Entrevista a Eric Barbier"La violencia de los hombres es de una potencia infinita"
Madrid-
El cineasta lleva al cine la novela autobiográfica del rapero Gäel Faye, Pequeño país, y con ella recupera los genocidios de Burundi y de Ruanda. Rodada en su mayoría con actores no profesionales, la película ganó el BCN Film Fest y en ella se advierte una crítica a la inacción de Europa ante aquel horror.
"Ruanda es un país de gente traumatizada. Todo el mundo está traumatizado en Ruanda. Podemos decir que las calles están limpias, que el país avanza, pero apenas llega la conmemoración del genocidio nos damos cuenta de que todos están locos". El rapero Gäel Faye, burundés, hijo de madre ruandesa y padre francés, publicó hace unos años el libro Petit Pays, donde contaba su propia infancia en la antigua capital Bujumbura y su viaje a Francia con 13 años, huyendo de la guerra civil. Ahora el veterano cineasta Eric Barbier lleva esta historia al cine, Pequeño país, y rememora el horror de aquel genocidio.
"¡Eres como esos franceses sucios que nos dejan morir allí!", dijo a Gäel Faye su madre, completamente desequilibrada, ausente, ensimismada en un insondable dolor, en las imágenes de la barbarie y la atrocidad, en los cadáveres de los miembros de su familia... Hasta ese trágico momento, Gäel había vivido una infancia feliz que empezó a desmoronarse con la separación de sus padres y se derrumbó definitivamente con el golpe de estado, la guerra civil y el genocidio.
Eric Barbier recupera la historia de aquella familia, narrada desde los ojos de Faye cuando era niño, y el relato histórico de lo que ocurrió en Burundi. Pasaron cinco meses entre el golpe de Estado en Burundi que incendió el país y el inicio del genocidio de los tutsis en Ruanda. Pequeño país fue la película vencedora en el BCN Film Fest, donde Público habló con el cineasta.
¿Con esta película intentaba recuperar la historia de Burundi para el público europeo?
Sí. La película se desarrolla en Burundi y mi tarea era hablar de ese país, que es otra historia diferente a la de Ruanda. Mucha gente no conoce la historia de Burundi, que es un eco de lo que sucedió en Ruanda, de este horror que han experimentado los ruandeses. Por otro lado, la madre del personaje principal es ruandesa y, además, tuve que trabajar allí, rodamos en Ruanda porque en Burundi no se podía. Pero es importante saber que lo de Burundi fue una guerra civil y lo de Ruanda, un genocidio organizado por el Estado. Al rodar en Ruanda esta historia, despertamos muchas cosas muy dolorosas en muchas personas. Recuerdos tristes y trágicos. Hoy allí está prohibido hablar o escribir las palabras tutsi y hutu, y si las escribes vas a la cárcel.
Trabajó con personas de allí, ¿la experiencia fue muy dura para ellos? ¿cómo viven hoy aquel horror?
No me quedó más remedio que despertar en ellos cosas, es verdad. Algunos actores no se atrevían a decir ciertas palabras. La mayoría de los actores que aparecen en la película no son profesionales y aportaron su propia historia. Por ejemplo, los hombres que interpretan a los matones de las bandas de Bujumbura son jóvenes que fueron encontrados en el campo de refugiados burundeses de Mahama. Son burundeses que se metieron en problemas con el gobierno de su país antes de huir. Estos jóvenes conocieron la violencia de la calle, la violencia de las manifestaciones y esta verdad que liberan se percibe en la película.
Y para usted ¿qué ha significado personalmente este viaje al horror?
En el 94 yo seguía el conflicto desde Francia en las noticias, mirando atrás me parecía un conflicto muy lejano. En ese momento coincidió el Mundial de fútbol con el final del genocidio y en Europa estábamos mucho más pendientes del fútbol que del genocidio. La información era muy compleja, decían que era un conflicto étnico, la noción de genocidio no se manejaba, vino después y en muy contadas noticias. Lo explicaban muy pocos periódicos, la información era que unos negros se estaban matando.
Tras la investigación y la película ¿ha cambiado su mirada?
Claro, el camino que he hecho lo he hecho con ellos, con las personas que lo vivieron. Y la mirada que tengo hoy no es la misma que la que tuve entonces. Ahora tengo la impresión de que entonces no sabía nada de nada. Lo que sí sé ahora es que Francia dio apoyo a los genocidios. ¡Una barbaridad!
¿Apostar por la mirada de un niño acercaría más la historia?
Creo que sí, es algo muy interesante, porque un niño no sabe nada de nada, es como un espectador, aprendes con él y eso es justo lo que buscaba y es lo que estaba en la novela. Me parecía una muy buena forma de explicar la historia, la historia de su familia y de cómo todos los dramas y las tragedias repercuten en ella. Lo que le ocurrió al cocinero, la madre que se volvió loca, las matanzas, la violencia... la historia entró en la familia.
Todo es la historia real de la familia de Gäel Faye, que él contó en una novela.
Es la historia de la novela, sí, y de un modo más metafórico es el paso de la inocencia a la violencia de los adultos. La violencia de los hombres es de una potencia infinita. El niño al principio no entiende nada del racismo y le parece una ridiculez, pero la propia situación le obliga a ser violento. La presión del entorno, de la sociedad, es la que le empuja a la violencia.
La crisis continúa en Burundi ¿se puede desde Europa ayudar a encontrar una solución?
No creo mucho en los políticos y no creo que ellos vayan a cambiar las cosas, la prueba es Burundi, en guerra desde 1993. Desde entonces es el mismo conflicto, el mismo racismo... Y no es solo Burundi. Es complicado porque estamos hablando de un continente entero y cada país es diferente. Ruanda, Argelia... no se parecen en nada. Son geopolíticas diferentes, historias de colonización distintas, de ingleses, alemanes, belgas... Esta historia es algo muy específico. En África solo hay hutus y tutsis allí y algunos en el Congo, por eso es complicado.
¿Cree usted en el cine como herramienta para cambiar el mundo?
Soy pesimista respecto a eso, pero sí creo que había que contar esta historia porque hay muy pocas películas sobre la región de los grandes lagos. Hay una película de 1992, Gito, l'ingrat, que dirigió Léonce Ngabo... y desde entonces, nada. El cine es una forma de contar cosas de estos países que no conocemos. Pero lo que sería realmente importantes es que fueran los cineastas de esos países los que hagan películas. Esta película está basada en una novela de un franco-ruandés, está escrita por una cultura que yo conozco, pero que sean ellos los que expliquen sus historias, que se adueñen de ellas. La historia de Pequeño país es anacrónica porque parte de Francia.
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