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MADRID.- Matt Damon se reencuentra después de casi una década con Bourne, el personaje del espía que desconocía su identidad, y con el cineasta británico Paul Greengrass, por cuya ausencia se negó a participar en la película anterior de la saga. Regresa en la quinta entrega, titulada Jason Bourne, que esta vez centra el debate en el conflicto creado entre las libertades civiles frente a la seguridad, en la violación de la intimidad en la era digital y ultratecnológica y en el abuso de los poderosos sobre los ciudadanos.
Seguramente Damon, un actor muy significado políticamente, no quería perder la conexión que se había creado entre el público y este personaje desde su aparición en 2002 con El caso Bourne. En aquella, la certeza que atormentaba al personaje de que había sido engañado para matar encajaba a la perfección con la más que sospecha que tenían muchos estadounidenses de que las mentiras de su presidente les habían llevado a la guerra de Iraq. Ahora Jason Bourne conoce su identidad. “Sé quién soy”.
"Me alegraron las filtraciones de Snowden y Assange"
“Me alegraron las filtraciones de Snowden y Assange. Me siento agradecido por saber lo que está pasando”, soltó hace unas semanas en Madrid el actor con una tranquilidad que es absolutamente insólita entre las estrellas de Hollywood, muy cautelosas a la hora de hacer declaraciones que puedan ‘entorpecer’ su carrera. “La película no sabe cuál es la respuesta, pero es una gran pregunta que debe encontrar contestación en cada país".
“En la película se discute sobre las implicaciones de una tecnología que se ha desarrollado muy rápido y lo que eso significa para nosotros y para nuestras democracias. Estas implicaciones son enormes. Es indiscutible que en este nuevo escenario de nuevas tecnologías va a haber extralimitaciones por parte de la gente que intenta ‘mantenernos’ a salvo", sentenció el actor, conocido por sus declaraciones y sus convicciones políticas.
La tragedia de los refugiados
Demócrata convencido, apoyó a Obama en sus primeras elecciones, aunque muy poco después expresó públicamente su decepción por la política que estaba llevando a cabo. Acusó a la Casa Blanca de pasividad ante las consecuencias de la crisis financiera. Se puso al frente de una campaña contra el fracking. Denunció la crisis del agua. Ha expresado su oposición a todas las guerras. Defiende la causa de los refugiados y señala con el dedo la falta de humanidad de los gobiernos con ellos… Ahora, además, se ha apuntado a la causa de la defensa de las libertades frente a la supuesta seguridad que nos venden las grandes potencias y lo hace con la complicidad del cineasta Paul Greengrass.
Juntos muestran de fondo en esta nueva entrega de Bourne la realidad de un mundo que sigue soportando las consecuencias de la mayor estafa financiera de la historia. Si Paul Greengrass arrastraba al personaje por Moscú, París, Londres, Tánger, Madrid y Nueva York en El ultimátum de Bourne (2007) para mostrar los trapos sucios del gobierno norteamericano, ahora le lleva por Grecia escondido entre los manifestantes de la Plaza Sintagma o por la frontera con Macedonia, donde se vive la tragedia de los refugiados, para llegar a Londres y Las Vegas, símbolos del capitalismo mundial.
El nacimiento del mito
La entidad especial que supo dar Greengrass al tortuoso Bourne en las películas anteriores se resiente, sin embargo, un poco en esta nueva película, primera en la que no aparece el nombre de Tony Gilroy en los créditos de guion. La acción, al contrario, mantiene el excelente nivel narrativo de los filmes de este cineasta, que firmó una de las secuencias mejor rodadas del cine de acción de los últimos años en aquella tercera película de la saga. Se trataba de la persecución en la estación de Waterloo, a la que, por cierto, seguía otra también sobresaliente sobre los tejados tangerinos.
Tommy Lee Jones, en el papel de director de la CIA; Alicia Vikander y Vincent Cassel, agentes ambos de la agencia, representan el lado oscuro de la trama de esta nueva historia, que probablemente continúe en el futuro y que comenzó con las novelas de Robert Ludlum. Hay quienes aseguran que en realidad todo nació de un caso real que se conoció cuando se desclasificaron unos archivos de la CIA. En ellos se contaba que un grupo de espías atentaban por distintos lugares de Europa provocando el caos. Luego se supo que se trataba solo de un individuo, un tipo del que no se conocían sus motivos y que dio lugar al mito. El mito de Bourne.
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