madrid
Hace más de 200 años que se escribió el relato de terror que puso a Frankenstein en nuestras vidas y ahí sigue, con un componente cada vez menor de fantasía y mayor de realidad. También persisten los temores que produce en nuestra imaginación. Ahora no se trata exactamente de fabricar un ser humano a partir de diversas partes de cadáver e insuflarle vida, pero es verdad que la fabricación de órganos humanos funcionales ha dejado de ser ciencia ficción aunque todavía no sea realidad clínica. Los que sí son reales y llevan camino de plantear problemas éticos son los organoides, órganos en miniatura y simplificados desarrollados en laboratorio, y especialmente los organoides cerebrales o neuronales, mal llamados minicerebros. La gran pregunta es si puede un organoide cerebral llegar a tener consciencia.
Desde hace unos años los organoides que simulan en parte el cerebro humano son posibles gracias a los avances en la bioingeniería con células madre. En pocas horas, a partir de una o varias células madre se forma un cultivo cerebral en tres dimensiones que tiene potencialmente tantos usos en investigación como se puedan imaginar, desde conocer mejor como se desarrolla el cerebro a llegar a establecer la causa de las demencias y otras enfermedades neurodegenerativas, el autismo, la microcefalia o la epilepsia. Es un campo de investigación floreciente y al mismo tiempo preocupante, tanto que son ya muchos los científicos que piden que se pongan límites a lo que pueden o no pueden hacer con los organoides cerebrales que crean para llevar a cabo su trabajo, un trabajo indudablemente útil que permite por primera vez tener un modelo con el que experimentar de un órgano casi inaccesible. En lo que respecta al cerebro humano, los modelos animales no han funcionado bien.
Diminutas colecciones de neuronas que se organizan en estructuras que se parecen a partes concretas del cerebro humano y que se comportan de forma similar es algo que suena bien para el que quiera probar un medicamento contra el alzheimer, el párkinson o los tumores cerebrales, y esto es solo un ejemplo. Los organoides cerebrales son pequeños y se cultivan in vitro, sobre placas de Petri. Hasta ahí bien, pero resulta que se han llegado a detectar ondas cerebrales en algunos de ellos similares en su complejidad a las que se dan en bebés prematuros, y resulta también que ya se ha empezado a trasplantarlos a animales como los ratones y se ha comprobado que se establece una conexión neuronal con ellos. Algunos científicos creen que es hora de empezar a prohibir algunas cosas y regular otras.
Para la organización europea de estudios sobre células madre, Eurostemcell, el beneficio de estas investigaciones es por ahora mayor que los riesgos que presentan. Sin embargo, Sarah Chan, especialista en bioética de la Universidad de Edimburgo, recuerda que ya se tienen indicios claros de que al trasplantar células cerebrales humanas a animales, estas quimeras modifican su comportamiento, se hacen más "inteligentes". También ve riesgos en una etapa futura en la que los organoides cerebrales se utilicen en terapia, como una forma de trasplante de tejidos, y está preocupada ahora mismo por la falta de consentimiento explícito para experimentos concretos de los donantes de las células que dan lugar a los organoides.
Por su parte, las Academias Nacionales de Ciencia, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos crearon en junio pasado una comisión para tratar los aspectos éticos y de regulación de las quimeras neuronales y la investigación con organoides neuronales. Su informe va a tardar al menos un año.
La clave de estas preocupaciones está en la consciencia, en si sería legítimo desarrollar organoides cerebrales con consciencia y cómo se deberían tratar. El gran obstáculo es que los científicos y filósofos no se ponen de acuerdo en la definición y base física de la consciencia, quizás el concepto más escurridizo de la condición humana.
Alysson Muotri es el neurocientífico de la Universidad de California en cuyo laboratorio se cultivaron en 2019 las neuronas que mostraron actividad eléctrica coordinada, una característica de la consciencia. El piensa que para estudiar enfermedades mentales como la esquizofrenia con estas técnicas resultaría necesario crear consciencia deliberadamente, ha declarado a la revista Nature. También cree que eso no sería muy diferente de utilizar animales para los experimentos, aunque es partidario de que el sector se regule. En cuanto a resultados, se acaba de publicar en la revista Science un nuevo estudio del Vienna Biocenter en organoides cerebrales que ha identificado 25 nuevos genes asociados a la microcefalia, lo que duplica los conocidos hasta ahora. Se basa en una técnica nueva que se podría aplicar a muchas otras enfermedades.
Por ahora, la comunidad científica en general cree que no se ha alcanzado todavía la etapa de la consciencia y que los organoides creados son demasiado simples para tenerla. Ello no evita que muchos de los implicados en estos estudios pidan y ejerzan la prudencia, mientras llegan el consenso y la regulación que solicitan.
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