Este artículo se publicó hace 2 años.
El fin de la ciencia ficción literaria
El escritor escocés Tim Maughan llega a las librerías españolas con una novela sobre el fin del mito de la revolución tecnológica. Detalle infinito, de la editorial argentina Caja Negra, recoge la tradición literaria de la ciencia ficción y decreta a la vez un cambio de rumbo.
Sofia Chiabolotti
Madrid-
Una sociedad postapocalíptica habita la novela de Tim Maughan, Detalle infinito, donde la globalización tecnológica muestra su lado más perverso e inquietante. La publicidad y la política forman parte de un mismo sistema en el que ya no importan la solidaridad humana y las libertades individuales. Y la gente acepta someterse al control de las máquinas con el único objetivo de ganar cada vez más dinero.
En un futuro no demasiado lejano, Maughan imagina una República gobernada por un puñado de hackers que ha logrado poner en jaque los servidores de todo el mundo. El hilo narrativo se desarrolla entre pasado y presente, un antes y un después de la crisis a raíz de la cual los protagonistas pueden ahora vivir sin estar conectados, pero pagando un precio que pronto descubrirán ser demasiado alto. De hecho, seguirán agarrándose a un pasado que ya no existe, en la búsqueda desesperada de unos fantasmas cuyos rastros han desaparecido con la caída de internet.
El lector no logra acceder del todo a la dimensión ficticia del relato, porque ese mundo se parece demasiado al nuestro
Los grafitis desmoronados de la ciudad de Bristol, que es el principal escenario de la novela, acompañan de forma imperturbable el desmoronamiento de los ideales utópicos que antes habían impulsado la revolución anti-tecnológica. Justo cuando se creía que el mundo habría estado a salvo, el comité directivo de esta extraña república de hackers se percata de que la revolución nunca ha existido. Que el nuevo sistema económico que se rige sobre bases frágiles e inciertas, no es otra cosa que una tímida vuelta a un mundo que se quería destruir.
"No es tanto una economía artesana y desafiante y pujante", admite una de las protagonistas al volver a Bristol, "sino un gesto desesperado de aferrarse al pasado, un ritual tribal que alguna vez fue significativo y que creyentes arrepentidos todavía ensayan culposamente, introduciéndose de manera furtiva en el mismo templo en el que quemaron todos los iconos".
Después del apocalipsis
Los personajes de Tim Maughan visten de la misma ropa ensangrentada de antaño, el sol blanco ilumina de manera siniestra las ruinas de la sociedad postapocalíptica. Y sin embargo, el lector no logra acceder del todo a la dimensión ficticia del relato, porque ese mundo se parece demasiado al nuestro. Si la obra es un guiño constante a la tradición literaria de la ciencia ficción y a la experimentación narrativa, que sobre todo con George Orwell y Ray Bradbury nos había atrapado, ahora el encanto se ha roto.
La actualidad socioeconómica que rige nuestras vidas ha puesto en jaque la realidad ficticia
Lo que queda de ese filón narrativo es un vacío existencial que añora ser llenado: cada uno de los protagonistas, de una forma u otra, aspira a ser rescatado del círculo vicioso del tiempo presente. Y a pesar de los innumerables intentos de cambio, el recuerdo del pasado sigue conmocionando y ardiendo como si de una herida mal cicatrizada se tratara.
En este caso, la novela de Maughan representa un válido ejemplo de cambio de rumbo de la literatura distópica o de ciencia ficción. El libro no solamente demuestra que la Historia es un círculo que se repite, sino que además la actualidad socioeconómica que rige nuestras vidas ha puesto en jaque la realidad ficticia. Habrá que ver a largo plazo si la obra del escocés forma parte de una tendencia pasajera o, al contrario, si la literatura de ciencia ficción tendrá que replantearse sus límites e imperfecciones.
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