Pulpos inteligentes, ¿libres o a la gallega?
¿Quién iba a pensar que un molusco con aspecto de alienígena mutante fuera a resultar tan inteligente? Lo que sí sabemos desde hace siglos es que su carne es considerada una delicia culinaria en gran parte del mundo.
Madrid-
“No solo es el pulpo. Los cefalópodos en general tienen un nivel de inteligencia que puede resultar sorprendente e impactante para el público general”, cuenta a Público Antonio Figueras, investigador del CSIC en el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo.
Se comprobó con la difusión del documental Lo que el pulpo me enseñó (James Reed, 2020), “que está muy bien hecho. Informa de aspectos de la biología marina que es difícil ver si no eres un científico especializado en esto. Pero como todos los documentales de las grandes plataformas, hay que interpretarlos con espíritu crítico”, nos dice.
Para empezar, no es un solo pulpo el protagonista, sino varios pulpos. “Esa especie no vive más de un año y para lograr un documental tan completo son necesarios varios años de tomas y rodaje”, observa Figueras. Ocho años para ser exactos.
En la cúspide de los invertebrados
Sí muestra, sin embargo, una realidad que cuenta con evidencias científicas. Son moluscos capaces de reconocer y diferenciar a una persona de otra. Cuando hallan la solución a un problema, la recuerdan durante al menos cinco meses –teniendo en cuenta que viven uno o dos años, casi toda su vida–. Y son capaces de orientarse en paisajes dispares empleando guías visuales en su exploración, por poner solo tres ejemplos.
“El pulpo y otros cefalópodos como el calamar están, posiblemente, en la cúspide de los invertebrados en lo que a inteligencia se refiere”, reconoce Figueras. “Parece que todo lo que no es el ser humano es inferior, pero tenemos otras ramas evolutivas, como la de los invertebrados, que también han llegado muy lejos”, añade.
Tal vez por eso, el pulpo es el único invertebrado que aparece en la lista de especies de no mamíferos capaces de experiencia consciente, según la Declaración de Conciencia de Cambridge de 2012, firmada por trece neurocientíficos de renombradas instituciones, como Caltech, el MIT o el Instituto Max Planck.
La polémica está servida
La difusión del documental echó leña al fuego de las protestas de grupos animalistas, primero en Reino Unido, y luego en la Unión Europea y en Estados Unidos, que alegan razones éticas para el cultivo del pulpo en piscifactorías a gran escala.
Un tema delicado con varias vertientes. Por un lado, está la cuestión de la demanda, que no ha dejado de subir en los últimos años, a la vez que están disminuyendo las poblaciones y las capturas de pulpos en libertad.
Por otro, Figueras nos plantea “hasta dónde deberíamos dejar que suba la marea” en el consumo de otros seres vivos sintientes.
“Si no ponemos un límite, vamos a tener que dejar de comer todo lo que sea vivo. Las plantas también sienten. Y los mejillones. Cuando le extraigo sangre a un mejillón en el laboratorio, se contrae, porque posee receptores nerviosos que captan que algo va mal”, observa.
Mucho ruido y pocos pulpos
Aun así, en la práctica, todavía no hay granjas de cría intensiva de pulpos en España. El proyecto de Pescanova de construir la primera en Tenerife está paralizado por el momento.
“Pero no es que se haya parado por la presión social, sino por razón de rentabilidad”, explica Figueras. En el resto del mundo ocurre lo mismo. Hay un puñado de factorías en China en fase experimental, otra en Yucatán, México. Y poco más.
En otros lugares, como Italia y Australia, los científicos investigan cómo sacar adelante una empresa verdaderamente difícil. Un problema tiene que ver con el hacinamiento que tendría lugar en estas granjas: “Los pulpos son animales territoriales, no son gregarios. Por eso necesitan condiciones de cultivo lo más extensivas posible para crecer bien”, advierte Figueras.
Otro escollo es la propia salud y supervivencia de los cautivos. Por el momento, todos los intentos de criar juveniles están fracasando. Tal vez sea por las condiciones de estrés a las que se sometería a un animal que, por su propia idiosincrasia, necesita estímulos cognitivos y posibilidades de exploración para desarrollarse. Dos cosas que escasean en la esterilidad de una piscifactoría.
Y ya sabemos que, como pasa con cualquier otra forma de ganadería, “la calidad de la carne de un animal estresado frente a la de uno no estresado es muy diferente”, puntualiza.
No es empresa fácil
Sin duda, otro reto es el “pequeño” detalle de su alimentación: comen animales marinos vivos, de esos de los que tampoco andamos tan sobrados en nuestros mares. Además, lo hacen en la proporción de tres kilos de alimento por cada kilo de peso del pulpo.
“La cría de pulpo no es sencilla ni barata. Hay que generar los juveniles, mantenerlos, aportarles comida lo más barata posible para que lleguen a un tamaño comercial y lo hagan en buenas condiciones (sin contraer parásitos, infecciones, etc)”, nos dice Figueras. “Cualquier engranaje de una granja animal tiene muchos cuellos de botella”.
¿La solución? Según Figueras, “con independencia de que haya o no granjas, si hay demanda y necesidad de carne de pulpo, ¿cómo la cubres? ¿Sobreexplotando recursos naturales en libertad o cultivando en condiciones controladas?”. El debate está servido.
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