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Tras un largo camino hacia la adaptación, Y: El último hombre, el cómic del guionista Brian K. Vaughan y la dibujante Pia Guerra para Vértigo Comics, ve la luz este miércoles en Star a través de Disney+. Un estreno esperado que como serie apocalíptica puede que no aporte mucho al género, pero que en sus cinco primeros episodios cuenta con destellos como el acierto de la trama política. Ese sería uno. El otro, la exploración de ser un hombre trans en un mundo en el que el cromosoma Y ha sido borrado casi por completo de la faz de la tierra. El tercero, ciertas píldoras de humor. Apuntes que contribuyen a no darla por perdida e, incluso, a disfrutarla.
Publicado entre los años 2002 y 2008, el interés en este cómic mensual por los productores y guionistas deseosos de material para una serie ha sido recurrente. Tras algunas idas y venidas ha sido Eliza Clark, creadora y showrunner, quien se ha llevado la historia a su terreno en una producción de FX en Hulu que ha apostado por las mujeres como jefas de un gran número de departamentos (fotografía, vestuario, casting, montaje…) y también detrás de la cámara en cada uno de los diez episodios que componen esta primera temporada.
Un virus desconocido aniquila a casi todos los mamíferos con el cromosoma Y. Es decir, en cuestión de unas horas, los hombres del planeta y una buena parte de los animales desaparecen. Y lo hacen, además, de una forma un tanto sangrienta y dolorosa. Solos dos especímenes sobreviven. Uno es un mono revoltoso. El otro, un chaval aspirante a escapista (dueño del mono) que encarna al típico pardillo en la veintena. El último hombre que cabría esperar que la selección natural decidiese mantener con vida para perpetuar la especie. No lo entiende él, ni quienes saben de su supervivencia. En descubrir qué tiene de especial Yorick (Ben Schnetzer) y en que no muera víctima de su torpeza gira parte de la trama.
Los tres primeros episodios, que llegan este miércoles a Disney+, se centran básicamente en presentarle a él y las dudas que genera su existencia además de dar entrada al resto de personajes, en su mayoría mujeres, que ponen voz y rostro a un apocalipsis narrado en femenino. La parte del drama familiar, que la hay como en toda serie apocalíptica que se precie, recae en él, en su hermana paramédica con problemas (Olivia Thirlby) y su mencionada madre, Jennifer Brown (Diane Lane), una congresista demócrata a la que la muerte de los hombres del Gobierno republicano asciende a presidenta. Su principal rival/escollo será, de entrada, Kimberly (Amber Tamblyn), hija del anterior inquilino de la Casa Blanca. Aunque ahora, por circunstancias de cuándo tuvo lugar el apocalipsis, el centro de mando se sitúa en el Pentágono.
La mencionada trama del Gobierno y la toma de decisiones y el retrato que hace de la clara división entre republicanos y conservadores en Estados Unidos resulta un aliciente a tener en cuenta. Por un lado, por Diane Lane convirtiéndose en algo así como la voz de la cordura y la esperanza en medio del caos. Por otro, por esa 'hija de', que bien podría serlo de Donald Trump, capaz organizar una cuadrilla de amas de casa republicanas en una escena tan poderosa como delirante. Además, resulta interesante que, para variar, en una ficción de este tipo no sea la Casa Blanca el centro de atención y este se concentre en el Pentágono, un edificio que puede dar mucho juego durante toda la temporada por ser mucho más desconocido. Por no hablar de que los guionistas lo han convertido en un edificio multiusos al servicio de la narración.
A partir del tercer episodio, con todos los implicados principales presentados y establecidas las reglas del juego, la serie parece encontrar cierto tono apuntando a road movie con ambos hermanos recorriendo su propio viaje por carretera (o campo a través) y personal. Yorick y la Agente 355 (Ashley Romans) buscan a la doctora Allison Mann (Diana Bang), quien podría tener una explicación al porqué de que este siga vivo. Y mientras dan con ella, esta misteriosa agente de primer nivel debe lidiar con la responsabilidad de hacer de niñera del último hombre de la tierra, que no deja de meterse en líos merced a una ingenuidad y ineptitud impropia de sus 27 años. La dinámica que se establece entre ellos ayuda a desengrasar todo el drama que les rodea y en ocasiones parecen un dúo cómico.
En paralelo se cuenta el viaje de la otra hija de la ahora presidenta, Hero, que no tiene una relación fluida con su madre y que viaja acompañada de Sam (Elliot Fletcher), su amigo trans y uno de los personajes más interesantes de la serie por lo que aporta y por la situación en la que se encuentra. Lleva toda su vida luchando por poder ser quien es y ahora que lo ha conseguido su apariencia le coloca en una situación de sospecha y desconfianza constante teniendo que explicar su identidad como justificación para seguir vivo.
Y: El último hombre no gozará del reconocimiento de los premios Emmy como el cómic sí lo tuvo en los Eisner (ganó tres) y el Hugo (nominado a Mejor Historia Gráfica). Parece evidente vista media temporada. Sin embargo, aún con sus lagunas y lo repetitivo del escenario, tiene momentos en los que funciona y, muy importante, entretiene. Quizá su público sea más el de alguien que busca una serie con una premisa un tanto diferente, que no ha visto demasiado cine o series de temática apocalíptica y que, sobre todo, tiene curiosidad por la exploración que se hace de cómo sería un mundo sin hombres y gobernado exclusivamente por mujeres. ¿Mejor? ¿Peor? No está clara la respuesta en solo cinco episodios vistos antes del estreno. Quizá llegue al final de la temporada.
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