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Los entresijos de la televisión y del periodismo que se hace en ella son un universo tan interesante como dinámico que, bien planteado y explorado, puede regalar verdaderas joyas seriéfilas. The Newsreader, protagonizada por un valor seguro ante la cámara como Anna Torv (Fringe, Mindhunter), es un buen ejemplo de cómo hacerlo. Tras su camino de premios, buenas audiencias y mejores críticas en su Australia natal, la serie creada por Michael Lucas y dirigida por Emma Freeman llega este jueves a España de la mano de COSMO.
Ver The Newsreader es todo un viaje a los ochenta. A través de sus historias, de los peinados donde abunda la laca, la ropa, los coches, el mobiliario… pero, sobre todo, de ese periodismo televisivo donde no había vídeos virales que sustituían el trabajo de un cámara y un reportero, donde se cubrieron noticias como la explosión del transbordador espacial Challenger y el desastre de Chernobyl y donde las mujeres eran vistas poco menos que como un adorno al lado del presentador masculino de turno. En un mundo así, ser mujer, periodista y alcanzar cierta relevancia no era un camino sencillo de recorrer.
Helen Norville (Anna Torv) lo ha conseguido en el programa News at Six. Ha logrado estar ahí, con los focos sobre ella. Y, aún así y pese a contar con el respaldo de la audiencia, cada día debe luchar para no ser eclipsada, arrinconada y cuestionada por el simple hecho de ser mujer. Tiene fama de complicada, de difícil. Bajo esa fachada de tipa dura de mal carácter se esconde alguien amante de su trabajo, de las cosas bien hechas y persistente. Sabe lo que quiere y va a luchar por ello por muchos palos en las ruedas que le metan. El problema, su problema, es que donde otros ven prepotencia solo hay alguien lleno de inseguridades a quien una crítica o un varapalo pueden hundir en la más absoluta de las miserias.
La serie muestra la dificultad de ser mujer, periodista y relevante en los ochenta
Cuando recibe uno de esos reveses laborales es cuando su camino personal y profesional se cruza con el de un compañero de redacción con el que no había intercambiado más de dos palabras antes de ‘ese’ suceso que lo cambiar todo y que impulsa la trama. Dale Jennings (Sam Reid) responde al perfil de un reportero con aspiraciones de presentador de informativos a quien nadie toma en serio por su voz y, le dicen, falta de carisma ante la cámara. Como Norville, no es de los que se rinden. Lucha por cumplir su sueño, por dar la noticia, por estar ahí y por ser tomado en cuenta. No es víctima del machismo del sistema, pero, de alguna manera, lo es del ego desmedido y exceso de testosterona del mismo. También, si no se tuerce tras los dos capítulos vistos antes estreno, es buena gente.
A través de ellos la serie explora la presión derivada de la exposición continuada. Lo que dicen, cómo lo dicen, sus aciertos y sus errores son sometidos al escrutinio de todo un país. Cuando se equivocan, sus fallos son vistos por millones de personas. Una presión y un sometimiento al escarnio público que pueden condicionar el día a día de una persona. Más aún si en la mochila personal de quien tropieza ante las cámaras está incluida la inseguridad por defecto. Tampoco ayuda que en la redacción nadie pierda ocasión de hacer un chiste a costa del fallo cometido.
Como representante de ese sistema antiguo que se resiste a avanzar y al que se enfrenta principalmente Norville: Geoff Walters (Robert Taylor). Comparte pantalla con ella y no quiere hacerlo. Encarna a la perfección a esa vieja gloria del periodismo adicto a los focos y a estar en el candelero incapaz de retirase (aunque tenga la edad de hacerlo) para dar paso a las nuevas generaciones. Es claramente el personaje a caer mal de la historia. Por lo que representa, por cómo se comporta y porque él y su mujer forman una suerte de pareja de ‘mafiosos’ televisivos capaces de urdir planes para que él siga dando las noticias. A veces, incluso, con la colaboración del director de redacción, Lindsay Cunningham (William McInnes), que grita a sus redactores como si gritar hiciese que tuviese más razón.
Los ochenta como escenario
La apuesta de The Newsreader es doble. Por un lado se centra en contar cómo eran los ochenta usando como vehículo un programa informativo de audiencia considerable donde chocan distintas formas de ver el mundo. La redacción se convierte en un pedazo de algo más amplio, la sociedad de entonces. Porque la dificultad de la mujer para escalar posiciones y ocupar puestos de responsabilidad no se reducía entonces solo al mundo de la televisión.
A través de ese grupo de periodistas, productores y cámaras se da una visión de cómo era la sociedad cuarenta años atrás. Algunas cosas han cambiado. Otras, no tanto. Y, aunque trate de periodistas y se usen noticias reales para nutrir News at Six, en esta serie no hay atisbo de esas lecciones morales y deontológicas de las que presumía The Newsroom. La ficción de Michael Lucas prefiere centrarse en hablar de la presión, el acoso laboral y sexual, la autoestima, el ego y muchos otros temas que subyacen y van aflorando poco a poco.
La ficción habla de la presión, el acoso laboral y sexual, la autoestima y el ego
La otra apuesta de esta serie galardonada con cinco premios de la Academia Australiana del Cine y la Televisión (mejor drama y actriz incluidos) son sus personajes en dos bandos. A un lado, los que se aferran al sillón, se resisten a dejar ir su poder y están dispuestos a todo para mantenerse. Al otro, los que intentan ocupar el lugar que por méritos, talento y trabajo duro se merecerían pero que el sistema les niega. The Newsreader no deja de ser una historia sobre conquistar terrenos negados a las mujeres durante décadas, sobre no rendirse y seguir hacia delante. Aunque eso implique tropezarse, caer y tener que volver a levantarse.
Algo que engancha de esta serie es la capacidad que tiene para dar un ritmo ágil y rápido al drama que se trae entre manos sin olvidarse de cuidar los detalles que hacen que el espectador conecte y empatice con lo que les pasa a sus personajes. Principalmente a Helen y Dale, que son la pareja de protagonistas, pero también hay algunos secundarios con potencial como Noelene (Michelle Lim Davidson) o ese redactor de deportes que a veces parece vivir en un mundo diferente (Stephen Peacocke). Y, aunque no deje de ser un drama, tiene sus pinceladas de humor y engancha desde el primer momento con su toque de romanticismo y sus tramas de políticas empresariales.
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