madrid
"El terror es como una gangrena que nos degrada a todos: a los verdugos los hace sádicos; a las víctimas las hace pasivas. A los espectadores nos hace cómplices".
El cómic Dr. Uriel (2017) propone esta reflexión como definición del terror en tiempos de guerra, aunque es una acepción válida en etapas supuestamente menos grises. La historia escrita por Sento Llobell es sólo una de las 500 que se han publicado en España, según el estudio de Michel Matly titulado El cómic sobre la Guerra Civil.
Esa viñeta y cientos más que recogen arquetipos de la Guerra Civil aparecen en Las caras de la guerra, el ensayo de Tomás Ortega que propone recuperar la memoria de familias y batallas perdidas que fueron publicadas y precariamente olvidadas.
Las particularidades de las novelas gráficas hacen que el golpe de Estado del 36 se cuente desde un prisma difícil de ver en otros géneros artísticos. Personajes anónimos e irrelevantes que prosperan –o al menos lo intentan– en la truculenta España que veía como las tropas fascistas acordonaban a la II República.
"Las historias orales de la gente común se desarrollan en mayor medida en el cómic", cuenta Tomás Ortega, autor del ensayo. El cine, que tiende a la belicosidad de la trinchera o a la soledad de las prisiones, apenas deja espacio para este tipo de relatos.
Las múltiples historias muestran desde la reforma agraria que propuso la II República hasta el recuerdo a Antonio Machado. "De todos los tebeos que recupero destacaría 36-39, malos tiempos, de Carlos Jimenez, una obra bastante concisa y El arte de volar, de Antonio Altarriba", dice Ortega, que ha llevado a cabo un exhaustivo estudio de las obras publicadas en España para reconstruir la guerra a través de todos estos cuentos. Entre unas viñetas y otras se puede hilar la historia desde el 18 de julio de 1936 –e incluso antes– hasta el 1 de abril de 1939.
La escasa producción sobre el franquismo
El cómic nunca fue un elemento importante durante el franquismo o la propia Guerra Civil: "Las imágenes de propaganda se usaron en la guerra porque la mayor parte de la población era analfabeta, pero no es hasta los últimos momentos de la dictadura cuando el tebeo empieza a ganar fuerza", dice Ortega.
"Los historietistas y tebeístas no consideran la Guerra Civil como un tema que haya que tratar de manera muy acusada"
Es a partir de la década de los setenta cuando los tomos con grapa empiezan a consolidar una industria en España, que poca a poco empezaba a revivir los acontecimientos guerracivilistas. Ortega desvela la poca lucha por la memoria de los tebeos españoles: "Los historietistas y tebeístas no consideran la guerra como un tema que haya que tratar de manera muy acusada".
Es por eso que el relato no varía mucho respecto a otras artes, ya que no suelen aparecer los cuarenta años de franquismo, un tema que a menudo suele saltarse para llegar rápidamente a la Transición. "Hay historias buenas en cómics que tratan la dictadura en sí: Paracuellos de Carlos Jimenez, Las guerras silenciosas de Jaime Martín y Estamos todas bien de Ana Penyas, ganadora del Premio Nacional de Cómic. En literatura sí que se trata enormemente, quizás en el cine no tanto y en el cómic la verdad que escasea lo que se habla del tema".
Tomás Ortega aprovecha el ensayo para recuperar figuras históricas que se vieron inmersas en la guerra: desde Antonio Machado hasta las Brigadas Internacionales han tenido algún cameo entre las viñetas recogidas, así como homenajes en portadas para Robert Capa. "Hablo de Machado a través del cómic Los surcos del azar por su talla como poeta y su figura humana y ética, que ha sido tradicionalmente identificada con la mística de la derrota republicana", concluye Ortega.
Los conflictos entre la minería y el Estado, el derecho a la rebelión, fusiles rotos en el bando republicano, la batalla del Ebro... La historia de la Guerra Civil, contada palmo a palmo, en un género que aún hoy sigue denostado.
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