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Actualizado:En Drive to Survive, lo que menos importan son las carreras, como incluso ha reconocido algún responsable de la serie de Netflix. Sobre todo, si el aplastante dominio de Max Verstappen durante las últimas tres temporadas de la Fórmula 1 ha convertido los domingos que se celebra un Gran Premio en el día de la marmota. Motivo suficiente para incidir en la idea original de una producción que no había sido creada para resumir los hitos deportivos del año anterior, sino para mostrar lo que sucede entre bambalinas. O sea, discusiones, peleas, traiciones y demás rencillas entre pilotos, directores y compañeros de escudería.
Esa fue la fórmula, con minúsculas, para captar nuevas audiencias. A costa, claro, de dramatizar el deporte, pisando el acelerador, forzando la máquina y pasándose de frenada. Las acusaciones de los puristas no tardaron en llegar. Así, según los fans de siempre, o sea, la ortodoxia de la categoría reina del automovilismo, Drive to Survive se inventaba rivalidades y enfrentamientos inexistentes —también entre colegas—, creaba malos de la película que no eran tales, ridiculizaba a unos pilotos con una visión sesgada y dejaba malparados a otros con omisiones clamorosas.
El montaje, una de las virtudes de la serie, también era puesto en entredicho, por no hablar de las manipulaciones temporales de comentarios y conversaciones de radio, que no se correspondían con el momento en el que supuestamente habían tenido lugar. Los aficionados se quejaban, además, por los fallos de raccord —perceptibles solo por los entendidos— o por subir el volumen en determinados pasajes para aumentar las dosis de dramatismo, desde el sonido de los motores hasta el ruido de los choques. Menudeces en comparación con un guion en ocasiones demasiado forzado.
Así, más allá de la competencia natural en una competición de élite, donde se mueve mucho dinero, algunas supuestas hostilidades entre compañeros escondían errores de las propias escuderías, que tampoco se han librado de los presuntos piques entre ellas. "Con la audiencia que atraemos, ahora somos las Kardashians sobre ruedas", llegó a quejarse Christian Horner. "Solo buscan que Guenther Steiner pierda el control o que mi amigo Toto [Wolf] y yo nos peleemos", añadió el director de Red Bull en referencia a sus homólogos en Haas —destituido el pasado enero— y Mercedes.
La telenovela de la Fórmula 1
Formula 1: Drive to Survive es, según Horner, una telenovela. Casado con Geri Halliwell, la pelirroja de las Spice Girls, tendrá que esperar a la próxima temporada para ver si la serie se convierte en un culebrón. Tras ser acusado de acoso por una asistenta, él ha conservado su puesto y ella fue suspendida de empleo y sueldo después de una investigación interna que desestimó que hubiese un "comportamiento inadecuado" por parte de Horner. Si la producción de Netflix siguiese la estela del docudrama al que nos tiene acostumbrados, este incidente alimentaría la hoguera de las vanidades de la serie.
Sobre todo, si atizase el fuego con las declaraciones del padre de Max Verstappen al Daily Mail: "Habrá tensión mientras siga en su puesto y el equipo explotará. Se hace la víctima, cuando es el único que causa los problemas". Sin embargo, es probable que la plataforma de streaming no se cebe con el director de Red Bull, sobre todo después de las quejas de Horner y del piloto neerlandés. Vienen de atrás, pero todavía aletean en el paddock, hasta el punto de que Verstappen, muy mosqueado, decidió no participar en la cuarta temporada porque según él la producción "fingía algunas rivalidades que en realidad no existen".
Pese a que el vigente campeón dejaba claro que no concedería entrevistas a Netflix, resulta extraño que desde entonces la serie les conceda menos peso tanto a él como a su compañero, Checo Pérez, por no hablar de la propia escudería. "No soy una persona de espectáculos dramáticos, solo quiero hechos", comentaba el automovilista neerlandés, quien en realidad también ha perdido visibilidad, entre otras razones, porque sus victorias condenaban a la producción a la monotonía. No deja de resultar una paradoja que la tiranía de los alados en los mundiales de pilotos y constructores merme su presencia.
En Drive to Survive, titulada en español Fórmula 1: La emoción de un Grand Prix, aparecen sin embargo personajes menores e incluso otros que ya no trabajan en las escuderías, como el aparentemente tranquilo y afable Mattia Binotto, exdirector de Ferrari y amigo del simpático Guenther Steiner, encumbrado por la serie como uno de los personajes de la F1 y famoso por su derroche de tacos y palabrotas. Quizás la sexta temporada se pierde en pasajes insustanciales, como el encuentro entre ambos en el viñedo del italiano, y concede demasiada importancia a equipos como AlphaTauri y Alpine.
Más allá de la entrada del actor Ryan Gosling en el accionariado del equipo francés y del fulminante despido de su director, Otmar Szafnauer, durante el Gran Premio de Bélgica, la escudería del Grupo Renault no merece dos episodios. Y, pese a la simpatía que despierta Daniel Ricciardo, su regreso a la parrilla, en sustitución de Nyck de Vries, no debería justificar tanto metraje. Tampoco las malas formas con las que AlphaTauri, rebautizado —tomen aliento— Visa Cash App RB Formula One Team, destituyó al neerlandés, aunque el despido signifique que tal vez no vuelva a competir jamás en la categoría reina del automovilismo.
Netflix y su fórmula de éxito
Está claro que La emoción de un Grand Prix es una serie para la gente a la que no le interesa la Fórmula 1. O, mejor dicho, para captar a ese público, susceptible de engancharse luego a la emisión televisiva de los grandes premios. Se trata de hacer caja, sobre todo desde que los derechos de la competición fueron comprados en 2016 por Liberty Media, que se propuso popularizar la F1 con diversas estrategias de promoción que incluían una serie sobre sus entresijos. Así surgió una producción televisiva que no se centra tanto en la técnica ni en el deporte, como en la polémica y el conflicto.
La fórmula ha resultado exitosa, como demuestra el hecho de que haya hecho famosos a personajes como Guenther Steiner, quien observa durante una firma de su libro Surviving to drive —en el que le da la vuelta al título de la serie— como sus fans visten camisetas con sus frases más populares, como la que le dijo por teléfono al propietario de la escudería, Gene Haas: "Parecemos una panda de putos pajilleros". Sin embargo, el prologuista de Sobrevivir a toda velocidad (Principal), Stefano Domenicali, también le dio un toque a la plataforma por pasarse de la raya. "Vamos a hablar con Netflix, porque es necesario que la historia no se desvíe de la realidad", advirtió el presidente y consejero delegado de la Fórmula 1.
Drive to Survive había popularizado la competición a nivel mundial, pero ¿a qué precio? Y, aún así, la fórmula ha ido perdiendo gancho —a veces, por pecar de irrelevante en general; otras, por ignorar acontecimientos importantes y, en su lugar, concederle espacio a banalidades— y, progresivamente, ha ido flojeando respecto a las primeras temporadas. Quizás sea porque ya no pueden jugar con la capacidad de sorpresa del espectador, aunque lo mismo sucede con los protagonistas, que perdieron la virginidad tan rápido como los participantes en un reality show.
Una vez revelado el espectáculo, ya saben cómo interpretar su papel, prudente o sobreactuado, conscientes de que el paddock se ha convertido en un Gran Hermano. Una escena protagonizada por el piloto Alex Albon refleja cómo todos le han pillado el truco a la serie. Mientras conduce un coche junto a su compañero Logan Sargeant, se burla de los responsables de la producción y vaticina cómo venderán el regreso de Ricciardo. "Solo sé que quién más se alegró cuando volvió Daniel fue Netflix. Tuvieron que cambiarse el calzoncillo tres veces. Ya me sé el episodio. Te hago un resumen. ¿Listo?".
Entonces, el piloto de Williams se imagina el guion: "Está Danny Ricciardo mirando a un lado. Sí, es duro no correr. De repente, cambio de plano a Nyck de Vries. Bloqueo [ruido de frenada]. Fuera de pista. Choque. ¡Mierda! Avanzamos. Silverstone. Pruebas. Daniel Ricciardo. Superrápido. Danny mirando con una gran sonrisa: Es lo que hay. Nunca me fui. He vuelto. El Ratel. Me la suda". El tráiler de la sexta temporada ya anunciaba: "El drama vuelve". Pilotos que se llevan las manos a la cabeza, comentarios sobre las rivalidades entre ellos, la ducha de champán de los vencedores, promesas que no se cumplirán…
Fernando Alonso, un protagonista opacado
¿Cuál es el secreto de una serie cuyo final y sus pormenores ya se conocen antes de la emisión? La polémica. Meterse entre bastidores. Viajar con los pilotos a los exóticos o glamurosos destinos vacacionales. Observar por la mirilla, como un voyeur, qué se cuece dentro de cada escudería. No importa que sea una fábrica de personajes antes desconocidos para el gran público, que aquí adquieren una gran dimensión por su carácter y desplazan incluso a nombres más importantes. Sin embargo, la mera anécdota no puede opacar los resultados y los logros de algunos equipos, ni tampoco de sus protagonistas.
Algunas lagunas: la poca visibilidad de Fernando Alonso en una exitosa temporada, con ocho podios enfundado en el mono de Aston Martin, cuyo arranque de temporada fue fulgurante; McLaren, casi olvidada, con énfasis en su pésimo comienzo y las ausencias de la victoria en el sprint del debutante Oscar Piastri y del doble podio en Catar, junto a su compañero Lando Norris; la batalla entre Aston Martin y McLaren por el cuarto puesto en el mundial de constructores; o el indiscutible liderazgo de Max Verstappen, quien lo ganó todo excepto los dos grandes premios de Checo Pérez en Arabia Saudita y en Azerbaiyán, y el de Carlos Sainz en Singapur.
Podría establecerse un paralelismo entre los fuegos artificiales de Drive to Survive y el regreso de la Fórmula 1 a Las Vegas, donde Frédéric Vasseur se pilló un cabreo descomunal después de que una alcantarilla destrozase el coche de Carlos Sainz en los entrenamientos libres. Cuando es entrevistado, no se deja cegar por el lucerío de la Ciudad del Pecado y deja claro que el incidente es inaceptable. Al menos, Netflix no lo esconde, pero sí incide en que no es un director apto para Ferrari por no ser italiano. En cambio, omite que otro francés, Jean Todt, había ocupado el mismo cargo años atrás.
Por lo demás, en esta sexta temporada vemos a James Vowles al frente de Williams y a Peter Bayer, de AlphaTauri, en sustitución de Franz Tost. Interesante que Claire Williams, exjefa de una escudería, ejerza como comentarista, porque conoce las tripas del gran circo. Una pena que Alfa Romeo se despida como un fantasma, al igual que los invisibles Valtteri Bottas y Guanyu Zhou. Y, en resumen, una sensación de bajón, lo que tampoco es extraño, porque la originalidad se va desgastando y las tramas, repitiendo, como le sucede también a El día más largo, sobre el equipo ciclista Movistar Team.
Quizás los hechos podrían aportar algo que ya no otorga la mascarada: una victoria de Fernando Alonso, un campeonato de Carlos Sainz, un fichaje o un robo estrella, la marcha de Max Verstappen a una escudería de inferior categoría o, al menos, un improbable pinchazo en su imparable carrera. En estos casos, no cabe duda de que la realidad superaría con creces la ficción.
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