Este artículo se publicó hace 2 años.
Feminismo y ecologismo: dos caras de la misma lucha
Premio Max 2022 a la mejor autoría teatral, María Velasco firma y dirige una obra valiosa en la que la mujer y la naturaleza luchan juntas para sobrevivir a un mundo de hombres.
Sofia Chiabolotti
Madrid-Actualizado a
El Teatro Sala Cuarta Pared de Madrid abre la temporada con la obra de María Velasco Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra. Título que ya se había estrenado en la temporada anterior y que ahora vuelve nuevamente a las tablas tras ganar el Premio Max 2022 a la mejor autoría teatral. Obra imprescindible y dolorosa a la vez, después de haber visto arder la tierra durante la pausa veraniega y muchos bosques desaparecer como ceniza al viento.
Y, sin embargo, María Velasco se aleja sabiamente de los lugares comunes que llenan vulgarmente el vacío de los comicios políticos. Al contrario, la obra afina sus armas dramatúrgicas para penetrar hasta la médula del debate. Con ironía y perspicacia aborda las consecuencias nefastas del cambio climático, la violencia machista, el conflicto generacional entre padres e hijos, la religión y el luto, la hipocresía de los políticos y la ineptitud de los hombres.
Todo ello armonizado como si de un vals macabro se tratara. Con la niña que no sabe cómo devenir mujer y la madre que olvidó enseñárselo, porque ya no recuerda cómo es gozar del amor. Duermen juntas de vez en cuando y conversan en la oscuridad de la noche estrellada, pero parecen hablar dos lenguas distintas: "Yo, mamá... creo en el Dios de Spinoza", le confiesa la adolescente. "¿Y ese quién es? ¿de Podemos?", pregunta la madre.
Entonces la niña, que pronto será adolescente, encuentra confort abrazando a un pino a quien dirige preguntas que en el mundo de los hombres no encuentran respuestas. "¿Estamos hechos del mismo polvo que las estrellas?" "¿Por qué estamos hechos del mismo polvo que las estrellas el semen brilla en la oscuridad?" (Parte de lesiones, La Uña Rota, 2022).
"No se nace mujer, se llega a serlo"
Ahora la adolescente ha crecido, está preparando la tesis de su doctorado en literatura y crítica literaria, y para ahorrar dinero se prostituye: el seno apenas esbozado y el cuerpo desnudo todavía infantil esconden el vello púbico, único signo de que el tiempo ha pasado. "La he perdido. He perdido la custodia de mi niña interior", confiesa la joven, "por descuidarla, abusarla, abandonarla...". Se dirige hacia el baño de la habitación del apartahotel, no aguanta más el hedor a sudor y semen del hombre desconocido. De repente aparece la figura del tío muerto.
Magníficos los actores Laia Manzanares y Fran Arráez, respectivamente, en los papeles de la joven y del tío, que consiguen transformar la mierda en poesía, así como el artista conceptual italiano Piero Manzoni, que convirtió la Mierda de artista en pieza de arte contemporáneo. "Alguna vez acompañé a tu padre a la caza mayor", le cuenta el tío, "al hundir el machete cerca del vientre del [ciervo], se desprendía un olor delicioso. Un perfume embriagador. Lo juro". Era el almizcle, que sirve de base de varios cosméticos y que algunos mamíferos segregan en las glándulas del perineo o cerca del ano. "Piensa que no hueles a hombre, hueles a ciervo", es el consejo del tío a la sobrina prostituta.
La niña/adolescente/mujer se encuentra en la escena final frente a la comisión de la tesis, tiene 60 minutos de tiempo para exponer su defensa. El tiempo suficiente para que los cimientos de la academia se pulvericen bajo el peso de sus propias mentiras: la niña se ha vuelto mujer y con su palabra puede finalmente revelar la perversión de un mundo hecho de hombres y por los hombres.
"Dios ha muerto. El hombre ha muerto. La naturaleza, ¿ha muerto?", es la pregunta subversiva que aparece en el fondo del escenario. El árbol y la mujer se abrazan: la respuesta está ahí, en ese contacto profundo sin malicia o repercusión alguna, solo la conciencia de compartir un destino y una lucha comunes.
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