con transmitir la pasión que sentía por ellos. Ya podía ser la pintura de vanguardia, las nanas o las canciones populares, Lorca filtró en cada una de sus intervenciones su particular poética nacida del compromiso con el otro, del compromiso con el pueblo.
"En el fondo, Lorca está hablando siempre de lo mismo: de su visión personal de la poesía, del arte, de la cultura en tanto que lo mejor de que es capaz el ser humano. Los textos de estas charlas componen una formidable poética implícita (...) Y lo hace de manera ensayística y no académica, es decir, literaria. Sus conferencias son, 'a su manera, poemas'", apuntan en la introducción los editores Víctor Fernández y Jesús Ortega.
Las conferencias fueron una de las principales fuentes de ingreso de Lorca, que fue especialmente notable en su estancia en América, y que deben ser leídos como obras acabadas, ya que el poeta nunca improvisaba. Con ellas, el poeta pretendía también matar a ese "moscardón del aburrimiento" que tanto le preocupaba y, de paso, "romper la timidez del autor encerrado en su jaula de cristal".
"No hablo sino leo"
"Ya improvisara una pantomima o una breve escena teatral, era irresistible. Era como una llama", dijo Buñuel de Federico. De viva voz. Conferencias y alocuciones nos aproxima a esa llama, nos permite sentir un poco de ese calor que desprendían sus palabras, el timbre apasionado de su voz, el duende lorquiano a fin de cuentas. Una llama que, cuando se trataba de lecturas públicas, estaba más que pensada.
El poeta nunca dejaba nada al azar. Sus intervenciones eran trabajadas con esmero, todo debía quedar plasmado por escrito. No importaba lo que tuviese entre manos, ya fuera una conferencia, una intervención concisa en la radio o el homenaje a algún amigo cercano, Lorca fue desgranando fielmente en sus papeles lo que quería transmitir a la audiencia. Algo que convierte a estos manuscritos en poco menos que transcripciones de sus alocuciones.
El mismo poeta explicó en una de sus charlas más famosas los motivos por los que siempre leía sus textos, sin improvisarlos jamás: "Debo deciros que no hablo sino leo. Y no hablo, porque lo mismo que le pasa a Galdós y en general, a todos los poetas y escritores nos pasa, estamos acostumbrados a decir las cosas pronto y de una manera exacta, y parece que la oratoria es un género en el cual las ideas se diluyen tanto que solo queda una música agradable, pero lo demás se lo lleva el viento. Siempre todas mis conferencias son leídas, lo cual indica mucho más trabajo que hablar, pero, al fin y al cabo, la expresión es mucho más duradera porque queda escrita y mucho más firme puesto que puede servir de enseñanza a las gentes que no oyen y no están presentes aquí".
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